En las páginas de su diario, como si fuera una terrible premonición, María Bashkirtseff aseguró que sería célebre o fallecería. Esto escribía cuando tenía solamente veintidós años. Cuatro años después, una tuberculosis truncó su carrera como pintora. Para entonces su obra empezaba a ser admirada y llegó a crear un amplio catálogo de pinturas que en la actualidad se exhiben en algunos de los museos más célebres del planeta. Pero María pasó a la historia también, quizás sobre todo, por su extenso diario que escribió durante una década y en el que vertió sus más profundos sentimientos.
María Konstantinovna Bashkirtseva nació el 11 de noviembre de 1858 en Gavrontsy, por aquel entonces perteneciente al Imperio Ruso, en el seno de una familia noble. Maria se pasó la infancia viajando por Europa hasta que se instalaron definitivamente en Francia donde viviría toda su breve existencia y asumió el francés como lengua propia.
María pronto descubrió que su vida debía estar relacionada con el arte. Apasionada de la literatura clásica, leía a Goethe, sabía latín y tocaba varios instrumentos, entre ellos el piano y el arpa. Maria decidió centrarse en su faceta de cantante y parece ser que su talento vocal le auguraba una carrera exitosa, pues era una mezzo-soprano que podía alcanzar hasta tres octavas. Pero una faringitis crónica truncó para siempre aquel primer sueño artístico.
La Académie Julien, retratada por la propia Marie Bashkirtseff
Descartado el canto, María optó con la paleta y empezó a pintar aunque su familia no lo veía demasiado bien, como tampoco la sociedad de su tiempo. En París, María ingresó en la Académie Julien, una de las pocas escuelas de arte que admitía mujeres en sus aulas y donde coincidió con Catherine Breslau. Maria realizó retratos y escenas cotidianas del lado más deprimido de la sociedad.
En aquellos años, María participó de las ideas feministas y escribió varios artículos en la revista La Citoyenne con el pseudónimo de Pauline Orell.
Cuando el arte de María empezaba a ser conocido en los círculos parisinos y su obra era cada vez más aplaudida, una tuberculosis terminó prematuramente con su vida. El 31 de octubre de 1884, pocas semanas antes de cumplir los veintiséis años, fallecía en París.
La Asociación de Mujeres Pintoras y Escultoras de Francia organizó un año después de su muerte una exposición de su obra. Sus cuadros se pueden contemplar en la actualidad en museos como el Louvre o el de Orsay en París y en pinacotecas de muchas partes del mundo como Canadá, Ucrania o Chicago. Pero lo que la hizo más famosa no fue ni la música ni la pintura.
Desde que tenía quince años, María Bashkirtseff empezó un diario que continuó hasta su muerte apenas pasada una década. Poco tiempo después, este diario así como las cartas que se escribió con el escritor francés Guy de Maupassant se publicaron no sin antes haber pasado el estricto filtro de su propia familia que hicieron de aquellas primeras ediciones textos edulcorados, políticamente correctos pero alejados de la auténtica María. Tuvo que pasar más de un siglo para que el texto original fuera rescatado y publicado íntegramente mostrando a la verdadera María Bashkirtseff, una mujer de carne y hueso que se enamoró de un conde italiano con el que estuvo a punto de casarse; una artista que soñaba con la gloria y que sufrió la degradación inexorable de su propio cuerpo a causa de la enfermedad que la llevaría a la muerte. En las páginas de su diario se quejaba de las absurdas normas del decoro que le impedían a ella y a todas las mujeres solteras poder pasear libremente, disfrutar en total soledad de las salas de un museo sin que una carabina velara por su honra.
El cuerpo de María Bashkirtseff fue enterrado en el cementerio parisino de Passy. Su obra es admirada por los amantes del arte mientras que sus profundos pensamientos son leídos por miles de personas en todo el mundo.
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