La adaequatio parece ser dualista. Asume que la verdad no está ni en el lenguaje ni en los hechos, sino en la correspondencia entre ambos, como si estuviera escindida en dos mundos o fuera una propiedad emergente en lugar de un sustrato inmutable.
Si, por el contrario, dicha teoría resultara ser monista y afirmara que la verdad está sólo en los hechos, siendo copiada o traducida por el lenguaje, erraría de nuevo, al excluir de la verdad las verdades a priori.
Esta concepción de la verdad confunde asimismo lo real con lo verdadero. La proposición "Hoy es viernes" no es menos verdadera que "Hoy es viernes y llueve". La verdad, ya sea necesaria o contingente, no admite grados. Puede decirse que la primera proposición es menos descriptiva de la realidad que la segunda, pero no menos verdadera. Así, en una verdad contingente su valor de verdad procede de la no contradicción, mientras que su valor de contingencia se asienta en los hechos que describe.
De ser la verdad acumulativa como lo son las descripciones, llegaríamos a la conclusión de que el universo, que es la suma de todo lo real, contiene la verdad máxima. Ahora bien, puesto que la verdad no puede ser contradictoria y el devenir lo es, pues en él todo fluye de un estado a su contrario, se sigue que el universo no contiene la verdad máxima ni, por la misma razón, ninguna verdad en absoluto. Todo lo que hay de verdadero en el universo no le pertenece, sino que es precisamente aquello que lo limita.
Con lo anterior queda demostrado que los hechos no son la fuente de la verdad y que, por tanto, ésta no puede consistir en una adecuación entre el lenguaje y los hechos.