El terremoto de magnitud 9.1 en la escala de magnitud de momento*, conocido como terremoto de Sumatra-Andamán, provocó un famoso tsunami el 26 de diciembre 2004 dejando casi 230 mil muertos y desaparecidos. Tailandia “apenas” fue el cuarto país con más muertos y desaparecidos pero fue el que registró mayor proporción de turistas muertos, un 50% de su total. Lo que me hace preguntarme si hubiesen dado tanta cobertura al Tsunami del 2004 sino hubiesen estado los turistas.
Dentro de Tailandia Ko Phi Phi es un archipiélago de islas famoso sobre todo desde que Leonardo DiCaprio protagonizara “La Playa” (2000) en Ko Phi Phi Lee, ahora parte del Parque Nacional de Phi Phi. La isla principal es Ko Phi Phi Don la única isla habitada de todo el archipiélago, en realidad parecen dos islas montañosas unidas por una alargada y muy estrecha extensión de tierra.
En esta explanada de tierra es donde se compactan las escuelas de buceo, los restaurantes, las tiendas de souvenirs y los supermercados de precios exagerados.
Aquí también se acuerdan del rey
El 70% de esta misma explanada de tierra fue arrasada por el Tsunami en el 2004 dejando 700 muertos en una isla de 28km2 donde la mayoría es selva y piedra caliza. Actualmente la isla se ha recuperado casi totalmente y si en algún momento fue un lugar paradisíaco y alejado de la civilización ya no lo es. Está plagado de turistas que vienen a pasar el día o a coger excursiones de un día para ir a la famosa Maya beach y creerse Leonardo DiCaprio.
Desde cualquiera de los miradores de la isla se puede ver el mar azul cristalino a la izquierda, verde cristalino a la derecha y la estrechez de tierra en medio entre las dos montañas. Un paisaje idílico que desaparece a medida que te acercas y ves la cantidad de residuos flotando en el agua, por las mañanas las dos bahías están llenas de barcos que llevan a los turistas a sus excursiones pertinentes; lanzarse desde un acantilado, bucear con bombona, hacer snorkel, ver monos, creerse DiCaprio y por las noches los bares hacen espectáculos con fuego, ofrecen bebida gratis si te desnudas y permiten a cualquiera emborracharse hasta no poder más al lado del mar. No quiero imaginar cómo debe ser la Full Moon Party en la vecina Ko Pha Ngan.
Mi primer día en la isla me dedico a encontrar alojamiento lejos de la playa, un lugar para cenar, comprar antimosquitos y alucinar con el precio de los supermercados; sobre todo cuando vas directa al primer 7&11 que ves con tus 28B y ves que ha subido a 48B por obra y gracia del señor Ofertaydemanda. Para el segundo día y como sólo se me podría ocurrir a mi subo a los miradores a las doce del medio día y sudo más que en una sauna, hago las fotos de rigor, me tomo un batido de sandía en la cima, ayudo a la parejita que ha subido hace media hora y acaba de recuperar el aliento a hacerse fotos; ya de bajada me apunto a un Tour en el que me llevarán a hacer snorkel entre peces de colores, bañarme en el parque natural de Maya Beach (no hay manera de escaparse) y acabar viendo plancton luminoso en la más absoluta oscuridad. Para acabar de pasar el día nada mejor que recorrer la arena de punta a punta varias veces bajo la atenta mirada de los guiris resacosos buscando algún lugar con el agua algo menos contaminada o la arena un poco menos sucia.
Un increíble viaje accidentado
Al día siguiente mi oído sigue tocando la moral pero nada me va a impedir ver plancton luminoso así que puntual me presento en la oficina para esperar que el barquero tailandés me venga a buscar. Para ver plancton resultamos ser sólo tres pero el barquito se llena de veinteañeros semi resacosos interesados en ser DiCaprio. Junto al barquero va un niño que hace de ayudante y traductor intentando explicarnos a dónde iremos o diciéndonos que volvamos al barco para ir al siguiente destino.
