Actualmente, el recurso más escaso no es la inversión, sino la imaginación. Consideremos esto. En 1998, la CBS, la Fox y ABC pagaron 12.8 miles de millones de dólares por transmitir los partidos de la Liga Nacional de Futbol Americano hasta el 2005. Ese mismo año, el equipo de Minnesota Vikings se vendió por 250 millones de dólares. De hecho, las tres cadenas podrían haber comprado a todos los equipos de la Liga y hubieran disfrutado de derechos de transmisión gratuitos. Pero no lo hicieron.
El ciudadano del siglo XXI tiene la oportunidad de elegir. Puede tratar de unirse a la nueva elite mediante la suerte –jugando a la lotería—o puede desarrollar las capacidades con que nació. Haga lo que quiera, pero asegúrese de que es realmente bueno, de categoría mundial, en lo que hace. La competencia comprará su elección. Esta incrementa el poder en relación a los políticos, los empleadores y los capitalistas. La única estrategia viable para el individuo aislado es ser escaso.
Secuestrado por el talento
No hace mucho tiempo, el gran héroe era James Bond; luchaba contra los comunistas, hacía el amor con hermosas mujeres y remataba todo ello con un Martini seco, agitado pero no revuelto. De vez en cuando, salía para ver a Q, el científico arrogante que le proporcionaba automóviles insólitos y herramientas de espionaje y de alta tecnología. El agente 007 sigue siendo el héroe en las pantallas cinematográficas, pero en el mundo real de la competencia basada en ser competentes, el verdadero campeón es Q. Los fanáticos de las tecnologías han acabado ganando.
Los escépticos pueden decir que el poder del talento era un fenómeno de la nueva economía y que la guerra por el talento se ha convertido ahora en la guerra de los que tienen talento. En esos días, ¿no era feliz la gente sólo por tener un puesto de trabajo? A muy corto plazo puede que tengan razón, pero hay sólidas razones para pensar que lo que estamos viendo es solamente el fin del principio. El éxito es una cuestión de cerebros más que de fuerza bruta, en cualquiera de los sectores. Por supuesto que la materia sigue siendo importante, pero menos. El capital intelectual es el recurso escaso. Recordemos que, por término medio, las mercancías valen ahora una quinta parte de lo que valían hace 150 años. La riqueza se crea con la sabiduría.
Por supuesto que este desarrollo no se ve reflejado en el balance convencional, probablemente el único supermodelo de hace 500 años que todavía puede inspirar a unas cuantas personas. El balance, a pesar de si tan duradero atractivo, a menudo sólo capta menos de la cuarta parte del valor real de muchas empresas modernas. Estudios realizados por el economista Jonathan Kendrick ponen de manifiesto que la relación global entre recursos intangibles y tangibles ha cambiado de 30:70 a 63:37 durante los últimos setenta años. Los recursos más importantes de una empresa ya no se pueden tocar (al menos sin correr el riesgo de sufrir una denuncia por acoso sexual).
La buena noticia es que nunca se puede ser demasiado inteligente. Todavía no hemos encontrado a ninguna empresa que haya ido a la bancarrota porque tuviese demasiado talento. De hecho, un estudio reciente pone manifiesto que sólo el 7 por ciento de todos los directivos está totalmente de acuerdo con la afirmación “nuestra empresa tiene suficientes directivos de talento para perseguir todas o la mayor parte de sus prometedoras oportunidades”. El estudio muestra incluso que las tres cuartas partes de los ejecutivos de todo el mundo consideran que el rendimiento humano está por delante de la productividad y de la tecnología en términos de importancia estratégica. El mismo estudio pone de manifiesto también que el 80 por ciento de todos los ejecutivos pretenden que hacia 2010, atraer y retener a la gente será el problema estratégico número uno.
Un giro imprevisto de este desarrollo es el hecho demográfico de que el pozo del talento empezará a disminuir, al menos en el mundo postindustrializado. A lo largo de la próxima década, el número de personas entre 35 y 44 años descenderá en un 15 por ciento en relación con la población total, tanto en Europa como en Norteamérica. La disminución de los índices de nacimientos y el envejecimiento de la población son los principales ingredientes de esta bomba de relojería.
¿Conclusión? La mayor parte de las organizaciones serán tomadas como rehenes por un pequeño número de personas. Llamamos a estas estrellas competentes clave. Son las pocas personas que hacen que ocurran las cosas realmente. Saben cómo utilizar sus fortalezas y arreglárselas con sus debilidades. Y encontramos a estos nómadas del conocimiento competente por todo el mapa. Los encontramos en los deportes –imaginemos al equipo de futbol inglés Arsenal con o sin el jugador francés Thierry Henry –. Los encontramos en la empresa: en Microsoft, la gente habla incluso del “Capital Bill”. Es la moneda utilizada para comprar tiempo junto a Mr. Gates en cuestiones de tecnología y de empresa. Cuando los virus informáticos “Melisa” y “Love letter” originaron un caos en todo el mundo, ¿utilizó el FBI a sus propios expertos para capturar a los culpables? No, la Oficina se vio obligada a contactar con un hacker escandinavo de 17 años. El talento tiene caras muy diferentes, se presenta en una variedad de modelos y formas.
