Hay otras ocupaciones tan o más inútiles que la mía. Como la de los profesionales especializados en cerrar los ojos a los muertos. O la de la señora Smaig en su relato homónimo tapando las imperfecciones del mundo. También está la de Berenice en Apuntes desde la bóveda celeste, cuya misión es flotar y capturar elementos volantes. Y la de Camila en El triunfo humano, que acumula objetos vacíos que contienen nada. Pero, sin duda, la mayor inutilidad del mundo es la de Dana en Introducción al relámpago.
"Aunque las lágrimas sean una opción inútil, cada vez más inútil, hay que tragárselas. ¿Y cómo se hace eso? Así, por la boca, con suavidad. La lágrima se desliza por el túnel de la garganta y, como si fuera un suicidio acuático, desciende hasta desvanecerse en las tripas. A partir de ese punto, ya no se sabe que es lo que pasa con algo tan delicado. Si se rompe o qué. Si desaparece, cómo. Si se multiplica, por cuánto. Si desemboca, dónde".
"Las cicatrices también caminan, quiero decir, van con las personas, se mueven. Antes caminaba de una manera y ahora camino de otra. Ya no ando tan recta. Me inclino, ligeramente, hacia la izquierda. Hay que adaptarse a la cicatriz, siempre. Y luego ya se puede seguir viviendo".Seguir viviendo y seguir leyendo.
Y seguir subrayando, apuntando, enmarcando. Cosas como ésta:
"Lo peor sucede así, cuando estamos yendo a algún sitio y no acabamos de llegar. Esa sensación de quedarse en el intento, de parálisis horaria, de olvido a largo plazo y salones demasiado amplios. Lo peor de la vida sucede en los gerundios".Y ésta:
"Eso se aprende rápido, que las repuestas siempre decepcionan, y si no decepcionan, acaban convirtiéndose en pesadillas abstractas, en las que aparecen volcanes en erupción o rinocerontes con el cuerno roto".Y ésta otra:
"Y empecé a amar, que se parece mucho al verbo estudiar, pues, de igual forma, se estudia a la otra persona. Se analiza. La pones en relación con tu imaginario y con la vida real y la abandonas y no te presentas cuando no quieres verla y la odias cuando ya no puedes más. Y acabas por querer buscar el aprobado de la otra persona. Simplemente: mantenerla ahí y, de vez en cuando, realizar un esfuerzo mayor, un mérito por si acaso, que consiste en tirar de un hilo frágil, compuesto por cenizas blancas, hasta donde alcance, de forma penosa, bastante patética, dando tumbos y emulando a Bonnie & Clyde".O ésta:
"Las peores tragedias suceden en habitaciones de hotel: infidelidades después de una aburrida cena de empresa, embarazos de gemelos, catastróficas lunas de miel, accidentes domésticos con un nudo de corbata, con un taladro o con un bate de béisbol, suicidios en el interior de un armario. Quizá solo por eso los hoteles estén de paso. Quizá tan solo por eso se paguen habitaciones por número de noches: una noche, dos noches, ciento veinticinco noches como las pagamos nosotros, según calculamos la magnitud de nuestra tragedia: ciento veinticinco noches"Y ésta también:
"Justo entonces me di cuenta de que el amor (el sexo, el amor) incluía aliento, fiebre y sangre a todas horas. Que eso era lo diferente, lo esencial: la aceptación de lo sucio, las impurezas de la otra persona, el secreto manchado, la bilis. Había que desearlo, malgastarlo y volver a desearlo. Era como una exhalación vertiginosa, siempre repetitiva, de líquidos humanos. Revolcarse en el sudor ajeno, hasta quedarse sin fuerzas. Y continuar así, hasta el último día, en que ya no se desea nada anatómico del otro, ni siquiera una palabra o un gesto".Y tantas y tantas otras. Hasta no dejar ninguna línea sin destacar. Porque todo el libro es para enmarcar. Porque cada uno de sus relatos es una joyita que atesorar.
