Hace ya algún tiempo presenté, en este mismo blog, una serie de artículos dedicados a las creencias mágicas en la Antigua Roma. En realidad dichos artículos no eran más que un breve resumen de un amplio trabajo académico que dedique tanto a la magia como a las prácticas adivinatorias en la ciudad del Tíber. Pretendo hoy, en este artículo y los que le seguirán, presentar, de manera sintética, aquella parte del trabajo que aún no he acercado a nuestros lectores, aquella dedicada al arte de la adivinación.
Nuestra máxima fuente de información acerca de este asunto es nada menos que el mismísimo Cicerón, el que cual nos legó una obrita de enorme interés con el título De divinatione (Sobre la Adivinación). La primera indicación de éste ya nos indica como las artes mánticas romanas difieren en buena medida de las realizadas por los griegos. En efecto, distingue el autor entre dos tipos de adivinación: aquella que se aprende, mediante la asimilación de una serie de técnicas y que denominaremos adivinación inductiva y aquella otra que se da de forma espontánea y es vista como un fenómeno espontáneo procedente de la influencia de alguna divinidad sobre el individuo que la experimenta; es la adivinación natural.
Pese a la preeminencia de la adivinación natural en Grecia, claro ejemplo de ello es la actividad de la Pitia en el Oráculo de Delfos, en Roma predominó la primera, que era vista como un elemento mas cercano al carácter pragmático de los romanos. Aunque el segundo tipo de adivinación, en la que sobresalían fenómenos como el trance, no eran infrecuentes eran vistas con malos ojos por el Estado romano y por buena parte de la población. Así el mismo Tito Livio nos dice: “¿Pero que autoridad tiene ese delirio profético que llamáis divino al grado que lo que el sabio no ve lo ve el loco; y el que perdió los sentidos humanos, ganó los divinos?”
Hay otro elemento fundamental sobre las arte mánticas que podemos percibir en la anterior sentencia de Tito Livio. Esta no es otra que el origen divino de las prácticas adivinatorias. El adivino no era sólo aquella persona que percibía lo que ocurriría en el futuro sino que, más que eso, era fundamentalmente la figura que interpretaba el deseo de los dioses y, en caso de que existiera un malestar por parte de estos hacia el pueblo, se encargaban de restaurar la situación anterior mediante una serie de actos purificadores.
La forma de interpretar la voluntad de las divinidades se producía, fundamentalmente, a través de tres canales. El primero eran los símbolos captados a través de los ojos, los captados a través de los oídos (omina), que podían incluir cualquier tipo de palabra que podía ser interpretada por el adivino de alguna manera; y, finalmente, los prodigios, que se solían presentar como un elemento de extraordinaria gravedad.
Pero dichos elementos no podían ser interpretados de cualquier forma. El adivino romano se solía regir por una serie de normas específicas e, incluso, vemos como la importancia social de este tipo de prácticas llegó a tal nivel que algunos de las organizaciones (colegios) más importantes dentro del Estado romano estaban dedicados a estas prácticas. Pero de ello hablaremos ya en el siguiente artículo.Mucho más en... http://selvadelolvido.blogspot.com/