Por los pasillos de ensueño de la zona de vestuarios del Madison Square Garden, lleno de fotos enmarcadas y en el que se respira todo el baloncesto del pasado, pasea un cabizbajo José Calderón tras una nueva derrota de su equipo. La temporada está siendo un fiasco, y ya nadie mira hacia arriba en la clasificación sino hacia el área de hundimiento estadístico.
El experimento de Derek Fisher en el banquillo ha resultado ser contraproducente para una plantilla falta de un claro referente experimentado. Fisher permaneció más tiempo en activo como jugador del que quien una vez le hizo su reseña de novato pronosticó. Sin talento para ser base contundente ni con tiro de campanillas para convertirse en amenaza exterior, su juego se fue puliendo y acomodando merced a las estrellas que tenía a su alrededor y sobre todo, rotulando las instrucciones de Phil Jackson. Logró acumular minutos impropios en alguien de sus características y se retiró plácidamente tras lidiar en los despachos de la Liga en beneficio de sus compañeros como representante sindical.
Y la oportunidad de ser "head coach" se le echó a los brazos sin mayor merecimiento que el de ser señalado por el "Maestro Zen". Ante las primeras derrotas Jackson llamó a la paciencia, y en este momento en el que las victorias apenas suman una decena su respiración diafragmática se empieza a entrecortar. Fisher sale en defensa de los suyos, pero lo cierto es que el equipo es un erial.
Calderón se sumaba a la causa "knick" acabando un periplo por Dallas en el que sufrió una severa reconversión en su juego, de director de ceremonia a clarinetista escondido en la derecha. De líder en cancha a jugador de complemento. De controlador de balón a receptor en la esquina. De la pausa con el balón en las manos a la prisa por lanzarlo a canasta.
Carlisle, actual "head coach" de los Mavericks, no es muy amigo del base "sobón", y la prueba es que se ha ido cargando a los "playmakers" de tales características. El último en caer ha sido Rondo.
Y Calderón pensaba seguramente que en New York las cosas iban a cambiar. Lo han hecho sí, pero entrando en una dinámica perdedora que ha sumido al equipo en una indiferencia y una indolencia casi propia del manifiesto "tanking" de los Sixers. Hasta Carmelo Anthony se ha borrado de la temporada para curarse del todo de sus heridas de guerra ante tal despropósito.
Los promedios de Calde vistos sobre el papel no son malos del todo, con 9 puntos y casi 5 asistencias en 30 minutos de juego, aunque están muy lejos de los cerca de 9 pases de canasta de tiempos pretéritos. Se ha librado del traspaso por los pelos, ya que su nombre sonaba con insistencia ante una maniobra de los despachos de los Knicks por liberarse de espacio salarial con el que negociar en verano. Lo que pase entonces será interesante, y está por ver si vemos a Calderón enfundado en un nuevo uniforme en su penúltima aventura en la NBA.