Seguramente, hayas acudido de forma periódica a adquirir algunos artículos o prendas a determinadas tiendas. Es posible, además, que en muchas ocasiones lo hayas hecho por la simple razón de comprar aquello que te gusta, aunque no lo necesitaras del todo o incluso acabaras por no usarlo. En este caso, siempre que el gasto y el modo de hacerse con dichos bienes estén controlados voluntariamente y no supongan un problema para nuestra vida diaria, no tendríamos por qué preocuparnos.
El problema viene cuando este “gusto por comprar” llega a convertirse en una impetuosa necesidad. En esta situación, la persona comienza a experimentar los síntomas propios de cualquier dependencia a una droga, llegando a sentirse muy mal cuando no sale de compras y tremendamente eufórica después de hacerlo.
El caso es que al comprar, al igual que sucede cuando nos conectamos a Internet, cuando hablamos por el móvil o incluso cuando comemos, obtenemos un reforzamiento instantáneo. Esto significa que justo segundos o minutos después de ejercer la acción somos recompensados con una gratificación inmediata que nos causa placer (en este caso, admirar la ropa o los complementos tan bonitos que hemos comprado, probárnoslos, etc).
Por lo general, son los estados depresivos, la baja autoestima o incluso el propio aburrimiento los que pueden llevarnos a desarrollar esta adicción. De esta forma, la persona habría dejado de disfrutar de prácticamente todo lo que su vida le ofrecía y son los bienes materiales los que la mantienen ligeramente esperanzada en algo.
Resulta relevante mencionar que, muchas veces, la adicción a las compras puede ser el resultado de la manifestación de la fase maníaca de un trastorno bipolar latente. De esta manera, la persona se sentiría grandiosa, con ganas de realizar compras desmedidas en un ataque de magnificación descontrolado.
Sea cual sea el motivo de su aparición, resulta esencial trabajar en los factores que la estén manteniendo. Así, técnicas como el control de estímulos (en la cual se le insta a la persona a evitar pasar por lugares donde haya muchas tiendas) o la exposición con prevención de respuesta (mediante la que, con ayuda de un coterapeuta, se le ayuda a la persona a acudir a ellas pero sin comprar nada), han resultado especialmente útiles.
Sin embargo, estas dos técnicas por sí solas no suelen acabar con el problema, puesto que se hace necesario orientar y “reeducar” a la persona, de forma que aprenda a sacar partido de otras muchas actividades saludables de su día a día y que logre ver lo positivo que hay en ellas. En definitiva, buscando que se sienta plena y feliz.
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