La araña no sueña con la mosca que le alimenta.
Es posible que usted, lector, se vea a sí mismo como alguien especial. Es normal. Al fin y al cabo, es el protagonista principal – acaso único – de una trama que transcurre, fundamentalmente, en el oscuro interior de su cráneo.
Lo llamamos vida. Y tiene mal final.
La vida es un soliloquio incesante que se alimenta de lo que nos aportan los sentidos. La vista, el oído u olfato. No se descansa jamás, siquiera durante el sueño; Somos un cerebro estimulado y condenado a tomar decisiones constantemente.
Vivir no resulta fácil, por cansado. Es demasiada responsabilidad. Nadie puede pensar por nosotros. No podemos delegar los sueños. Tampoco las ilusiones, expectativas o desesperanzas, de las que solo nosotros sabemos.
Vivir no resulta fácil porque se vive en secreto. Siempre.
Es posible, he dicho, que se perciba como alguien especial. Pero ¿se da cuenta realmente de lo que es: un organismo excepcional? ¿Un milagro que burla durante años la más cruel e inevitable ley física, la de la entropía? ¿Es consciente de lo que hace todos los días, de los viajes que emprende, de su capacidad inexplicable para construir universos metafóricos?
Lector; es usted único, irrepetible y, por ello, valioso.
Tenemos además varios satélites orbitando el planeta, recopilando información.
Usted puede observar estas imágenes y, por medio de su imaginación, pasear por la superficie de Marte. Sorteando rocas, con la agilidad que proporciona una gravedad menor que la terrestre, pueden asomarse a llanuras inmensas, a enormes dunas de arena. Hay volcanes tres veces más altos que el Everest, cañones que ridiculizarían al Cañón del Colorado.
Observe las imágenes y cierre los ojos. Hace frío, unos 10 grados, aunque la temperatura varía bastante según las estaciones y el hemisferio.
Le propongo que viaje con su imaginación al polo sur, un lugar de hielos permanentes. En una llanura observa fascinado que del suelo brotan columnas de polvo y gas. Son geiseres fríos, compuestos de Co2 y arena.
Para enviar estas naves a Marte hemos empleado miles de millones de dólares, toneladas de combustible, incontables horas de trabajo de ingeniería.
Pero usted acaba de estar ahí. Con el único gasto de cerrar los párpados.
Es tiempo de volver a casa. Ha estado en Marte. Los vehículos que deambulan por su superficie en realidad no ven nada. Somos nosotros los que vemos a través de sus imágenes. En la parte posterior de nuestro cerebro la imaginación ilumina valles y relieves. Nos basta cerrar los ojos para imaginarnos a 150 millones de kilómetros. Usted es excepcional porque tiene la facultad de salvar distancias imposibles, de llegar a lugares inverosímiles. Incluso puede deambular por el foro de la Roma de hace 2.000 años ¿Qué se lo impide? ¿A quién debe rendir cuentas de lo que sueña?
Permítaselo; sueñe con todo ello. Que no le engañen con pobres distracciones. Lea, imagine, viaje. Embárquese en el Nautilus del capitán Nemo, dirija una orquesta o sea campeón del mundo de ajedrez. Y utilice el arma más poderosa para darle sentido a esta existencia: la metáfora.
Estamos hechos de la materia de la que está hecha la imaginación. La metáfora es tan real como el agua o la leche que brota del seno. Nos alimentamos de imágenes, de símbolos. Bebemos de la fuente de la ilusión, tangible en su ubicuidad. Firme en su ir y venir maleable.
Como la araña.
La araña no sueña con la mosca que le alimenta.Sueña con tejer nubes con su seda pálida.
Antonio Carrillo.