Desde pequeños descubrimos, y nos enseñan, la existencia de cinco sentidos que nos ayudan a comprender y deambular por el mundo, permitiendo nuestra relación con el entorno a través de la captación de impresiones que, tratadas en el cerebro y pasadas por el tamiz de nuestra educación y experiencia, se convierten en nuestra idea de la realidad. La conocida lista compuesta por la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, se puede ampliar con un número variable de otros sentidos, aceptándose como tales la termocepción, la nocicepción, la propiocepcion y la equilibriocepción, mientras se discute sobre la existencia de un sentido de alerta que advierte cuando alguna cosa no anda bien o cuando nuestras acciones pueden comprometer nuestra seguridad. Los arquitectos hemos desarrollado un sentido propio que nos permite percibir nada más visitar un ámbito espacial abierto o cerrado las imperfecciones o incongruencias constructivas, compositivas y funcionales que existen en el mismo y que habitualmente pasan desapercibidas para la mayoría. Esta cualidad, no exclusiva de los arquitectos e innata en muchos, se adquiere y perfecciona tras nuestro paso por las Escuelas de Arquitectura y después de años de ejercicio profesional. Se trata de
LA ARQUICEPCIÓN
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