La primera parada es un trozo de tierra firme de menos de un metro plagado de monos. Mientras el niño pone el ancla el barquero les ofrece cacahuetes y ellos se acercan hasta que uno de ellos descubre una bolsa con algo de comida en la popa. En el tiempo que se tarda en decir “Bolsa” se produce una carrera a través de la barca para ver quien consigue la bolsa. El animal evolucionado para coger bolsas de comida gana la carrera sin despeinarse, se encarama a los árboles y mira hacia abajo a sabiendas que está a salvo, cerrando un poco los ojos puedes ver como saca la lengua. A punto de irnos al siguiente destino un chico cuya evolución no debió funcionar muy bien toca la moral a otro de los monos que lo acaba arañando en la espalda.
Un par de chicos indios y yo comentamos entre nosotros lo importante que es ponerse la vacuna de la rabia. Pasamos al lado de lo que dicen que es una cueva Vikinga, dejando de lado la dificultad de los pobres vikingos para bajar hasta el mar de Andaman es un pequeño hueco en la pared rellenado con soportes de madera donde los locales recogen nidos de pájaros para hacer la famosa “sopa de nidos de pájaros”, nunca dijeron que iban a ser originales con el nombre. El siguiente destino es la bahía Pi-Le, una bahía sin tierra firme donde nos lanzamos al agua sin dudar; esto sí se parece más a un lugar paradisíaco, sólo hace falta mirar hacia arriba y ver los acantilados de piedra caliza llenos de vegetación y los pájaros que vuelan sobre nuestras cabezas para ignorar las hordas de turistas de mi alrededor.
A los diez minutos el niño balbucea algo para que volvamos a la barca, nos cuentan y giramos hacía el siguiente destino. Yo voy sentada en la parte de detrás, justo frente al barquero cuando por el rabillo del ojo le veo sacar un machete con el que podría cortarnos a todos en pedazos. Me quedo quieta esperando el movimiento brusco de su brazo para lanzarme al agua de un salto y salvar mi vida cuando escucho como está rajando un trozo de tela, me giro para ver que está partiendo un trozo del trapo más sucio que he visto jamás fuera de un taller mecánico; me sonríe, y levanta una mano, bajo la mirada y veo que tiene toda la mano y parte del pantalón ensangrentados. Pongo cara de interrogación y me muestra la sangre que le sale del dedo, sonreímos los dos con cara de consecuencias, recuerdo que tengo esparadrapo en la mochila, lo busco y me giro para ofrecérselo. Con una sonrisa se quita el guarro-trapo y me alarga el dedo, se lo vendo sólo con esparadrapo lo mejor que puedo dejándole algo de movilidad en el resto de falanges. Tiene un buen tajo de al menos un centímetro y pienso que eso ha de escocer un montón con el agua del mar. La tercera parada es la bahía de Loh Samah donde un montón de peces de colores nos vienen a ver y la gente se baña entre ellos, yo me quedo en el barco deseando que el oído no me dé mucho la brasa sino lo sumerjo. El barquero me pregunta por señas porque no me meto en el agua y yo le explico que me duele el oído. Josh, un chico australiano, con menos resaca que el resto, me pregunta lo mismo . Acabo señalando los peces que veo desde el barco para que él los persiga con las gafas y el tubo de buceo. La barca se acerca un poco a los acantilados y ya no me resisto a meterme bajo el agua, buceo con las gafas, el tubo y aguanto la respiración para tocar el fondo del agua cristalina. Unas ostras gigantes con el interior lila se cierran en cuanto me acerco, un pez de colores me ve y corre frente a mi mientras lo persigo. Otro banco de peces de colores viene en mi dirección perseguido por alguien de mi barco; al día siguiente mi oído se acordará de mí pero hoy disfruto nadando entre los peces; algo alargado, negro y blando está posado sobre el fondo y aunque no acabo de descubrir que es, se remueve cuando me acerco. La última parada para la mayoría es Maya Beach, al ser un parque natural se han de pagar 100 B al barquero que los entregará a los oficiales de la isla. Le entrego los 100B y cuando me dice que vamos a estar una hora me vuelvo para ir a buscar mi mochila, me la coge para que baje del barco sin irme de morros y al devolvérmela me da también los 100B del parque natural. Le digo que no pero insiste, todo un detalle por haber puesto un trozo