La atemporal ubicuidad del elefante “Pizarro”

Por Enrique23

El Elefante Pizarro en el Parque del antiguo Buen Retiro. (Grabado: La Ilustración Española y Americana, 1873).

Hubo en España un elefante que se hizo famoso en el último tercio del siglo XIX por sus lances con toros bravos de lidia de los que solía salir bien parado. Aunque vivía en Madrid -llegó en 1863-, su domador lo trasladaba a las plazas de todo el país para que el público pudiese admirar su habilidad y valor frente a los toros.

Atrapado por una argolla a una de sus patas, “Pizarro” o “Pizarrín“, como se le conocía, alargaba la cadena que le ataba a una estaca clavada en medio de la plaza y repelía como podía los embistes instintivos de la desconcertada res. Famoso fue su combate en 1865, en la antigua plaza de la Puerta de Alcalá contra cinco toros bravos. Este espectáculo se incluía en las tardes de toros a modo de “entremés”, a la vez que servía de reclamo para atraer a un mayor número de espectadores. El gusto por esta “atracción”, suponía un dudoso atavismo que  fue desapareciendo entre las aficiones populares, aunque lentamente, ya que hubo más “Pizarros”.

La anécdota de “Pizarro”

Se cuenta de este elefante una anécdota, que según quién lo haga y dónde se lea, puede aparecer como un hecho curioso y divertido, sin mayor importancia,  o al revés, como un suceso relevante y  grave, que dentro de su dramatismo pudo acabar aún peor. También se dice que, tal vez,  solo se trate de una leyenda y que, en realidad,  nunca ocurrió.

El caso es que el pobre “Pizarro” -según se cuenta- escapó de su triste reclusión una noche y, no sabiendo muy bien dónde ir, se dedicó a destrozar todo cuanto le estorbaba en su camino, para finalizar su evasión frustrada en una tahona en las cercanías de la calle Alcalá.

La anécdota, muy popular y con múltiples referencias en la prensa de la época y en internet, cuenta, sin embargo, con múltiples variaciones que sitúan el punto de partida de la fuga del elefante en sitios diferentes, variando lo que fue ocurriendo durante el periplo, así como la fecha y el momento del día, o la noche, en que esta sucedió. Así, nos encontramos con quien sitúa el inicio de la aventura en la Casa de Fieras del Retiro, alguno habla del coso de Las Ventas, en vez del de  la Puerta de  Alcalá que sería más adecuado, o bien en los jardines de los Campos Elíseos de Madrid.

“Boletín de Loterías y Toros”, página 4 (5/9/1865)

El diario democrático La Discusión, el jueves  6 de abril de 1865,  publicaba: “Anteanoche martes 5 de abril á las diez y media de la noche se alarmó el pacífico vecindario que habita en las afueras de la puerta de Alcalá de esta corte. Fué el caso, que el corpulento y feroz elefante , encerrado en la plaza de toros de los Campos Elíseos, incomodado de que sus amos le abandonaran por las noches, rompió las cadenas que le tenían sujeto y, no contento con esta hazaña, se salió de la plaza, rompiendo las vallas, puertas y cerrojos, sin que nada ofreciera resistencia a sus colmillos y trompa“.
Con el ejercicio -añade la crónica- se le despertó el apetito y después de dar unos cuantos paseos por los jardines, rompiendo árboles, faroles y causar algunos destrozos en las plantaciones, con una destreza admirable, emprendió a trompadas con la puerta de salida (…)” -incluyendo la caseta del guarda y al guarda mismo que salió volando por los aires-. “Derribó la puerta de salida y “Pizarrito” ya se encuentra dando feroces rugidos en medio de la carreta de Aragón”.
Despiertan los vecinos, se asustan, se alarman, se echan a la calle y, armados de palos, pistolas y escopetas, tratan de dar alcance al elefante; pero este huye, se mete en la tela, embiste a tres carretas, las destroza, maltrata a algunos bueyes y se dirige a la tahona de San José al olor del pan…”  (La Discusión,6 de abril de 1865)

Esta misma noticia, en iguales términos y publicada el mismo día, aparecía en La Correspondencia de España (6/4/1865 pág 3),  La Época  (6/4/1865 pág 3),  La España  (6/4/1865 pág 4), y  La Esperanza  (6/4/1865 pág 3).

Sin embargo, resulta curioso el relato de  La Ilustración de Madrid  de 28 de febrero de 1871,  en el que se dice que el 4 de octubre de 1863, el Ayuntamiento de Madrid ofrecía asilo al cansado elefante  para que, después de recorrer toda España, pasara allí sus últimos años de vida. Es en esta información donde las fechas y los lugares no “encajan”. Vemos que el episodio de la escapada es posterior y se produce en otro lugar, aunque próximo. Además, sigue publicitándose su participación en  espectáculos taurinos en 1869, cuando se supone que ya no “trabajaba”; y todavía en 1970 realizaba exhibiciones en las plazas de toros, como refleja una nota publicada en el Boletín de Loterías y Toros del 3 de enero de 1870. Probablemente la fecha que aparece en La Ilustración de Madrid esté mal por causa de una errata del periódico, o bien que por la calidad de la copia no se lea bien,  y el año que “Pizarro” se retiró pudiera haber sido entre 1870-1971, coincidiendo con la fecha de la publicación del artículo.

Cartel de 1869 en que se ve como el elefante seguía en “activo”. Se lee que todavía iba al trabajo.

