La primera vez que leí a Enrique Vila-Matas fue en agosto del 2000. Aún recuerdo el calor del sol en la espalda y la reverberación de la luz en la piscina, de la que acababa de emerger. Pasaba páginas sobre una toalla y trataba de concebir la increíble idea de que un escritor dejara de escribir, tal como se contaba en el libro que sostenía entre las manos, Bartleby y compañía, que podía ocurrir. Aún me quedaba un mes para empezar a trabajar como auditor; para, como en la guerra, dejar atrás mi vida de civil y convertirme en un simple A3 -un auditor junior-, y tener que batirme el cobre laboral en jornadas maratorianas de trabajo de 12 ó 16 horas al día (mi record fueron 19 horas seguidas; sé de otros que empalmaron un día con otro sin dormir: 36 horas). Lógicamente duré poco con esto, yo como Bartleby también prefería no hacerlo. Y al contrarío de lo que les ocurría a los escritores que había convocado Vila-Matas en su libro, yo no podía ya a aquellas alturas dejar de escribir. Yo estaba más bien, como leería después en otro libro de este autor, poseído ya por el Mal de Montano.
Cuando volví con Vilas-Matas ya era profesor, y estaba en mi segundo colegio. Fue en enero de 2004 con París no se acaba nunca. Y leí este libro porque pensé que Vila-Matas me había robado una idea. En París no se acaba nunca el autor catalán hace una revisión irónica de su juventud, cuando fue a vivir a París para intentar emular al Hemingway de París era una fiesta y convertirse en escritor. Yo, entre el último mes de 1997 y el 1998 casi al completo, escribí una libro de poemas irónico, y no nostálgico, con el tema de fondo de París era una fiesta: yo también habría querido entonces ser un joven escritor en París, con interesantes relaciones y perspectivas, y emulaba a Hemingway escribiendo en los cafés no de París sino de mi ciudad, Móstoles. Éste es el libro de poemas –Móstoles era una fiesta- que, esperemos que esta vez, ya en 2011, a la 3ª sea la vencida, debería publicarme, precisamente, al final todo encaja, Bartleby editores.
En agosto de 2008, semanas antes de un viaje a la capital francesa, releí el París era una fiesta de Hemignway, y a la vuelta, en septiembre, me acerqué de nuevo a París no se acaba nunca, que me gustó más de lo que recordaba, que era bastante. Y seguí con Una casa para siempre, Extraña forma de vida, Bartleby y compañía (otra vez), El mal de Montano y Doctor Pasavento. Confirmé que, como decía la crítica especializada, Vila-Matas es ya uno de los más importantes escritores europeos actuales.
Me alegra, aunque no deja de resultarme extraño, que al leer la lista de libros más vendidos de los suplementos culturales de los periódicos, entre los descorazonadores títulos del top 10, de vez en cuando, se cuele algún libro de Vila-Matas. Y digo esto porque los libros del barcelonés no me parecen de fácil acceso, ya que para disfrutarlos previamente hay que haber leído muchos otros libros, de los que los escritos por Vila-Matas parecen glosas. ¿Cómo será leer Doctor Pasavento sin haber leído previamente nada de Robert Walser? Yo, que en mi carpeta de apuntes de Empresariales, llevaba una foto en blanco y negro de Walser con un paisaje boscoso de fondo, disfruté bastante de ese libro. Lo curioso es que deben existir bastantes lectores que han leído París no se acaba nunca sin haber leído París era una fiesta o Doctor Pasavento sin Jakov von Gunten. Es más, después de la aparición de Doctor Pasavento se reeditaron bastantes de los libros de Walser. Así que ya sólo por esto merecería la pena la obra de Vila-Matas, aunque, claro, ésta posee muchos más méritos, de los que destaco su capacidad de juego literario y vital, y, por encima de todo, el hecho de hacernos comprender, al fin, que la vida literaria no sólo puede ser una vida tan plena como cualquier otra, sino incluso más.
He leído durante los últimos días La asesina ilustrada, la novela que según el narrador de París no se acaba nunca era la primera novela que un joven Vila-Matas escribió en la capital francesa mientras intentaba emular a Hemingway. Vila-Matas ya no sólo tiene el poder de rescatar la obra de escritores como Robert Walser sino la obra del joven Vila-Matas, sobre la que el maduro Vila-Matas posa su mirada irónica.En el prólogo de esta moderna edición de la novela de 1977, Vila-Matas nos advierte de que por mucho que lo afirmase en París no se acaba nunca, La asesina ilustrada no fue su primera novela, sino la segunda. La primera fue Mujer en el espejo contemplando el paisaje, escrita en 1971, durante su servicio militar en Melilla. Libro que gracias a la ironía con que se habla de él en el prólogo de La asesina ilustrada debería ser también reeditado para regocijo de Vila-Matianos.
La asesina ilustrada despojada de prólogos, epílogos e ilustraciones (a cargo de Óscar Astromujoff) se queda en menos de 100 páginas, de las que el texto, propiamente titulado La asesina ilustrada ocupa unas 5. Y aún así estas páginas tienen la propiedad de matar a quién las lee. En total se cobra 3 cadáveres en todo el texto y al final se nos advierte que La asesina ilustrada seguirá, durante un tiempo, circulando (página 116).
Los protagonistas de esta obra son escritores o escritores de prólogos para las memorias de estos escritores, inexistentes y que además mueren inesperadamente. Desde las primeras páginas, compuestas sobre 1975 en un piso de París alquilado al joven escritor por Marguerite Duras, se advierte ya el gusto de Vila-Matas por lo metaliterario, por la propia esencia de la literatura; la obra, por encima de los autores, como protagonista de sus obsesiones como creador.
La elegancia del estilo se parece bastante al desarrollado con posterioridad, salvo por un detalle: las frases de La asesina ilustrada parecen escritas para tomárselas totalmente en serie y carecen de la ironía posterior.
En el texto he creído descubrir más de un homenaje literario. Algunas páginas me han recordado a Borges. Por ejemplo: “ElenaVillena pudo habitar la idea de un chuchillero que va dejando su fuerza en su arma y al final el arma tiene una vida propia (como, para Hoffman, la tenía aquel diabólico violín de Krespel), y es el arma la que mata, no el brazo que la maneja…” (pág. 102). Esto creo que lo leí en alguno de los cuentos de El informe de Brodie.El homenaje a Kafka parece palpable también en la escena en la que la narradora empieza, ante el cuerpo de un muerto, a arrancar el papel de las paredes y se va topando con empapelados cada vez más extraños.Y también podemos encontrarnos aquí con el escritor de relatos de terror M. R. James, ya que la narradora observa un tapiz en el que una figura, un posible asesino, se va desplazado por una imagen que reproduce la casa en la que se encuentra. Este es el argumento del cuento El grabado de James.
La edición de este libro sobre relatos asesinos y prólogos de memorias de escritores inexistentes se enriquece, además de con el irónico prólogo de Vila-Matas, con el no menos irónico epílogo debido a Jordi Llovet (quien, sepanlo, para despedirse se va corriendo), quien presentó el libro en una librería de Barcelona en 1977 ante los estupefactos oídos de la familia de Vila-Matas, y de los ya conocidos escritores Vázquez Montalbán y Juan Marsé.
Una obra interesante para incondicionales de Enrique Vila-Matas, que hayan leído antes, preferiblemente, París no se acaba nunca, y mejor, también, antes, París era una fiesta, libro que podría hacerles leer El gran Gastby de Scott Fitzgerald, y ya si se animan, por qué no, Móstoles era una fiesta, si Barleby decide que, tal vez sí, este año, preferiría hacerlo.