A la hora de recibir el dinero, me dí cuenta de que sólo había noventa mil pesos: nueve billetes de diez mil cada uno. El cajero me había hurtado un billete. Entré en la sucursal y una vigilante jurado allí me informó que últimamente algunos clientes se quejaban del mal funcionamiento del cajero. Informé a un empleado de allí quien me remitió a una comercial que me tomó los datos para cursar la reclamación correspondiente. Un compañero suyo la saludaba al salir:
-¿Qué tal va la mañana?
-Aquí estamos...haciendo que hago algo...
Refiero esto para ilustrar un tema que me parece esencial ahora y que creo es universal: el asunto de la apariencia. Hace mucho tiempo mis compañeros me pedían que me inventara unas estadís- ticas que pedían los superiores con tal de que pareciese que se hacían las mismas. De nuevo, mientras enviaba las hojas con cifras inventadas, aunque probables (de haberse hecho bien), todo parecía estar en orden.
En multitud de entornos y sistemas se identifica apariencia con realidad. Si parece que se está hacien- do algo es que se está haciendo. Esto es falso. No siempre. De hecho, a veces la apariencia significa todo lo contrario: se aparenta, precisamente, en la medida en que no se está haciendo lo que es debido. Aparenta que algo queda, podríamos decir.
Las burocracias en general se basan en la apariencia. Su trabajo mismo consiste en una gran aparien- cia. Su principio podría ser: si parece que está ocurriendo algo es que realmente ocurre. Para dar visi bilidad al poder está el circo mediático donde los distintos actores fingen actividad. Cobran muy bien, así que su fingimiento ha se ser potente. Durante los pasados siete años la administración saliente aparentó gobernar el país. Pero nada hicieron fuera de aparentar, decir bobadas en los medios y cobrar (acaso lo único real de su trabajo).
Los que vienen ahora podrían hacer algo para evitar la creciente fractura entre sociedad y dirigentes.
Podrían hacer algo real, convirtiendo la crisis en una oportunidad para mejoramiento social. Esto su- pondría un triunfo sin precedentes: pueblo y dirigentes por fin reencontrados tras un largo divorcio. Aunque fuera riesgoso, quizá convendría tomar decisiones valientes como, entre otras posibles, sus- pender las autonomías sine die hasta que volviera la bonanza económica. En todo caso habría que hacer profundas reformas en la Constitución para que ésta no fuera el papel mojado que es hoy y re- pensar todas y cada una de las instituciones: si realmente hacen algo o simplemente, merced a su inercia, continúan el diabólico juego de las apariencias que tiene estancado al país, en una aparente democracia, pero en una dictadura muy real del capital, que se sirve del sistema para legitimar y edulcorar su impresentable codicia.