Desde el día que os conté que se me habían clavado varias espigas en las orejas no he vuelto a pasear por el bosque. Mi familia dice que lo hacen por mí, pero yo no les creo. Estoy seguro que es el calor lo que les hace estar perezosos, porque si no, ¿para qué vamos al vallado, donde hay tantas espigas?
Ahora casi siempre voy atado. Hermanito me dice que él prefiero estos paseos. Nos movemos los dos y no estamos parados bajo el sol del descampado. Lo entiendo y por eso no me quejo. Además estoy alejado de todos esos problemas que he experimentado durante mis tres años… o eso creía.
La semana pasada, mientras caminaba alegremente por el césped que tenemos en frente de casa, noté que algo me picaba en la tripita. Al principio no le di ninguna importancia, sería un palo o algo así que me había rozado. Pero no. Conforme avanzaba la tarde la parte baja de mi barriga se empezaba a hinchar. «Me están volviendo a crecer los huevecillos, la castración no funcionó completamente», pensé en un principio. Me alegré mucho y empecé a andar por la casa exhibiendo mi brillante condición. Sin embargo, poco a poco empecé a notar calor dentro. La piel se volvió roja y un gran dolor me recorrió los cuatro costados. No podía ni sentarme. Tenía que adoptar posiciones extrañas que estaban muy lejos de ser cómodas.
Cuando Hermanito y Novia dijeron de salir a la calle fui corriendo a verles. Salté a la cama y me tumbé delante de ellos, boca arriba, esperando a que me viesen la barriga. Fue ella la que se dio cuentea por primera vez. Le preguntó al chico si eso era normal y él dijo que iban rápidamente al veterinario.
Caminamos. No muy rápido porque me dolía. Además, tenía que ir ladrando a todos los perros y marcando mi territorio. Una lesión no iba a dejarme fuera de combate. Cuando llegamos me miraron atónitos. Incluso la chica que estaba de prácticas alucinó y me hizo fotos. «Chica, sé que tengo unas condiciones increíbles, pero también necesito intimidad». Me pincharon varias veces, me clavaron agujas para comprobar que no tenía acumulación de la sangre por la rotura de cualquier cosa y, tras mucho gritar y llorar, me dejaron tranquilo. Me dolía mucho y me sentía un poco alelado. Caminamos de vuelta y me quedé en casa, delante del ventilador, descansado. «¿Por qué Mamá sigue sin estar conmigo?», pensaba todo el rato. «¿Qué he hecho para que me abandone?».
Al día siguiente volvimos al veterinario. Yo no hacía caca. Me dolía mucho solo pensarlo, así que decidí que la mejor opción era guardármela dentro hasta que estuviese totalmente curado. Durante el día noté un fuerte pinchazo en la tripa. Me miré y casi me mareo. Algo se había roto en la piel y tenía un agujero enorme. Me lo chupé muchas veces para curarlo, pero no funcionaba. Cada vez me dolía más.
Cuando llegamos a la clínica y me lo vieron, la chica volvió a hacerme otra foto. Ya no tenía energías para negarme, así que simplemente posé y aproveché para pedirle más mimos a Hermanito y Novia. Cuando los mayores me vieron la herida dijeron que me tenían que dormir. Yo no quería, pero no pude resistirme. Me pincharon algo raro y, aunque al principio solo veía a Hermanito y Novia, pronto empecé a confundirlos con salchichas.
«Despierta, Koko», escuchaba a lo lejos. «No, no y no. Con lo a gusto que estoy aquí tumbado con mi aire acondicionado». Al final los muy pesados me levantaron y me obligaron a ir a casa. El paseo fue muy divertido porque todo se movía: los árboles, los edificios, mis dueños… Llegué a casa y me tumbé a dormir más. ¿Volvería a soñar con salchichas?
@CarBel1994