Pero el amor sigue ahí afuera, desafiante. Las sensaciones que apenas recordamos amenazan con hacernos volver a sentir vivos y desordenar nuestra vida. Y querríamos huir para entregarnos a todo aquello que habíamos guardado en el cajón de lo que ya no se tiene derecho a sentir. Y volar de nuevo… Algunos soñadores lo hacen. Algunos aventureros de corazón insolente, incapaces de apagar esas hogueras internas.
Pero otros no. Otros deciden quedarse en sus domingos de vermús y renunciar deliberadamente al amor, al deseo, a vivir con pasión. Porque la edad, amigos, manda. Los años pesan. Y sentirse acompañado en un amor desgastado es más seguro que entregarse al riesgo de enamorarse sin paracaídas.
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