Solo quería volver a volar, el brazo estirado, puño al viento, sin despeinarse.
Acariciaba recuerdos de tiempos grandiosos, allí vientre abajo, único lugar donde la kryptonita no le hiciera mella. Pero ya no podía volar. Sin villanos a los que doblegar y —para colmo, recién despedido del periódico— hubo de reinventarse. Se dedicó de lleno a las viudas ricas. Les hacía surcar los aires, gritar, jadear, alcanzar las cotas más altas. De boca a oído remontó su fama de superhéroe. Pero él, al entrar en un dormitorio —grotesco con su capa de antaño— solo soñaba con dejar de ser un mero instructor de vuelo.
Texto: Mikel Aboitiz