Revista Arquitectura

Krikor Abrahamian: “Mi ideal es transitar mi oficio entre el arte y lo funcional”

Por Pallares
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Distinguirse en una industria de sobreproducción, con múltiples canales de difusión y acceso a trabajos de todas partes del mundo, es el gran desafío de este siglo. Sin embargo, hay quienes lo logran, ya sea por su cuota de innovación o autenticidad. Krikor Abrahamian, un joven diseñador uruguayo de origen armenio, vale como ejemplo de que con creatividad, impronta y determinación es posible trascender mercados e incluso destacarse en un rubro tan competitivo como el del diseño industrial.

Krikor Abrahamian: “Mi ideal es transitar mi oficio entre el arte y lo funcional”

La confección artesanal, el tipo de cortes, la obsesión por el detalle y las cualidades del material son aspectos que atraviesan transversalmente todas sus obras. Las piezas son realizadas a mano por él mismo e implican un proceso de elaboración tan minucioso como el de un orfebre de joyas de lujo. La diferencia es que la materia prima es madera: piezas de nogal, fresno, lapacho y roble son insumos para la creación de objetos que tienen la particularidad de ser funcionales y a la vez escultóricos.

Desde su taller en Montevideo, confecciona muebles y accesorios de formas orgánicas y líneas redondeadas, sin recurrir jamás al enchapado. Los tiempos de producción de cada trabajo artesanal varían según la complejidad, el tamaño y el nivel de detalle de la pieza. Y es justamente este slow design lo que caracteriza su reducido -pero personalizado- catálogo y lo posiciona como un diseñador de referencia no solo a nivel local sino también internacional.

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Su estética se apega a un estilo nórdico de los años ‘50 aunque con carácter ultramoderno, incluyendo objetos diversas que van desde una tabla con mango calado hasta una mesa de piezas encastradas y patas torneadas, estanterías, bancos y objetos que juegan con distintas tonalidades, técnicas y tipologías. La premisa es hacer de un mueble o un objeto un volumen con el valor artístico suficiente como para trascender su funcionalidad.

¿Cuándo se da la transición entre el diseño gráfico y el diseño industrial?

Mi primera gran experiencia diseñando algunos objetos fue en Mutate. Ahí me salí del gráfico a los productos. Fueron ocho años de trabajar recorriendo ciudades para ver objetos y muebles. Hacía scouting y viajé por Portugal, España, Francia… La belleza de eso es que conocés la ciudad desde otro lugar, te empezás a meter en barrios, recorrés mercadillos y los mismos locatarios te van llevando a nuevos lugares, más alejados del turismo tradicional. Después de esa experiencia llegó una pasantía en Designo Patagonia, hasta ahí nunca había estado en un taller. Los elegí porque tenían área de diseño y de producción, que no es muy habitual, por lo general una de las dos se terceriza. Un día me pusieron a lijar, fue la primera vez que agarré una lijadora orbital y no hubo vuelta atrás.

¿Qué te atrajo de esa situación de trabajar con la lijadora?

Quizás sentir que realmente podía plasmar lo que estaba sintiendo. Uno puede proyectar, pero la realidad es que la pieza se va haciendo en el momento. Yo tiro algunas líneas, empiezo la obra sabiendo por dónde va y diseño en un plano. Luego, cuando llegás al momento de desarrollarla, te das cuenta que necesitás hacerla más ancha, más alta. El puntapié es el dibujo, después se termina en el mero hacer.

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¿Qué te dio tu experiencia como diseñador gráfico a la hora de crear y desarrollar tu emprendimiento?

Saber de imagen de marca siempre suma. Yo estudié Diseño Gráfico en ORT y no terminé. Luego hice Artes Gráficas en Bellas Artes. Mis experiencias anteriores complementan un todo. Me han halagado, por ejemplo, la estética de mis presupuestos. Creo que el hecho de tener una mirada muy cuidada de todo el proceso también me lo dio el diseño gráfico.

Trabajás con estudios de alta gama como Obra Prima, pero también con clientes particulares. ¿Cómo llegan a vos?

A veces me contactan por las redes y otras veces llegan a través del estudio. Ahora estoy trabajando para unos clientes de Loma Verde, con los que pegamos muy buena onda. La clienta me empezó a seguir y se dio la buena energía. Eso también lo permite la escala, el hecho de contactar con el cliente, ir a la casa, entender qué es lo que le gusta y generar una pieza diferente y personalizada.

Muchos de tus clientes están en el Este y otros en el exterior. ¿Cómo hacés para mandar las piezas?

Usualmente los clientes se llevan las piezas y se encargan del tema del flete cuando son grandes. Acabo de hacer unos cepillos y tablas para unos chicos de Hawai, pero la mayoría de los pedidos se concentran en la región, en la zona de Manantiales y José Ignacio.

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Después de tener consolidada una serie de piezas, ¿las vas seriando para automatizar el trabajo? ¿O nunca una es igual a otra?

