La archiduquesa roja, Isabel María de Austria (1883-1963)
Por Sandra
@sandraferrerv
Cuando el príncipe heredero del Imperio Austro-Húngaro fallecía en extrañas circunstancias en el pabellón de caza de Mayerling, su única hija era una niña de tan sólo cinco años. Ajena al drama que vivía su familia, la felicidad infantil de la pequeña Erzsi pronto dio paso a una vida de desarraigo y tristeza. Con un padre desaparecido y una madre que nunca mostró por ella el más mínimo cariño, fue el emperador Francisco José el único que sintió por ella un afecto sincero. Isabel María de Austria fue una de las nietas de la flamante y desdichada emperatriz Sissí. Y como ella, pasó una etapa de su vida viajando en una huida desesperada de su propio destino y sufriendo por la vida que le tocó vivir. Solamente al final de sus días, cuando se unió a un humilde profesor y político, fue un poco feliz. Para entonces había renunciado a sus derechos dinásticos y se había acercado al partido socialdemócrata, lo que le valió el apodo de la archiduquesa roja.
Isabel María Enriqueta Estefanía Gisela de Austria nació el 2 de septiembre de 1883 en el palacio austriaco de Laxemburgo, situado a las afueras de Viena. Sus padres eran el príncipe heredero de la casa de Habsburgo, Rodolfo, y su esposa, la princesa belga Estefanía. Un matrimonio de conveniencia que no tuvo precisamente una historia feliz. La llegada al mundo de la pequeña Isabel fue un acontecimiento doloroso para la madre y triste para el imperio, pues todos esperaban a un hijo varón. A la frustración de no haber dado a la dinastía de los Habsburgo un niño, se unió la desoladora noticia de la infertilidad que sufrió poco después Estefanía a causa de una enfermedad venérea transmitida por su propio esposo, quien hacía tiempo que mantenía escarceos amorosos con otras mujeres.
El 30 de enero de 1889, el cuerpo sin vida de su padre aparecía al lado del de su última amante, la baronesa María Vetsera. A pesar de ser muy pequeña, Erzsi, como se la conocía cariñosamente en la familia y en sus círculos más íntimos, mantuvo siempre un breve pero intenso recuerdo de Rodolfo, quien siempre que pudo estuvo al lado de su hija.
Con una madre que nunca quiso responsabilizarse de ella, Erzsi creció bajo la protección de su abuelo paterno. Fue sin duda la nieta preferida del emperador Francisco José, quien la acogió en Viena y la tuvo a su lado hasta que contrajo matrimonio. Convertida en una joven de diecisiete años, en el recién estrenado siglo XX, Erzsi se fijó en un joven militar perteneciente a una familia de la baja aristocracia. Se llamaba Otón de Windisch-Graetz y además de ser inferior en clase social, ya estaba comprometido. Erzsi, empeñada en casarse con él, instó a su abuelo a que obligara a Otón a aceptarla como su esposa. Francisco José se avino a los caprichos de su nieta pero puso una importante condición. Puesto que el matrimonio era morganático, Isabel María de Austria debería renunciar a sus derechos dinásticos, aunque continuó conservando el título de alteza imperial y recibió una dote considerable.
Tras su matrimonio, celebrado el 23 de enero de 1902 en la capilla real del Hofburg, la pareja vivió primero en Viena para trasladarse poco después a Praga donde nacerían los dos hijos mayores, Francisco José y Ernesto. Hacia 1906, se instalaron en la que sería residencia definitiva de la familia, un castillo en Bohemia conocido como Ploschkowitz. Allí nacerían los otros dos hijos de la pareja, Rodolfo y Estefanía. Otón decidía entonces retirarse de la vida militar y dedicarse de lleno a la administración de sus bienes y del castillo. Erzsi por su parte, inició un declive personal marcado por la mala salud de sus hijos, la escasa vida social y las continuas infidelidades de Otón. Asqueada de su vida en Bohemia, Erzsi decidió en 1912 iniciar una etapa itinerante, imitando a su abuela, la errante emperatriz Sissí. Al año siguiente, su corazón se vio consolado por un joven militar llamado Egon Lerch que acabó convirtiéndose en su amante. Pero la felicidad de Erzsi se truncó en plena guerra mundial cuando Egon falleció en un submarino que fue atacado por un obús enemigo. Antes de la muerte de su amante, Erzsi se había planteado seriosamente separarse de su marido, algo que continuó manteniendo en su interior y que decidió llevar a cabo tras la desaparición del emperador Francisco José en 1916.
Lo que Erzsi no se esperaba era que la familia imperial en pleno, incluida su propia madre, se opusieran a su voluntad. No sólo eso sino que la opinión pública se hizo eco de la situación. No fue hasta 1924 que, tras un largo y penoso litigio legal, consiguió separarse de Otón y mantener la custodia de sus hijos. Para entonces, Austria se había convertido en una república pero al haber renunciado a sus derechos dinásticos, ni su fortuna ni su posición en Viena se vio alterada. Antes de separarse legalmente, Erzsi conoció al que sería su último y verdadero amor, un político socialdemócrata llamado Leopold Petznek que la acercó a la socialdemocracia, partido al que se afilió en 1921. Convertida en la “archiduquesa roja”, como se la conoció entonces por sus actividades políticas, Erzsi se mantuvo al lado de Petznek y sufrió el rechazo frontal de sus propios hijos quienes se alejaron irremisiblemente de su lado. En 1935, tras la muerte de la esposa de Leopold, que vivía recluida en un sanatorio mental, contrajeron matrimonio.
La felicidad de Erzsi volvió a truncarse en 1944 cuando Leopold fue detenido por los nazis y trasladado al campo de concentración de Dachau, de donde pudo salir con vida en marzo de 1945. Cuando Leopold Petznek fallecía en julio de 1956, Erzsi era ya una anciana postrada en una silla de ruedas. Desde entonces y hasta su muerte, el 16 de marzo de 1963, la que fuera nieta del último gran emperador del Imperio Austro-Húngaro, vivió en soledad en su villa de Hütteldorf.
Según el testamento de María Isabel de Austria, sus hijos recibieron lo mínimo que estipulaba la ley. Todos sus bienes muebles e inmuebles fueron donados a las autoridades austriacas, excepto una parte que fue a parar a algunas personas que la ayudaron en algún momento de su vida, sin olvidarse de las carmelitas que rezaban por el alma de su padre en Mayerling ni de los capuchinos que velaban sus restos mortales en la cripta vienesa donde descansan todos los miembros de la familia imperial. Menos ella. Erzsi consiguió lo que ni su padre ni su abuela desearon en vida, descansar eternamente lejos de la Cripta Imperial. Los restos de Isabel María de Austria descansan en una tumba sin nombre en el cementerio de Hütteldorf.