En los cines brillaban "Singing in the rain", "Distant drums", "Strangers on a train", "David and Bathsheba", "No man of her own", "The flame and the arrow", "All about Eve", "Where the sidewalk ends", "Winchester 73"... tan extraordinarias como alejadas (no tanto en realidad algunas de ellas si se miran con detenimiento) de lo que estaba pasando en la sociedad americana que encaraba una nueva década con el conflicto de Corea de fondo, aún sin poder desprenderse del recuerdo de la 2ª Guerra Mundial.
Pero recordar, en tiempos de paz, el recelo a todo lo que provenía de Oriente o aproximarse al panorama que esperaba en los pequeños pueblos a los que volvían de la guerra (sin postularse como "estudio" de integración de ex-combatientes: sólo hubo un "The best years of our lives") gustó ya bastante menos. Le había pasado a americanos como David W.Griffith y estaba a punto de sucederle a extranjeros como Fritz Lang.
El desencanto sin moralinas ni mensajes conciliadores que recorre los fotogramas de "Japanese war bride", que no termina con un fácil final feliz pero que tampoco se cierra en falso dejando los problemas planteados cómodamente en el aire y su retrato de la nueva América que venía, no debieron gustar mucho. Los films neorrealistas italianos habían sido admirados por su frescura... pero al fin y al cabo hablaban de miserias ajenas. Algunos plantearon asuntos parecidos de integración racial, pero con fecha de caducidad, como "Senza pietá" de Lattuada, que se apoyaba en la urgencia y el desespero o, ya en USA, "Bad day at Black Rock" de Sturges, pero nadie se podía dar por aludido con una historia así, que rápidamente posiciona "correctamente" a cualquier espectador, sin debates.
Tachada de racista, "Japanese war bride" es, sobre todo y como otra obra maestra desterrada, "My son John" de McCarey, una gran película sobre la por entonces todavía sagrada institución de la familia.Vidor presta una gran atención a los detalles, a los gestos y los tiempos de las acciones y en ese aspecto alcanza su cumbre de puesta en escena diáfana.
Y yendo a ese cargo principal del que se le acusa, yo no confundiría el imperialista y altivo racismo ni tampoco la intolerante e indiscriminada xenofobia con lo que claramente me parecen egoísmo y resentimiento (para colmo de un sólo personaje) hacia quien viene de fuera y ha logrado, sin usurparlo, quedarse con lo que sin ninguna razón creía propio, quizá porque es mejor que ella misma; ni con la indiscrección y falta de tacto para con alguien tomado por lo que no es sin conocerla ni pararse a preguntar nada; ni con la estupidez por parte del borracho que insulta patosamente en la fiesta a la chica llamándola geisha o con la envidia hacia la figura del viejo Hasagawa, próspero empresario, respetado a regañadientes por la comunidad, que no devuelve favores ni da las gracias por haber logrado alcanzar su posición... como cualquier americano.