Parece una broma del destino. No fue en una candente mañana de febrero, en la que Jorge Luís Borges murió, fue de junio. Más exactamente, un catorce, cuando el autor de Ficciones y El Aleph, halló finalmente contestación a la pregunta que le hiciera Marguerite Yourcenar, pocos días antes, al encontrarlo en Ginebra: «¿Borges, cuándo saldrás del laberinto?». «Cuándo hayan salido todos», respondió Borges a Yourcenar. Esa respuesta parece tener sentido —o en absoluto— puesto que la víspera Escocia, Dinamarca, Alemania y Uruguay, jugaron, enfrentándose respectivamente, al cierre de la primera fase del certamen. Stevenson, Hans Christian Andersen, Goethe y el país del otro lado del Río de la Plata, tan enraizado en la genealogía espiritual de Borges, parecían ligarse simbólicamente, como ofreciéndole una despedida viril y tosca. La vida como la literatura, se configura en devenir —decía Deleuze—; y así confronta, al fin, los opuestos. Aquel 14 de junio de 1986, esa huida del laberinto coincide con el Mundial de México. Qué atroz banalidad.Y no fue la renovación de un anuncio de cigarrillos, como sucede en su relato, tras la partida de Beatriz Viterbo, lo que demostraba fehacientemente el devenir del mundo material que olvida, sino un mundial de fútbol —deporte al que Borges denominaba, palabras más o menos, como «el peor crimen cometido por Inglaterra»—.
(Pasemos ahora sí a la literatura)
En el relato El Aleph, la evocación de esa figura femenina (la fuerza poderosa de lo femenino), es la excusa para describir aquel objeto que revela un vasto universo contenido en un espacio reducido (la literatura). María Kodama, la muchacha a la que el escritor une su vida durante la última década, tras perder definitivamente a su madre, será la persona a la que edípicamente el escritor, decide legar su herencia (de jure) literaria. Esa presencia de la autoridad femenina atraviesa el relato, del mismo modo que en la vida de Borges lo hicieran primero su madre, Leonor Acevedo, su ama de llaves Fanny, a quien el autor quita su pequeña herencia, para ponerla en manos de su nueva albacea testamentaria y cónyuge. En El Aleph, el mundo conocido es interpretado por el personaje principal, quien recostado en una escalera, ve a través de un agujero de un centímetro de diámetro, todo el universo. Esa ontología particular del acto literario, al entender el mundo como objeto estético, por medio de la observación de un espectador pasivo, deviene en metáfora del sentido mismo de la literatura de Borges. En tal sentido, el concepto puntual que tenía éste de la escritura sensu estricto, puede seguirse en otro punto de referencia de su obra, como Pierre Menard, Autor del Quijote. Aquí se comprende la ignorancia en materia estética por parte de la heredera (¿intelectual?) del legado borgiano. María Kodama, en su rol de albacea literaria del genio argentino, no parece entenderse bien con la tarea de su difunto esposo.
Su reciente incidente judicial con el autor Pablo Katchadjian, quien sacó un tiraje de un libro de cincuenta páginas y doscientos ejemplares de El Aleph Engordado, ha puesto en la palestra nuevamente los límites de lo que transgrede lo meramente jurídico y se adentra en las aguas procelosas de lo literario —ya de por sí bastante difusas como para vérselas con los farragosos asuntos legales. El quid de la demanda, según Kodama, estaría en el uso “arbitrario” que hace de la obra de Borges, el editor-escritor. Una transgresión consistente en adicionar pasajes, situaciones e incluso imágenes, según parece.
(Para heredar una tradición, en primer lugar, es preciso comprenderla cabalmente. Así, como en el cuento, para que el error no empañe su memoria —la de Pierre Menard—, una breve rectificación —en el caso de la obra de Borges— resulta inevitable)
Pierre Menard, acomete la tarea de reescribir El Quijote de Cervantes. Sin embargo, como seguramente tuvo en mente Pablo (el escritor de apellido impronunciable) con su Aleph Engordado, Menard pretendía revestir de nueva semántica cada una de las palabras del manco de Lepanto. (Galgo, salpicón, hidalgo, molino, hideputa, galeote, etc). «La tarea del arte es esa —dice Borges en una entrevista ya célebre, dada para la televisión española en 1976, diez años antes de huir del laberinto—: transformar lo que nos ocurre continuamente, en símbolos, en música, transformarlo en algo que pueda perdurar en la memoria del los hombres». En tal sentido, y siguiendo la idea de Deleuze acerca del devenir de la escritura, en varios entes, hasta finalmente, convertirse en imperceptible (G. Deleuze. Crítica y Clínica, 1. La Literatura y La Vida), ¿El Aleph Engordado de Katchadjian, no tendría carta de ciudadanía dentro de la fenomenología del lenguaje borgiano, para convertirse por obra de la hermenéutica de cada interventor-autor-lector, en instrumento capaz de expresar una nueva semiótica, tal como Menard pretendía hacerlo con la obra de Cervantes?
En un fragmento de El Aleph, el narrador, dice:
«…vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
Sentí infinita veneración, infinita lástima.»En un mundo en que la corrupción se manifiesta en banalidad, Borges presintiendo la inminente corrupción de la belleza del pensamiento, ¿no sentiría infinita lástima porque su Aleph, no tomase un nuevo aire, en tiempos dominados por lo atroz, la brutalidad de la ignorancia, incluido el fútbol, y la banalidad de lo literario, ahora, cuando la lengua de Cervantes parece reducirse a la fugacidad de un emoticon?Preguntémosle a Kodama.