El sultán se situaba en ella, dentro de una cámara elevada, oculta por celosías, con el fin de escuchar sin ser visto.
Desde allí prestaba audiencia e impartía justicia. El pueblo confiaba en él.
Es un hecho históricamente comprobado que el sultán tenía en aquella época cualidad judicial.
Sus sentencias eran conocidas por ecuánimes e imparciales.
En su puerta, anunciando su razón de ser, había unos azulejos con una leyenda que rezaba: “Entra y pide. No temas pedir justicia, que hallarla has”.