Desde la primera y terrible batalla sostenida a la altura de Plymouth hacía dos semanas, puede decirse que no se había movido de su puesto.
Muchos hombres cayeron a su lado -un grumete, un mosquetero, un contramaestre y algunos ilustres caballeros de España- pero aparte de su pierna envarada debido a una cuchillada en el muslo que recibió durante el combate del lunes por la mañana, el almirante estaba ileso.
De vez en cuando, había bajado para tomar algún alimento o dormir unas horas, pero la mayoría de las veces sólo comió, o dejó sin tocar, lo que le iban subiendo a cubierta, permanenciendo apoyado en el coronamiento la mayor parte de las cortas noches.