de esparadrapo mal puesto. Doy un paseo por la isla hasta el otro lado, el sol da de cara así que las fotos son horribles, no me siento DiCaprio para nada. De ahí salimos a ver la puesta de sol y volvemos al puerto donde se baja todo el barco incluido el niño “traductor”, quedamos tres de nosotros y el barquero con una pegatina naranja que nos han puesto en la camiseta. Vamos a ver plancton luminoso. Ya sin luz solar el barquero nos lleva a una esquina cerca de unas rocas, la barca no tiene luz y estamos iluminados sólo por la luna decreciente, para el motor y empieza a tocar el agua. Pone el motor en marcha otra vez y se mete en una zona cerrada con una red sumergida. Ahí se pone las gafas de buceo, nos mira y señala el agua. Ninguno de los tres estamos muy convencidos de meternos en ese agua oscura y del plancton no hay ni rastro desde la borda. Al final el barquero salta al agua y empieza a mover las manos, no vemos gran cosa pero el señor y yo nos lanzamos tras él. Al meternos en el agua con las gafas, mover las manos y los pies aparecen estrellas en el agua, del mismo tamaño que las estrellas del cielo, parece que están a miles de kilómetros de distancia pero en realidad son sólo partículas de plancton estimuladas con tu movimiento. La imagen es increíble, puedo pasarme horas bañándome con las estrellas, siento que estoy rodeada de ellas en el cielo, bajo mis pies, en mis manos, entre mis dedos; hay estrellas por todos lados. Pero entre esas estrellas sólo hay oscuridad y la oscuridad me recuerda el vacío, lo desconocido, algo que no puedes ver ni saber y me pone nerviosa, casi tan nerviosa como recordar de pronto las excursiones que he visto anunciadas para ir a ver tiburones; los dos chicos están ocupados con la otra chica que no sabe nadar muy bien y va con el chaleco salvavidas dando grititos, a través del tubo de aire bajo el agua tengo un par de ataques de hiperventilación que no me impiden disfrutar del momento. Ha valido la pena, y ya de vuelta entre los tres comentamos la jugada. Eso de bañarse a oscuras en el mar une así que reservamos un restaurante y después de una ducha vamos a cenar y a tomar algo los tres juntos. En el puerto nos despedimos del barquero con un Wai y se me ocurre la brillante idea de meter el pie a oscuras entre la plataforma de mimbre y la barca para crearme un bonito recuerdo en forma de morado en el tobillo. Ya en el restaurante me explican su historia; él trabajaba de programador en Londres, se fue un par de semanas a Bali donde conoció a Marina, la chica rusa que apenas sabe nadar y trabaja a distancia escribiendo poesía, y ya llevan 5 meses viajando juntos por toda Asia. La semana que viene cada uno volverá a su tierra para pasar las Navidades con la familia y amigos y luego no saben cuando se volverán a ver. Entre espectáculos de fuego y arena paseamos por la playa buscando un sitio para tomar algo, vemos que efectivamente hay gente que se desnuda por un cubo de alcohol. Durante la conversación le pregunto a Marina de que parte de Rusia es y me dice que de un sitio muy cerca de Moscú, apenas a 500 kilómetros, definitivamente las distancias en Rusia no son como en Europa.
La cena, la bebida, el oído, mi habitual mareo en los barcos, un resfriado común, la visión de cuerpos de guiris gordos y borrachos desnudos en la playa o algo me han sentado mal. Mucho me temo que he abusado de mi resistencia, hay 30ºC de temperatura ambiente pero tengo frío y me levanto a buscar el saco de dormir que no he usado en todo el viaje. El día siguiente me lo paso en la cama con fiebre y cuando por fin consigo levantarme es gracias al paracetamol. Por la noche consigo levantarme lo suficiente para ir a comprar gelatinas y galletas saladas para no tomar otro paracetamol con el estómago vacío y de paso comprar el billete de ferry a Ko Lhanta. Porque si algo sé es que soy una cabezota y si le digo a mi cuerpo que mañana va a estar bien mañana va a estar bien. Tardo menos de treinta minutos pero vuelvo a la GuestHouse justo cuando la fiebre me vuelve a subir. Gelatinas, paracetamol, dormir.
Notas
*Para aquellos a los que les suene la a escala Richter esta sólo mide sismos de 2 a 6.9, cualquier magnitud superior a 7 se mide con la escala sismológica de magnitud de momento.