En estos tiempos, seamos francos, una conversación en Venezuela o que hable sobre el país va a asomar con recurrencia esa frase: la amenaza que viene.
A estas alturas del infierno, cuando ya lo hemos vivido casi todo, hay mayores amenazas en el horizonte. Amenazas cada vez más inquietantes. Amenazas firmadas por un pequeño grupo decidido a escamotearnos nuestros derechos más elementales, para así ellos seguir disfrutando la gran borrachera del poder.
Ya es imposible ser normal en Venezuela. ¿Quién piensa hoy en su proyecto laboral inmediato, en la reunión de trabajo del próximo lunes, en la pauta a cumplir para el mes que viene? ¿Sabemos acaso si hay "mes que viene"? ¿Cuál comerciante sueña con ampliar su negocio o invertir en una nueva sede, si la lista de comercios saqueados en el país arroja saldos de llanto? ¿Qué estudiante ocupa hoy sus horas en la cotidianidad de un día de clases o en los párrafos finales de una tesis de grado, si quizás su mejor amigo está siendo enterrado por el golpe letal de una bomba lacrimógena? ¿Qué madre anda pendiente de los dos centímetros que creció su hijo de cinco años cuando quizás el hijo de la vecina acaba de ser alcanzado por una bala en el cráneo? ¿Quién coloca en su insomnio los avatares de su vida amorosa, cuando tal vez a su hermano se lo llevó preso el Sebin por tener una máscara antigas en su closet? ¿Qué caraqueño o barinés o tachirense ha vuelto a recordar la cita que tenía con el dentista para, por ejemplo, una limpieza de dientes? ¿Quién anda urgido de hacerle el chequeo al carro, de asistir a una competencia de natación, una cata de vinos o el próximo festival de cine francés o libanés cuando ya los días no son días sino pesadillas y perdigones?
¿Cómo volvemos a ser normales en un país donde cada cadena nacional, cada frase presidencial, cada pronunciamiento del TSJ, nos agita la nueva amenaza que viene en camino?
Y a pesar de eso, cada día son más los que reniegan de la dictadura. No solo la gruesa, amplísima y desbordada oposición. No solo los cuatro costados del país. Sino algunos viejos inquilinos de la revolución. Antiguos emblemas del chavismo más ortodoxo. Se desmarca la Fiscal General. Cada día más y mejor. Hijos y familiares de prominentes oficialistas proclaman su rechazo a tanto agravio. Se pronuncian ex ministros contra la absurda Constituyente. Dice "no" Mari Pili Hernandez, conocida devota de Chávez. El mismísimo Gustavo Dudamel asoma sus palabras de "basta de represión". Rubén Blades, ídolo de Maduro, le dedica un afinado texto de repudio para su total desconcierto. Melvin Mora, icono del Magallanes y proverbial amigo del Galáctico, graba un video demandándole a Maduro que oiga el sentir de la calle. Y también Miguel Cabrera, y Omar Vízquel, y Wilson Alvarez, y una larga ristra de peloteros de grandes ligas, héroes muchos de nuestro pueblo, le piden lo mismo al dictador. Para. Ya. Basta. Suficiente. Oye a la gente. Te estás equivocando. No más represión. No más sangre. Y él, mareado en su soberbia, dándose de bruces contra el muro de su arrogancia, jura que aquí compraron a todo el mundo, que el imperio está diseminando fortunas para que ellos y los futbolistas de la Vinotinto, y Edgar Ramírez en Hollywood, y Patricia Velásquez desde la pasarela de su fama, y Carolina Herrera desde su duelo y su linaje y hasta Rafael Correa y Ernesto Samper, viejos amigos de francachelas y dominó político, pidan elecciones con urgencia. Como si fueran el golpismo más rancio y endógeno, como si el resto del planeta se hubiera vuelto loco y urdiera al unísono un complot monumental para derrocar al gobierno que más felicidad le ha dado a población alguna en la historia.
La amenaza que viene para nosotros, demócratas venezolanos que sumamos millones y millones, es más represión, acoso para todos, cárcel para algunos, y muerte para los más desafortunados.
La amenaza que viene para Nicolás Maduro y su combo es simple: otro país. Eso es lo que se vislumbra en el horizonte, a pesar de tanto mar crecido. Otro país. Donde no hagan falta perdigones, ni bombas lacrimógenas, ni horror, ni anarquía. El país nuevo. El que nos traiga una próxima oportunidad. El país de la reconstrucción y la sensatez.NP