Just a Ride. Fotografía de jeronimo sanz
El estilo de Almudena Sánchez es como de niña, que no infantil; por su frescura, su sencillez, por su ilimitada mirada, por ese jugar con las palabras, su significado y las imágenes que suscitan. No en vano, casi todos sus personajes son mujeres jóvenes o niñas, como una reivindicación de esa página en blanco en la que todo está por escribir y en la que se empieza a escribir lo que se aprende viviendo. Provoca con las situaciones y reflexiones que plantea tímidas sonrisas que dejan un poso amargo, y su lirismo y ensoñaciones no están exentas de cierta musicalidad.
Abunda en sus relatos la sensación de inestabilidad, de no saber dónde se pisa, así como la búsqueda y la huida. Como esa madre desquiciada que viaja con sus dos hijos en busca de un suelo consistente en El frío a través de los engranajes, o los dos ancianos que se lanzan a un último y desesperado viaje en Eclipse. A estos dos últimos otro pasajero les pregunta: "¿Habéis visto el eclipse?", para inmediatamente él mismo responderse: "Yo tampoco he visto ninguno. Pero me dedico a ello, todos los días".
Y, así, todos los días debatimos con nosotros mismos e intentamos mover la ficha que vislumbramos nos alejará de nuestros miedos e inseguridades y nos acercará a nuestros sueños y anhelos para descubrir después que no hemos ido a ninguna parte sino que continuamos en el mismo lugar. Porque las fronteras nos las marcamos nosotros con nuestras líneas imaginarias y los horizontes tienen la culpa de todo, tal y como nos explica la narradora de Compostura: la línea imaginaria.
Leer a Almudena Sánchez es como degustar una caja de bombones; te enfrentas a cada uno de ellos con la alegría de saber que te va a gustar y con la incógnita del placer que te deparará: lo amargo del cacao, lo refrescante de la menta, lo embriagador del licor, lo indefinible del jengibre. Es como la acústica de los iglús del título de su libro, que amplifica el eco y la resonancia; porque este libro se ve y se escucha, porque "como pasa con los susurros y con algunos pensamientos: hay que aguzar bien la mirada para que se aguce de forma simultánea el oído". Cada iglú se me antoja frío (pero no un frío inerte sino un frío limpio, que cristaliza formando el microclima que cada uno llevamos dentro) y aislado y desamparado. No es esto algo que me preocupe, sin embargo, pues, como concluye la tía Delmi en el ya citado El frío a través de los engranajes, "esos lugares inhabitados se encuentran enseguida".
Se encuentran por reconocibles, porque leer a Almudena Sánchez es también como contemplar un firmamento de estrellas que al principio parecen inconexas pero que, a poco que nos esforzamos, vemos que participan de la misma constelación, tal y como nos recuerda la imagen de portada de este libro; es como ese pasatiempo infantil en el que hay que ir uniendo puntos para formar un dibujo. Nosotros somos los puntos sin ser conscientes de que formamos parte de la imagen a descifrar. Porque "los individuos nos intercambiamos el aire por las aceras y sin embargo evitamos mirarnos de frente" y leer a Almudena Sánchez es mirar al otro de frente y reconocernos en él.
"El caso es que vivir se ha convertido en eso: en pequeños instantes de respiración. En escenas cruciales a través del viento". El caso es que leer para mí se ha convertido en eso y, ahora que he leído los relatos de Almudena, sé que todo ese aire que he cogido "lo llevo aún muy dentro de mí, escondido en algún lugar de mi cuerpo, más allá de los pulmones, más allá del pecho. Porque todavía lo siento moverse muy fuerte entre mis costillas y elevarse hacia mi garganta, como una muchedumbre o una máquina destructora. O incluso peor: lo oigo resonar como una taquicardia. Y a veces el aire me envuelve en pausa y en silencio. Y otras veces entrecortado. Y otras se paraliza, como una estela puntiaguda en la boca del estómago".
Posteridade. Fotografía de jeronimo sanz
Lo bueno de subrayar un libro entero es que es algo así como no subrayarlo. El marco se desencaja. Arde el ataúd. Se liberan las palabras. Que os las lleve el viento. Respiradlas.
Ficha del libro:
Título: La acústica de los iglús
Autora: Almudena Sánchez
Editorial: Caballo de Troya
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 155 páginas
ISBN: 978-84-15451-73-0
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