Revista Coaching

La amígdala, ese pequeño gigante emocional, puede relacionarse con la esquizofrenia y el autismo

Por Jdromo @JDRomoG
La amígdala, ese pequeño gigante emocional, puede relacionarse con la esquizofrenia y el autismo

La Amígdala cerebral no es una, sino dos

En este espacio hemos tratado el tema de la amígdala en varias publicaciones:

https://inteligenciaemocionalyproductividad.com/2018/09/07/perder-el-control-emocional-te-puede-costar-muy-caro/ https://inteligenciaemocionalyproductividad.com/2018/04/06/el-secuestro-de-la-amigdala/

Cuando se habla de la Inteligencia Emocional, es común explicar la relación de los tres cerebros en nuestro cráneo con base en la teoría del cerebro triple de Paul MacLean  (Reptiliano, Límbico y Neo Cortex); y de manera específica mencionar la importancia de la amígdala (que en realidad no debería mencionarse como una parte específica, sino como un complejo amigdalino).

El complejo amigdalino regula constantemente nuestra conducta. Complejos circuitos internos formados entre los núcleos amigdalinos permiten a esta estructura asociar respuestas autónomas simples a respuestas conductuales más elaboradas; regulando la producción de respuestas emocionales tanto innatas como aprendidas.

Es de tal importancia el complejo amigdalino que no solo genera reacciones emocionales, sino que condiciona nuestra memoria, el aprendizaje y la manera en que interactuamos socialmente.

Experimentos llevados a cabo al respecto por Joseph LeDoux, apoyan la existencia de sistemas anatómicos diferenciados para el almacenamiento de los recuerdos de sentimientos y emociones, según sean estos conscientes o inconscientes.

La amígdala, ese pequeño gigante emocional, puede relacionarse con la esquizofrenia y el autismo

En recientes estudios se ha encontrado diferencias incluso entre las funciones de las dos amígdalas, así, las conexiones con la amígdala derecha facilitan un mejor seguimiento o vigilancia de estímulos externos, y las conexiones con la amígdala izquierda facilitan un mejor seguimiento o vigilancia de estímulos internos.

Los recuerdos y experiencias con mucha carga emocional, hacen que nuestras conexiones sinápticas estén asociadas a esta estructura, provocándonos efectos tales como taquicardias, aumento de la respiración, liberación de hormonas del estrés, etc.

Personas que por ejemplo tienen la amígdala dañada, serían incapaces de detectar situaciones de riesgo o peligro.

A continuación las conclusiones del documento El complejo amigdalino humano y su implicación en los trastornos psiquiátricos. El cual, si bien es un enfoque médico, sustenta la importancia de la amígdala como factor, no solo de la inteligencia emocional, sino del comportamiento humano en la interacción social y su relación con trastornos como la esquizofrenia o el autismo.

Se ha comprobado en repetidos estudios que las diversas alteraciones en la estructura del complejo amigdalino están implicadas en la patogenia de diferentes enfermedades mentales. Así pues, vemos cómo una disminución en el volumen de dicho complejo se relaciona con enfermedades de tipo esquizofrenia. Se observa una disminución de volumen de manera bilateral en los varones afectos de esquizofrenia, en quienes la sintomatología de esta enfermedad es, en líneas generales, más cruda, y su respuesta al tratamiento es, en conjunto, menor. En mujeres esquizofrénicas también se ha observado, aunque de manera unilateral, dicha disminución de volumen amigdalino. De igual modo, se han constatado otras alteraciones estructurales, como crecimiento de los ventrículos laterales y disminución del volumen del lóbulo temporal en su parte medial. Otro trastorno con cambio estructural amigdalino claro es el de la alteración del ánimo, donde se ha encontrado un volumen amigdalino izquierdo disminuido.

Hay otros procesos, en cambio, que aunque guardan poca relación con alteraciones estructurales amigdalinas –encontramos un complejo amigdalino dentro de límites anatómicos considerados como normales–, tienen una función de dicha estructura subcortical ampliamente alterada. Tal es el caso del autismo. En experimentos realizados con sujetos adultos que padecían autismo de alta funcionalidad o con sujetos con síndrome de Asperger –ambas entidades de las que es difícil establecer un diagnóstico diferencial–, se observó que el volumen amigdalino era similar en ambos grupos, no pudiendo encontrarse diferencias macroscópicas. Sin embargo, cuando se requería a dichos sujetos a realizar una determinada tarea, en concreto, la de atribuir estados mentales a otros sujetos viendo sólo sus ojos, los sujetos de control activaban de manera importante su complejo amigdalino, especialmente el izquierdo, mientras que los pacientes con las citadas patologías activaban otras estructuras telencefálicas, pero en ningún caso activaban el complejo amigdalino. En su lugar, como una “compensación”, el mayor poder de respuesta se observó en el giro temporal superior bilateral. Se veía así claramente la implicación del complejo amigdalino en la patogenia de ciertos aspectos del autismo, en concreto en la habilidad de la que tan característicamente carecen los sujetos con autismo, que es la denominada “inteligencia social”. No se han podido demostrar alteraciones en el volumen amigdalino en adultos con autismo, aunque sí en niños. En estos últimos se ha comprobado que existe un volumen amigdalino aumentado. Pero parece suceder que al llegar a la adolescencia, se iguala el tamaño de esta estructura subcortical.

Pero no sólo las alteraciones estructurales o funcionales del complejo amigdalino están implicadas en las distintas patologías, sino que la destrucción bilateral del complejo amigdalino, o bien la destrucción de las vías que lo conectan con el resto del encéfalo, puede originar por sí sola una enfermedad: el síndrome de Klüver-Bucy. En ella, el paciente pierde la capacidad de reconocer los objetos que percibe o, siendo más precisos, pierde la capacidad de dotar de cualidades emocionales al objeto que tiene delante. Es incapaz de distinguir si ese objeto es apto para ser ingerido, por ejemplo. Esto se traduce en la hiperoralidad, o la tendencia que tienen estos pacientes a oler el objeto, ya que necesitan valerse de otros medios para saber de qué objeto se trata. En este ejemplo se aprecia la gran implicación del complejo amigdalino en dotar de cualidades afectivas a lo material, a lo externo, incluyendo por supuesto al miedo o la ansiedad ante diversas situaciones vitales, todo ello características principales atribuibles al complejo amigdalino.

A la vista de todo lo expuesto anteriormente, queda clara la gran implicación del complejo amigdalino en numerosas patologías psiquiátricas o trastornos neuropsiquiátricos relacionados. Faltan aún numerosos estudios por realizar, para confirmar o reforzar los hallazgos obtenidos hasta el momento, pero, a la luz de los datos actuales, el complejo amigdalino se revela como una estructura importante para descifrar el enigma de estas enfermedades mentales que son todavía hoy tan difíciles de comprender desde el punto de vista neurobiológico.

Fuentes: Ledo-Varela, M. T., Giménez-Amaya, J. M., & Llamas, A.. (2007). El complejo amigdalino humano y su implicación en los trastornos psiquiátricos. Anales del Sistema Sanitario de Navarra30(1), 61-74. Recuperado en 18 de septiembre de 2022, de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1137-66272007000100007&lng=es&tlng=es.

Pozzi, D. (2020, 8 diciembre). La amígdala, ¿centro de las emociones? Hablemos de Neurociencia. Recuperado 18 de septiembre de 2022, de https://hablemosdeneurociencia.com/la-amigdala-centro-las-emociones/


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