Los competentes son monopolios móviles. Permanecen en un sitio sólo mientras se les ofrezca algo que deseen. Cuando ya no se les ofrezca, se irán para trabajar con cualquier otro, en alguna otra parte, o para fundar empresas unipersonales: Yo, S.A. En los Estados Unidos, la llamada “nación de agentes libres” se compone de 16 millones de autónomos, 3 millones de trabajadores temporales y 13 millones de microemprendedores, más personas de las que están empleadas en el sector público.
El mercado del talento no opera como los mercados de las materias primas. Los individuos competentes son únicos y distintos. Los economistas describirían incluso el mercado del talento como imperfecto. El poder está ahora en proceso de ser transferido desde los propietarios del capital financiero a quienes controlan el capital intelectual. En el nicho de los trabajadores de cuello dorado del mercado de trabajo, las firmas pueden acabar siendo tomadoras de precio, al verse forzadas a aceptar cualquier tipo de salario que les sugieran los hombres y mujeres de talento. Las organizaciones están a merced de quienes controlan el recurso más fundamental y escaso. Los efectos colaterales son obvios.
Para las almas más desafortunadas –trabajadores que pueden considerarse como commodities sin un conocimiento especial— la nueva realidad es un mundo de competencia asesina. Estos individuos venden un servicio no diferenciado, del cual hay abundancia, en un mercado global, en competencia con millones, quizás incluso con miles de millones de otros, a empresas de alcance internacional. Y cada vez son más las personas afectadas por este fenómeno. Un ingeniero de India o China es tan bueno como otro de España o Alemania. Son libres para trabajar para empresas domésticas o extranjeras, en su país y, en el caso de los indios, también fuera. Estos ingenieros harán trabajo por menos de 20,000 dólares al año. La primera oleada de trabajo barato y competente –que causó en su tiempo una gran revolución estructural en el Occidente industrial, provocando desempleados en masa en los sectores textiles, naval, minero, de fabricación de automóviles y otros–, empezará a golpear ahora no sólo a los trabajadores de cuello azul, sino también a personas en posesión de una licenciatura universitaria.
Hace unos años, Trieu Nguyen enseñaba arquitectura a los estudiantes en Ho Chi Min City, Vietnam. Ahora trabaja en un edificio de oficinas cerca del aeropuerto de la City, donde comprueba los diseños técnicos para un bloque de residencias de estudiantes en el sur de Londres. En julio de 2003, el servicio de noticias Reuters anunció que trasladaría a India a más de 600 trabajadores de los Estados Unidos, el Reino Unido y Singapur. Este es el comienzo de la segunda ola. ¿Resultado? El arquitecto, el ingeniero, el contable, o cualquier otro trabajador del conocimiento que no tenga talento real ya no está seguro. Nuestro consejo es sencillo: muévase hacia arriba en la cadena de alimentación del trabajo o salte del camino.
A quienes tienen, se les dará
La lista de organizaciones que se dan cuenta de que el poder pertenece ahora a (algunos de) sus empleados es cada vez mayor. Según Charles Handy, hace unos cuantos años, el 30 por ciento aproximadamente de las acciones de las empresas norteamericanas estaban comprometidas en opciones sobre acciones. En Microsoft, Bill Gates, es dueño del 25 por ciento de la empresa y los empleados aproximadamente del 15 por ciento. Si el precio de las acciones se incrementa el 10 por ciento anual, el capital de los accionistas empleados se incrementará en torno a los 7 mil millones de dólares. Si Microsoft tuviera que remunerar eso, sus beneficios se esfumarían. La relación entre el empleador y el empleado está cambiando de forma radical, como consecuencia de ello.
Los hombres y mujeres de talento demandan participación en la propiedad cada vez en más organizaciones. Por supuesto que los accionistas empiezan a reaccionar, a llorar y gritar. Algunas veces consiguen para tales esquemas de compensación, o al menos minimizar “el daño”, entregando una pequeña parte de la empresa. Pero, en un periodo de cinco o seis años, es probable que los empleados estrellas pidan incluso más. ¿Qué dirán entonces los accionistas? ¿Qué pueden hacer?
Robin Hood no está muerto. Sin embargo, esta vez no roba al rico para dar al pobre. Ahora, el dinero fluye directamente desde los inversores de capital hasta los bolsillos de quienes tienen el capital intelectual. ¡Enhorabuena!
Autor Kjell Nordstrom . Economista sueco. Co-autor de los best sellers Funky Business y Karaoke Capitalism
Fuente: Intermanagers México