Sabemos desde luego que los antiguos sabios escondieron sus más hondos conocimientos y sabiduría bajo la apariencia de necedades, oscuras palabras o signos alegóricos; y ello tan a menudo que no sólo tornaron incomprensibles los vocablos, sino que incluso llegaron a alterar las letras. Así, los egipcios tuvieron dos tipos de escritura: la primera alfabética, con tal de que todo egipcio pudiera leerla; la segunda empleando a modo de letras pictogramas tomados de la naturaleza, esto es, alubias, serpientes, espadas, varas, ramas, escudos y similares. A esta última escritura sólo se recurrió en los sublimes misterios de lo sagrado.
Por ende, desde una tal consideración basó Cirilo la totalidad de su argumento contra los comentarios satíricos del emperador Juliano proferidos respecto al chivo expiatorio que, tras absorber los pecados de los judíos, era arrojado al desierto (Levítico 16:10). Replicó, verbigracia, que no sólo el Espíritu Santo, mas también los antiguos sabios estaban acostumbrados a expresar la más profunda sabiduría en un lenguaje secreto de alegorías, metáforas o enigmas. De este modo de expresión se derivan los seis días de la Creación -ya que todas las cosas fueron naturalmente creadas en un instante; así, la espada de doble filo que pende ante el Paraíso; así, que Dios dijera arrepentirse de haber creado al hombre; así, que Abraham viera a tres hombres y sólo se dirigiese a uno, comiendo los tres con él, pese a que Dios no come; así, que Dios descendiera sobre Sodoma o ascendiera hasta el Sinaí, cuando es omnipresente en su augusto reposo; así, que Dios desee alzarse; así, que Dios viva en éste o este otro lugar; así, que Dios esté colmado de feroz cólera, odio o ánimo de venganza; así, que posea un semblante, manos y pies. De la misma manera, los antiguos sabios llaman a la sabiduría "agua" y a la ignorancia "hambre y sed". Llaman al deseo carnal "ramera", y así Salomón da comienzo a sus proverbios con una "ramera" y termina con una "mujer virtuosa". Y en los Santos Evangelios, el Reino de los Cielos se compara a muchas cosas. Y Pitágoras, el primer filósofo, llama a la justicia "balanzas", al enfado "fuego", a la guerra "espada", al error "camino abierto", a las murmuraciones "golondrinas", como enumera Porfirio en el primer volumen de su Historia de los filósofos, y San Jerónimo recuerda en su refutación del sacerdote Rufino. Precisamente por retener las significaciones de Pitágoras en unas pocas palabras, Porfirio prohibió a sus estudiantes promulgar entre el vulgo el meollo de sus lecciones en materias de elevada instrucción, como Lisis claramente reportó a Hiparco. Y los filósofos, pues, conscientemente prosiguieron dicha práctica, ya fuera no permitiendo que sus observaciones fuesen anotadas, o si no insistiendo en que la verdad debía ser referida en un lenguaje velado que no todos pudieran entender. De esta manera obró Platón, como consta en sus escritos, y en particular en las misivas o cartas que dirigió a hombres ilustres. Así obraron también los druidas en Francia en tiempos de Julio César, según él mismo informa en sus comentarios (La Guerra de las Galias).
En otras disciplinas hallamos otro tanto, notablemente en la alquimia, donde los metales son mencionados bajo los nombres de los siete planetas. (...) En todos estos libros encontramos palabras fantásticas y expresiones curiosas, de modo que podríamos inclinarnos a pensar que son los arrebatos de un orate. No obstante, todos los doctos en dicha ciencia saben exactamente qué se significa con ellas y que tales palabras son serias y encomiables.
Johannes Reuchlin