Retirarse no es sencillo. Decir adiós a una carrera profesional supone uno de los pasos que, tarde o temprano, cualquier trabajador debe afrontar. En el mundo del deporte de alta competición, estas retiradas se suelen producir cuando la juventud no ha abandonado aún a los deportistas. Y el caso es que este paso a la reserva, en muchas ocasiones, supone un cambio no siempre fácil de gestionar. El caso de Carlos Moyá me parece aleccionador en este sentido.
Carlos Moyá es un zurdo que juega con la derecha, justo al revés que Nadal. Quizá por esta peculiaridad, su drive ha sido uno de los mejores del circuito durante quince años. Se van ha cumplir tres lustros desde la primera vez que vi jugar a Carlos en el Godó de 1995. Tras un torneo brillante, perdió la final contra Jordi Burillo. Sin embargo, igual que me ocurrió con Alex Corretja algún tiempo antes, pensé que aquel jugador llegaría a ganar Roland Garros. Me equivoqué con el catalán (por poco, la verdad). Con el mallorquín, no.
Quizá Moyá se diera a conocer para el gran público en aquella final de Australia 1997 contra Sampras. O puede que tras ganar su primer Master Series en Montecarlo en 1998 enfrentándose a Pioline. Pero lo que es seguro es que Moyá ya era conocido por todos cuando, precisamente frente a Corretja, levantó la copa de los mosqueteros que yo vaticiné que lograría. Diez meses más tarde, en Marzo de 1999, se convierte en el primer español número uno de la ATP. A finales de aquel año, las lesiones le relegaron al puesto 22. Los años siguientes tampoco fueron buenos. Pero en 2002 comienza su remontada, ganando cuatro títulos. Moyá termina el año quinto del mundo. En 2003 logra tres títulos más y firma una temporada impecable en la Davis, incluyendo la victoria contra Mark Philippoussis en la final, en Australia, en hierba y a cara de perro. Termina ese año el séptimo del mundo. En 2004 alcanza el quinto puesto de la ATP de nuevo y consigue tres títulos más. Y una Davis, claro: La de Sevilla en La Cartuja.
Aquel 2004, en Toronto, Moyá, ofrece una de las anécdotas más humanas del circuito. En un partido contra Kiefer, el alemán solicitó la presencia del médico aprovechando un descanso. El galeno se hizo esperar cerca de 15 minutos. El partido, parado. Y al bueno de Carlos, no se le ocurre otra cosa que preguntarle a un recogepelotas si quiere pegar unas bolas. Y allá que se ponen a jugar, para el deleite de los 2.500 espectadores. El chaval, se defiende, y cuando Kiefer se recupera, el público estalla en una gran ovación. En parte, para el recogepelotas, en otra, para el mallorquín. Moyá pierde, pero qué más da…. Otra muestra de su talla humana la ofrece en 2005 donde, tras ganar en Umag, dona el premio a las víctimas del tsunami… Volvamos al tenis. El año 2005 acaba con Moyá en el puesto 31 y el 2006 en el 43. En 2007 resurge hasta el puesto 15 para terminar el 17. En 2008 termina el 42. A principios de 2009 decide operarse de la cadera y pasar un año en blanco.
Y este año, tenemos a un Moyá “nuevo” en su reaparición. Es muy difícil que vuelva a ganar algún torneo. Ahora se encuentra en el puesto 639 del ranking (8 de Marzo). Juega torneos escogidos. Muchos de ellos con invitación, otros mediante la protección de ranking, derecho que puede utilizar hasta en ocho eventos esta temporada, disfrutando así de un ficticio número 52 del mundo.
El Moyá versión 2010 disfruta de cada partido. Busca las sensaciones agradables pese a sus dolores. Quiere recordar para siempre este 2010. Ha declarado “Es un orgullo que reconozcan la trayectoria de uno porque lo fácil es acordarse cuando estás arriba. Mi idea es disputar todos los torneos que han sido importantes para mí”. Y el caso es que Carlos está poniendo en práctica diversos mecanismos encomiables, inteligentes y adaptativos, pero no por ello habituales entre las personas que afrontan su retiro. En primer lugar, su agradecimiento al reconocimiento recibido. En segundo lugar, la voluntad de buscar la felicidad en los momentos de declive profesional. Y en tercer lugar, la fidelidad a sí mismo y a su trayectoria. Actitudes que me parecen encomiables en una persona y en un profesional. Tomemos nota.