L’otre côte. Marseille

Por Marikaheiki

-   Si la vida se pasa como un café y Marsella se resume en el tiempo que tardas en tomarte otro, ¿qué nos queda entonces?

El gitano soltó una risotada y Adri y yo nos miramos divertidas. Acabábamos de ver un video titulado “Recuerdos de Marseille” en el que no había logrado ubicar la ciudad que había conocido durante solo unas horas. Un video de tres minutos que dice resumir al completo la esencia de una ciudad y que, sin embargo, se salta su atributo más visible: su sangre de colores.

 

Llegamos a Marsella de noche,  apretando la furgo desde Macedonia,  y yo con la sonrisa en los ojos.  Adri nos espera en  Place la Pleine, en el barrio de los artistas de Marsella, lo que siempre será para mí después de esta visita frugal. Nada más bajar del coche vemos cómo se derraman los acentos del sur: la gente habla con la boca ancha y sisea el francés con ritmo de tambores. Hablan como lo hacemos nosotras, con mucho morro y muchas erres escondidas en las palabras, y eso nos divierte. Adri me lleva a pasear por las calles de los graffittis y automáticamente me viene a la cabeza que este lugar me calza tan bien como unas sandalias hechas a medida. Pasamos por la plaza y se nos acercan los personajes más variopintos. Ya me había dicho Adri que esta ciudad se ama o se odia, nunca las dos cosas al mismo tiempo, y entiendo a qué se refiere. Es cuestión de afinidad, supongo, con lo fuera de lo común.

 

Cuando paseo por Marsella me doy cuenta de que todas las ciudades tienen una cara amable y otra divertida. Muchos cierran los ojos ante la realidad y prefieren solo fijarse en las refinadas líneas de los edificios del Vieux Port y el vuelo de las gaviotas rozando el agua pura, pero en cuanto te internas un poco en las callejuelas empiezan a surgir los cartelitos y las pinturas, y en las tuberías hay mosaicos con formas de lagartija dibujadas con cristal y todo parece puro arte en Le Panier, arropado por los colores claros y asoleados de las fachadas y las contraventanas de marinero. Cada calle tiene un zsazsazsu especial y me quedaría sentada en las escalinatas durante horas, porque hay ciudades que te regalan pensamientos bonitos y divertidos y Marseille, de las que más.

 

De la Marseille de gafas de sol de marca y yates a la deriva no puedo hablar. No me interesa. Porque al caer la noche empiezan los personajes a salir a las calles y hay uno que se hace llamar Diablo y habla español pero da dos besos al revés, como los italianos, y otro que dicen que es el peor de todos y le llaman el Califa, y así uno detrás de otro en un barrio donde el que no se ha inventado algo con la imaginación está fuera de lugar. Entonces yo me siento en mi salsa. Me paro en las esquinas a observar cómo se comporta la gente y me hace reír esa actitud estrafalaria que parece formar parte del manifiesto común del barrio. Y luego Adri me lleva a Noailles, el barrio marroquí, porque al atardecer se termina el mercado y la fruta se queda en las calles, y cuando empieza a declinar el día los más aventurados se montan sus mesitas en la calle sobre cuatro cajas y se ponen a vender su mercancía, unos zapatos, un móvil que encontraron quizá en un bolsillo alemán en el puerto, calculadoras gigantes y calcetines, los más variopintos objetos que parecen tesoros que desenvuelven con afán de dotarlos de importancia. Ah, las Áfricas de Europa son las que más me gustan. Me sale el alma de regateo, la risa, las cuatro palabritas árabes que me sé desde hace tanto y que tantos favores me han hecho. Esa camaradería, y esas miradas sucias que me divierten más aún, y me dedico a guiñar un ojo a veces y a provocar revuelo.

Marseille, je suis en amour avec toi! No me hace falta pasar una semana, ni quiero hacerlo. Dos días me bastan para dejarme viva la sensación de que eres una ciudad que a la mínima me sorprende, y eso es lo que más me gusta de ti, de todos, del mundo. ¡Que salgan los instrumentos a la calle! ¡Que bailen, que toquen, que se oiga la risa hasta que amanezca!¡Y el saxofón, que suene en la noche dormida, susurrándome las notas del verano!