Recién leíamos en World of Psychology una entrada titulada What NOT to Say to Someone With Panic Disorder (que traducimos como 'Lo que no hay que decir a alguien con crisis de pánico' aunque literalmente no se alude a la crisis de pánico sino en general al trastorno de pánico). Y es que sin duda, durante la crisis misma de pánico, sobre todo si ésta se suscita en la primera consulta, no será muy sencillo iniciar un abordaje psicoterapéutico sino probablemente en las posteriores.
Todos sabemos que la crisis de pánico es un paroxismo de miedo intenso que alcanza ribetes de certeza respecto a inminente muerte, con un aterrador correlato de taquicardias, sudores, tremores, urgencias miccionales, hormigueos, mareos y otras pavorosas señales que convencen al desafortunado que la sufre de que el infarto, el derrame o la rotura aneurismática -o algo tal vez más temido, la inevitable pérdida de la razón- están ya aquí, antes de voltear la esquina, aquí mismo.
Por supuesto, las sensaciones experimentadas son reales y no imaginarias, pero el pensamiento que las interpreta como indicadores de muerte hacen que la ansiedad llegue a extremos cataclísmicos y engendre más y más ansiedad en un penoso e inescapable círculo. Al final, el asunto no va más allá: más miedo y más miedo y más miedo, pero nada más que miedo y solamente miedo. (Hasta podría ensayarse un retorcido juramento luego en la terapia: sentir el miedo, nada más que miedo y solamente el miedo, no las temidas contrapartes 'somáticas' tan catastróficas, pero ya estamos dando un salto antes de tiempo).
Lamentablemente estas personas y sus molestias son frecuentemente mal diagnosticadas y mal tratadas en diversos servicios de salud. Desde el desconsolador e injusto "Ud. no tiene nada", enunciado tras una rápida evaluación electrocardiográfica por un joven médico que tiene que ver para creer, hasta las inacabables peregrinaciones por especialistas de diversa laya, cada quién más afanoso de pedir estériles exámenes auxiliares pues también comulgan con el ver para creer: como consecuencia el paciente, quien empezó solamente ansioso, acabará probablemente hipocondriaco, deprimido, agorafóbico, cuántas cosas quizás, pero sí ineludiblemente frustrado y confundido.
Sin afán de hacer psicoterapias a base de tips, quiero evocar una metáfora que leímos en un libro cuyo título se nos escapa, pero que era de notable factura. Aquí hela: "La ansiedad es como el perro que ladra pero no muerde". Vamos, como aquel perrillo bullanguero que nos sale al encuentro tras cualquier verja y ladra y ladra cual fiero mastín: si uno huye amedrentado, el perrillo nos perseguirá más, envalentonado y amenazante; pero si le damos altanera frente, huirá medroso y apocado -fin del perrillo-.
La metáfora, por su carga descriptiva y raigambre en la experiencia cotidiana, suele ser bien acogida por los ansiosos sufrientes pues seguramente les provee de un sentido estructurado a su experiencia desopilante (ya luego, si uno se permite engreimientos, meterá a la serotonina en el cuento, pero ello es del todo prescindible).
En términos psicológicos obvios: la evitación aumenta el miedo; afrontar el miedo -aunque pueda sonar arduo- es lo necesario. El evitar al estímulo generador de miedo simplemente agigantará al miedo; darle cara, en cambio, lo menoscabará. Ni más ni menos.
Como una anécdota que debe referirse, señalamos la existencia de una errata que se deslizó en el libro citado: era la sugerencia del corrector al autor para que analice la pertinencia estilística de incluir la metáfora refranesca que aludimos, aquella que compara a la ansiedad con el perro que ladra pero no muerde. Imagínense. (Por ventura ¿desmerece a un texto médico tal licencia o siempre es más elegante apelar a serotoninas y lactatos cuando se habla de pánico?)
No podemos culminar sino apelando al buen decir que consigue a su vez un buen entender, imprescindible en asuntos como estos de salud y enfermedad. Desde esta discretísima entrada, vaya un saludo de homenaje al magisterio de Don Arturo Goicoechea, neurólogo de polendas cuyas entradas, dada la diferencia horaria que media de Sudamérica a España, nos anuncian la alborada literal y metafórica, pues más claro y luminoso no puede ser él cuando desmitifica esotro cuco somático que en todas partes campea amedrentador: la migraña.
ENLACE:
- El blog del Dr. D. Arturo Goicoechea.