Una de las cosas positivas de estandarizar es que conocés el proceso y el tiempo que te lleva, entonces eso te facilita. Pero no sé si es lo que más me vibra. Entiendo cada pieza como una escultura, como un volumen, y no tengo intención de generar algo que choque la esencia de lo artesanal. La idea es generar piezas cutomizadas. Sí, se hace complejo porque tenés que estar resolviendo todo en el proceso, no hay nada armado, pero es lo que más me divierte.

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¿Cómo hacés para frenar la repetición de productos que lograste establecer como piezas de culto?

Lo que hice para parar esa situación fue aumentar los precios. Me aburre hacer lo mismo todo el tiempo. Siempre estoy con cosas nuevas en la cabeza. Desde hace un año tengo una pieza pensada y no encuentro el momento de ejecutarla. Es una belleza, una pieza redondeada con patas de bronce que oficia de mesa, pero a su vez puede ocupar un rincón como un volumen estructural. Hay algo en la esencia de que sea un objeto funcional pero que a la vez no se sepa bien qué es. Hice de todo y hay encargos que te obligan a ir mucho más adelante en la técnica y en el proceso. Por ejemplo, una mesa de tres metros de largo que fue todo un desafío a la hora de encastrar y generar el movimiento que quería.

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Comenzaste haciendo objetos más utilitarios y actualmente estás con cosas más escultóricas. ¿Cómo fue la evolución?

Esa fue la transición. Cuando entré a Patagonia y empecé a tocar las herramientas, comencé con tablas porque era lo único que podía manejar. De hecho, las primeras eran cuadradas y tendrían algún detallecito. Luego sumé la tabla con mango descentrado, que ya tiene otro trabajo, pero al principio ¡me recostaba! A medida que fui aprendiendo, complejicé la situación. Lo segundo que hice fue un banco para una casa de Punta del Este. Esa fue la primera experiencia de acople de piezas, cuando comencé a generar estructuras. Hice el molde y lo revestí todo con plaquetas. Quizás ese fue el puntapié que me impulsó a subir siempre de nivel, con la idea de generar piezas que no entren en el ámbito netamente de mobiliario.

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Todos tus trabajos tienen una cuestión muy orgánica y a su vez trabajás con materiales locales. ¿Dirías que las piezas tienen una cierta identidad uruguaya?

Es complejo. No sé si sale de acá, pero a su vez yo soy de acá. Todo lo fui mamando principalmente de Uruguay y de viajes. Las redes permiten conocer mucho también. Aunque informarte de más tiene su riesgo porque se te puede ir el eje. Hay momentos en los que hay que parar y ver qué es lo que querés hacer para continuar por tu propio camino. No sé si la identidad es uruguaya, pero si mis piezas generan un ruido, está buena la asociación de entender que Uruguay provocó eso.

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¿Por lo general te dan mucha pauta de lo que quieren o más bien sos libre en el diseño?

En general me tiran un par de medidas en el caso de objetos como mesas, armo unas opciones de diseño anexadas a una cierta estética y el proceso fluye.

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¿Cuál es el límite entre conservar tu línea y hacer lo que el cliente pide?

No aceptar el encargo cuando se sale de eso. Generalmente quienes me llaman tienen un aire similar o les gusta mi estilo. Tuve mucha propuesta de: “Che, ¿me hacés tal cosa?”. Pero eso es pan para hoy y hambre para mañana. Mi idea no es generar por generar, sino ir de a poco produciendo algo auténtico y genuino, con mi intención en el diseño y en la pieza.

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¿Con qué maderas trabajás y de dónde te surtís?

Uso mucho nogal y fresno, lapacho para algunos acabados. Roble también, aunque es complejo de laburar con la mano porque es duro y llevan más tiempo las terminaciones. Habitualmente compro en barracas de acá. Selecciono las maderas y así comienza cada proceso.

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¿Toda la producción es 100% tuya?

Sí. Es difícil capacitar a la gente para que produzca. Yo hago todo. Los procesos son complejos porque cada pieza lleva como 10 lijados, y entre lija y lija, se levan para abrir los poros y lograr suavidad. Los primeros lijados dan la forma y los últimos la textura. Soy muy obsesivo con el resultado final, entonces las veces que intenté delegar, no quedó como quería. Prefiero seguir teniendo esta producción slow a que las piezas no sean como las imagino.

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¿Cuánto tiempo de producción te llevan las piezas más pequeñas como una tabla o un pincel?

La tabla al inicio me llevaba un día entero de tallado, ahora hago dos por día. No es el producto más rentable de todos, pero funciona y es parte de la imagen de la marca.

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¿Y los más complejos como bancos, qué tiempo insumen?

Mucho más, de 20 días a un mes. Lleva mucho trabajo el encastre de las piezas, hacer que cada una se acople a otra demanda tiempo y pienso.

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¿Hacia dónde vas con tu trabajo? ¿Te gustaría incursionar en nuevas técnicas?

El año que viene hago una rotación en la facultad y voy a escoger un taller de escultura y pintura porque quiero trabajar mármol y bronce para hacer acoples. Creo que la marca va a crecer mucho integrando esos materiales a la madera. Y, a largo plazo, mi ideal es transitar mi oficio entre el arte y lo funcional, seguir trabajando en esa idea de arrastrar el mobiliario a piezas más voluminosas y voluptuosas, sin que pierdan su función utilitaria.

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