Miguel Oscar Menassa, “Recordando a Piazzola”. Óleo sobre lienzo, 2012
La abreviación de la cura analítica continúa siendo una aspiración perfectamente justificada, a cuyo cumplimiento se tiende, según veremos, por diversos caminos. Desgraciadamente, se opone a ella un factor muy importante: la lentitud con que se cumplan las modificaciones anímicas algo profundas. Cuando situamos a los enfermos ante la dificultad que supone el largo tiempo necesario para el análisis, suele encontrar y proponernos una determinada solución. Dividen sus padecimientos en dos grupos, principal y secundario, incluyendo en el primero aquellos que les parecen más intolerables, y nos dicen: «Si logra usted librarme de tal o cual síntoma (por ejemplo, del dolor de cabeza o de una angustia determinada), ya veré yo de arreglármelas con los demás.» Pero al pensar así estiman muy por alto el poder electivo del análisis. El médico analista puede, desde luego, alcanzar resultados positivos muy importantes, pero lo que no puede es determinar precisamente cuáles. Inicia un proceso, la resolución de las represiones existentes, y puede vigilarlo, propulsarlo, desembarazar de obstáculos la trayectoria, o también, en el peor caso, perturbarlo. Pero en general el proceso sigue, una vez iniciado, su propio camino, sin dejarse marcar una dirección ni mucho menos la sucesión de los puntos que ha de ir atacando. De este modo, con el poder del analista sobre los fenómenos patológicos sucede aproximadamente lo mismo que con la potencia viril. El hombre más potente puede, desde luego, engendrar un ser completo, pero no hace surgir solamente en el organismo femenino una cabeza, un brazo o una pierna, ni siquiera determinar el sexo de la criatura. No hace tampoco más que iniciar un proceso extraordinariamente complicado y determinado por sucesos antiquísimos, proceso que termina con el parto. También la neurosis de un individuo posee los caracteres de un organismo, y sus fenómenos parciales no son independientes entre sí, sino que se condicionan y se apoyan unos a otros. No se padece nunca más que una sola neurosis y no varias que hayan venido a coincidir casualmente en el mismo individuo. Un enfermo al que, siguiendo sus deseos, hubiéramos libertado de un síntoma intolerable, podría experimentar a poco la dolorosa sorpresa de ver intensificarse, a su vez, hasta lo intolerable, otro síntoma distinto, benigno hasta entonces. Todo aquel que quiera hacer lo más independiente posible de sus condiciones sugestivas (esto es, de sus condiciones de transferencia) el éxito terapéutico, obrará cuerdamente renunciando también a los indicios de influencia electiva de que el médico dispone. Para el psicoanalista, los pacientes más gratos habrán de ser aquellos que acuden a él en busca de la más completa salud posible y ponen a su disposición todo el tiempo que le sea preciso para conseguir su restablecimiento. Naturalmente, sólo pocos casos nos ofrecen condiciones tan favorables.
Sigmund Freud
La iniciación del tratamiento, 1913