Kleist gran dominador de la muerte, Stefan Zweig

Por Kim Nguyen

Kleist es el gran poeta trágico de Alemania, no por su voluntad, sino porque forzosamente su naturaleza fue trágica, y su existencia, una tragedia. Precisamente su hermetismo y reserva y su apasionamiento, es decir, lo prometeico de su ser crea esa cosa inimitable que hay en sus dramas y que ningún otro pudo alcanzar ya: ni aún Hebbel con su fría espiritualidad, ni Grabbe con su fogosidad. Su destino y su ambiente forman parte de sus obras; por eso me parece una necedad la exclamación, oída tan a menudo, de “a cuánta altura hubiera Kleist elevado la tragedia, si hubiese sido sano y libre de la fatalidad”. La esencia de su ser era tensión; su destino, la autodestrucción por exuberancia, por exceso de presión; por eso tienen el mismo significado su suicidio, como obra de arte, y el “Príncipe de Homburg”, pues junto a esos grandes dominadores de la vida (como Goethe), aparece, de vez en cuando, un gran dominador de la muerte que hace de su muerte la más alta poesía de su vida. “A menudo una buena muerte es el mejor camino de la vida”, como dice Günther, que no supo dar forma a su muerte, cayó en su desgracia, y se apagó como una lucecita. Al contrario de esto, Kleist, verdadero trágico, eleva plásticamente sus pesares en el momento inmortal de su muerte. Todos los sufrimientos, sin embargo, están llenos de sentido si obtienen la gracia de la personificación, de la creación. Entonces surge la magia más elevada de la vida, pues sólo el que está despedazado siente el anhelo de la perfección. Sólo el arrebato alcanza el infinito.

Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, 1925

Retrato de Heinrich von Kleist, 1801
Dresden, colección Otto Krug