Después de comer me cogí el autobús, el mismo que me llevaba al Ginkakuji o al barrio de Gion, pero un poco antes me bajaba para visitar este templo.
Para llegar hasta el tienes que subir un calle que hace bastante cuesta y ya cuando vas llegando al final empiezas a ver tiendecitas llenas de souvenirs, sobretodo en forma de dulces japoneses y como siempre, aglomeraciones de gente.
Ya cuando llegamos nos hemos separado bastante de la ciudad y parece que lleguemos a una zona mas campestre. Lo primero que vemos entrando a la zona del templo son varias edificaciones budistas, un santuario, el Jishu-Jinja (地主神社) dedicado al Dios del amor.
Pero yo sigo para arriba que he venido a ver el increíble Kiyomizudera. Previo pago de la entrada (no me acuerdo cuanto era, ¿300yenes?) entro ya al recinto del templo en sí.
Es un templo antiguo (del año 798) de madera, con bastantes habitaciones, en algunas me encuentro a algún budista haciendo sus oraciones, algún altar con la figura de lo que sería algún Dios o similar, etc.
Pero lo mas espectacular es la baranda del templo que sobresale de la colina y ofrece unas vistas de Kyoto geniales, además de un paisaje en verde formidable.
Siguiendo caminando y bajando hacia abajo te encuentras la cascada Otowa-no-taki, donde tres canales de agua caen en un estanque. Los visitantes del templo cogen el agua de la cascada, de la que se piensa que tiene propiedades terapéuticas, en copas de metal o de plástico. Se dice que beber esta agua supone tener salud, longevidad y éxito en los estudios.
Como curiosidad decir que es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1994 y que además entró en la lista para convertirse en una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, aunque no ganó.
Esta quizá fue la visita de Kyoto que mas me gustó, y lo mejor que la dejé para la última, así que me fui con un gran sabor de boca de esta espectacular ciudad.