La agenda oculta de la modernidad

Por Manu Perez @revistadehisto

Este artículo expone el punto de vista revisado del filósofo Stephen Toulmin acerca de la modernidad. Su ensayo Cosmópolis (1990), resulta clave para entender los procesos históricos que nos han llevado a nuestros esquemas de ideas actuales. A través de la exposición de las transformaciones de nuestras creencias heredadas Toulmin nos advierte sobre los intereses secundarios que las nuevas ideas científicas dirigen a la práctica porque podemos encontrar implicaciones éticas o políticas en los resultados de la ciencia. La versión oficial difundida a principios del siglo XX afirmaba que  la modernidad arrancó con la adopción de métodos racionales de pensamiento al iniciarse el siglo XVII. Este cambio en la forma de pensar era consecuencia de la prosperidad. Se enseñaba que hacia el año 1600 la mayor parte de Europa vivía una época de comodidad que favoreció el nacimiento de una cultura secular que logró emanciparse de la escolástica medieval. La revolución intelectual la encabezaban  Galileo, en el campo de la física y la astronomía, y René Descartes en el de las matemáticas y la epistemología.

La agenda oculta de la modernidad

Sin embargo, la realidad histórica desmiente esta creencia. Hoy es indudable que las condiciones políticas, sociales e intelectuales de Europa a partir del 1600 más que prósperas fueron inestables. Tampoco es cierto el supuesto relajamiento de los controles eclesiásticos que favorecían la expansión de una cultura laica. El enfrentamiento con los protestantes se tradujo en un aumento de la intolerancia en ambos frentes. El catolicismo, tras la Contrarreforma, se mostró  más dogmático y riguroso que en épocas anteriores, provocando que la presión teológica sobre los científicos y las innovaciones intelectuales se intensificaran en el siglo XVII.

La agenda oculta de la modernidad. Stephen Toulmin

Para Toulmin la ruptura cultural con la Edad Media y el inicio de la modernidad ya se habían producido a finales del siglo XVI con los pensadores humanistas del Renacimiento.  Figuras como Montaigne, Rabelais, Erasmo de Rotterdam, Shakespeare o Francis Bacon, habrían iniciado una primera fase de modernidad, más literaria y humanista, para ser remplazada hacia el 1630, por una segunda etapa más científica y racionalista. En esta segunda fase se descartan los temas dominantes del primer momento. Es decir, el centro de la atención intelectual deja de ser la preocupación por el hombre y sus asuntos cotidianos para pasar a una línea más rigorosa y dogmática. En definitiva, se descartó un tipo de filosofía práctica, de índole local y temporal por una más abstracta que, huyendo del contexto, se centraba en los principios generales y en la búsqueda de la certeza absoluta.

El cambio en las preocupaciones intelectuales responde a las circunstancias históricas del momento; las largas guerras de religión europeas (1618-1648). El debate intelectual entre Reformadores protestantes y los católicos de la Contrarreforma estaba en un punto muerto ante la imposibilidad de encontrar una doctrina o creencia teológica concluyente. Resultaba evidente para muchos que la tolerancia con la ambigüedad de los primeros humanistas, su pluralismo y su predisposición a considerar todas las tradiciones, se habían mostrado inútiles para frenar los conflictos teológicos.

La agenda oculta de la modernidad. En 1610 apareció el libro de Galileo sobre las lunas de Júpiter

También en 1610 apareció el libro de Galileo sobre las lunas de Júpiter sorprendiendo a la mayoría. La cosmología tradicional –el sol y los planetas se movían alrededor de una tierra estable- se vio atacada. Aparecieron dudas en las creencias sobre el funcionamiento del mundo, de la naturaleza y de la relación del hombre con ésta. Se respiraba un clima de desconcierto y decadencia. En este contexto de crisis generalizada la insatisfacción con el escepticismo motivó a los nuevos filósofos a buscar la certeza absoluta y construir una nueva cosmología. No obstante, esta revolución intelectual o segunda fase de la modernidad no estuvo motivada solo por un afán progresista sino que respondía a la necesidad de imponer unas posturas intransigentes y dogmáticas que en la primera fase humanista hubieran resultado sospechosas.

La agenda oculta de la modernidad. Firma de la paz de Westfalia en Münster

Tras la firma de la paz de Westfalia (1648) finalizan las guerras de religión. Fue la consolidación del Estado-Nación ahora inmerso en la reconstrucción política, intelectual y social. Para ello el racionalismo resultaba una herramienta adecuada para restaurar la harmonía perdida, el orden y la estabilidad social. La cultura del inconformismo y el escepticismo humanista no casaba bien con la estabilidad que ansiaba la nación-estado de manera que se impulsó la implantación de un corpus de ideas compatible a las necesidades del poder. Ideas que apoyaban la estabilidad, justificaban la jerarquía y modelaban la conducta individual y colectiva.

En este nuevo andamiaje intelectual el cosmos se representaba estático y jerarquizado. Los fenómenos naturales se explicaban en términos mecánicos, eran repetitivos, predecibles y respondían a unas leyes fijas establecidas en el momento de la creación. Por el contrario, los asuntos humanos pertenecían a una esfera distinta porque las acciones de los hombres eran consecuencias mentales y se producían de forma voluntaria y creativa. Las emociones distorsionaban la razón, había que desconfiar de los sentimientos  en aras de una eficiente mentalidad calculadora y racional. La subordinación se justificó extrapolando al ámbito social  la doctrina newtoniana de la inercia. Así pues, bajo la inercia de la materia, tanto en la naturaleza como en la sociedad las acciones de las cosas “inferiores” dependían de la supervisión y control de las “superiores” y en última instancia, de su Creador.

La agenda oculta de la modernidad. Darwin

A partir de 1750 se iniciaron tímidos pasos hacia el desmantelamiento de este sistema-marco moderno. Se duda de doctrinas hasta entonces aceptadas y aparecieron nuevos campos de estudio; la fisiología, neurología, la relatividad o la evolución (Darwin), que lograron imponer  nuevos métodos de estudio. Especialmente relevante fue Freud, que al otorgar a las emociones y los sentimientos un papel  fundamental en las acciones humanas, rompió claramente la dicotomía entre razón-emoción.

Así llegó la humanidad a la década de 1910-1920 en condiciones de recuperar los valores del Renacimiento y volver al mundo de la moderación, la incertidumbre y la tolerancia. Sin embargo,  el conflicto militar y el colapso político europeo frenaron este giro humanista y se volvió a apostar, tal como sucedió en 1648, por lo formal, lo abstracto y lo lógico.

Autor: Noemí García Mariscal para revistadehistoria.es

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