Los venenos son conocidos por la mayoría de las sociedades humanas desde la más remota antigüedad. Es famosa la imagen que recuerda la ingestión de cicuta por Sócrates en el 399 a.C. Siglos antes los chinos ya usaban el opio tanto con propósitos benéficos como venenosos.
En Roma, y posteriormente en las ciudades italianas del medioevo y renacimiento, hay diversas historias de príncipes y reyes que experimentaban venenos y antídotos con sus esclavos y prisioneros de guerra; de mujeres aristócratas que los usaban para escapar de los matrimonios arreglados y de la familia Borgia, que los usó para acceder al papado (Timbrell, 2005).
De esa larga y oscura tradición destaca sobremanera la frase del médico, alquimista, viajero errante e irreverente Paracelso (figura 2), quien atravesó la herida y asolada Europa de principios del siglo XVI: todas las sustancias son venenosas. La dosis correcta diferencia el remedio del veneno. Hoy en los Estados Unidos un veneno es definido legalmente como aquella sustancia letal a una dosis de 50 mg/kg de masa de la persona… o menos. Lo que significa que poco más de media cucharada de dicha sustancia es capaz de matar a un hombre de 70 kg de masa.
Así ya hace casi cinco siglos estaba claro que la dosis era el veneno y no la sustancia misma, y que eran sustancias naturales. Salvo el caso de algunos de los pocos metales y minerales que se conocían con potencialidades venenosas “El plomo, el mercurio y el arsénico”,los venenos venían principalmente de animales y plantas que los usaban a su vez para defenderse de sus depredadores. Extractos de hormigas, abejas, arañas, serpientes, hongos, etc., formaban parte de recetas de dudosa ambición, pero de probada eficacia.
La uroscopia, que es el examen de la orina como medio diagnóstico, se practica durante todo el periodo protoquímico (figura 1) y se vuelve el emblema de la medicina. Reconocer en y a través de un recipiente de transparente vidrio el color, el olor el sabor y la textura de la orina permite identificar, al que sabe hacerlo, el temperamento y la presencia de enfermedades de su dueño.
Como lo demuestra Schummer (2007) a través de una rica iconografía, la uroscopia también se volvió el símbolo de los curanderos, de los fraudes que muchos de ellos cometían... y también de los alquimistas. Estos últimos son solitariamente representados en habitaciones oscuras rodeados de botellas y papeles (figura 3). Por su parte los alquimistas veían al mundo como un todo conectado estrechamente entre sí.
En la Tierra se establecía una especie de correspondencia con el Cielo. Este mundo mítico que, como indica Malinowski (Campillo, 1998), “no es una explicación intelectual, ni imaginación artística, sino una pragmática carta de validez de la fe primitiva y de la sabiduría moral”, se caracteriza por ser una visión del mundo, con reglas morales, consejos técnicos y explicaciones del origen divino del cosmos.
Los alquimistas, como los magos y curanderos y a diferencia de los sacerdotes, intervenían en el mundo (la diversidad de la preparación de venenos y remedios curativos es un claro ejemplo) y en eso se asemejan y son simiente de los químicos actuales. Sin embargo, en el mundo mítico el nombre es parte esencial de lo nombrado y conocer un nombre es apropiarse de algo propio de lo nombrado, poseer un medio para controlarlo, Por ejemplo, el nombre de Dios no se conoce. Cuando se le quiere “nombrar” se hace por sus atributos, El Misericordioso, El Eterno, yhv, El que ha sido, el que es y el que será (Campillo, 1998, p. 38).
Esta manera particular de entender e intervenir en el mundo hizo que los alquimistas tuvieran a la Iglesia Católica como un fuerte enemigo, la que a través de la Inquisición a finales del siglo XV declaró fraudulentas sus prácticas. PRINCIPAL REGRESAR