En cualquier caso, la figura del elefante, objeto de admiración para unos pocos y motivo de diversión para el público en general,  que acudía al espectáculo seudotaurino de la lucha entre las dos bestias, acabó trascendiendo lo meramente popular y se convirtió en un elemento de chanza e ironía jocosa para lalgunos articulistas de la prensa como La Guirnalda, El Liberal, El Periódico para todos, La Ilustración Ibérica, Madrid Cómico, y muchos más. El Pais, por ejemplo, bromeaba en 1898, recogiendo la anécdota de la tahona, que ya comenzaba a desvirtuarse, diciendo: “El elefante Pizarro, encadenado en el Retiro tuvo un día hambre y, rompiendo las cadenas conquistó a trompadas en una tahona el pan que necesitaba. Moraleja: Los elefantes son más sesudos que los obreros hambrientos”. (El Pais, 22/2/1898, pág. 2)

Por su parte, mucho después, en 1913, cuenta el cronista Carlos Cambronero en La España Moderna, cómo en la primavera de 1865 la empresa que explotaba el parque de diversión denominado  Campos Elíseos llevó un elefante que dominaba algunas habilidades, entre ellas la lucha con otras bestias. Así, se le puso en la plaza de toros a medirse con dos toros bravos, los cuales lo acosaron , sin que este hiciese otra cosa que defenderse, por lo que la lid quedó en empate. El elefante, procedente de Ceilán, también dominaba el castizo arte del descorche de botellas de vino con la posterior ingesta del líquido contenido. Cuentan que en cierta ocasión, no se sabe cómo, el paquidermo se desató de las cadenas que lo sujetaban y paseando libremente por el jardín acertó a pasar delante de la fonda del recinto a la que entró.

Viendo a su disposición tantas botellas de vino expuestas para la clientela, se hizo dueño da las mismas y comenzó a ejercitar su aplaudida habilidad. Tal exceso de botellas de distintos brebajes descorchó y bebió, que el abuso le causó gran desconcierto y malestar -una buena trompa-, y perdiendo su habitual mansedumbre, el animal se dedicó a destrozar cuanto se le puso delante, acabando con la verja de la puerta de entrada, tras lo cual salió a la carretera de Alcalá, y ante el griterío de sorpresa y temor del vecindario, se cobijó en una tahona, llamada de San José aprovechando para ingerir con ansia cuanto panecillo estubo al alcance de su probíscide, sin que el estupefacto panadero pudiera hacer nada para evitarlo. Finalmente pudo de ser sosegado por el domador, quien logró sujetarlo y llevarlo de vuelta al parque. (Basado en el texto de Carlos Cambronero. La España Moderna, Nº 296, Octubre 1913. Pág. 34 y sig.)

Parece que en este texto pueden caber algunas dudas en cuanto a su absoluta verosimilitud. Aunque lo probable es que el episodio de la huida responda al suceso tan como se inició,  el asunto del vino y del descorche de botellas puede ser más un recurso cómico del autor que quiso parangonar la escapada del gigante con las aventuras etílicas de algunos vecinos de la Villa.

No queda nada claro si el animal finalmente se sosegó al ver a su domador y regresó en calma a su encierro; si se enfrentó a los guardias hasta quedar exhausto; si hubo necesidad de drogarlo para reducir su fuerza; o si volvió él solo -sabida es la memoria del elefante para recordar el camino de vuelta a casa-, una vez calmó su hambre y su sed. En cualquier caso, la situación, más que de broma debió de ser tremenda.

El gusto por esta “atracción” fue desapareciendo entre las aficiones populares, aunque lentamente, ya que hubo más “Pizarros”… Cartel del espectáculo de lucha entre el elefante “Nerón” y el toro “Sombrerito” , 1898. .

La muerte del elefante “Pizarro”

El 8 de julio de 1873,  la Ilustración Española y Americana publicaba: “Ha fallecido, la semana pasada, el monstruoso paquidermo que, desde hace algunos años, vegetaba tristemente en el jardín zoológico del Parque de Madrid. “Pizarro”, que tenía 58 años, era oriundo de Ceylan y viajó por diferentes naciones de América, atravesó el Atlántico y vino a parar a Francia y a España, siempre conducido por su hábil domador y propietario el norteamericano Mr. Eduardo Miller.”

Narra la crónica el episodio de la huida y su asalto a la tahona, del que sin abundar en detalles, dice que una vez saciado su apetito se dirigió de vuelta al recinto como si nada hubiera pasado.

Finalmente  -añade el cronista-“comprole el ayuntamiento de esta capital para el jardín zoológico del Parque de Madrid, y allí ha permanecido pocos años, encadenado, consumiéndose lentamente, siendo objeto de terror para los niños y de curiosidad para los forasteros”. Y acaba el artículo con una exhortación al Gabinete de Historia Natural (creado en 1776) para que se hiciese cargo de la conservación naturalizada del animal, aún entendiendo la dificultad por no haber medios para costearlo. (Ilustración española y americana, 8 de julio de 1873. Págs. 3 y 4)

Curiósamente el periódico Caras y Caretas de Buenos Aires, en 1914 en un artículo sobre el miedo cerval que los elefantes sienten por los ratones, hacía una breve alusión a “Pizarro”, asegurando que la causa de su muerte se debió a que un ratón le entró por la trompa atáscándosela…”. En fin, una leyenda más. ( Caras y Caretas, 17/1/1914. Pág. 18)

El caso es que sus huesos parece que se dejaron en el interior de uno de los estanques del Parque del Retiro dispuestos a macerarse para luego pasar al Gabinete de Historia Natural. Así lo aseguraba el Diario Oficial de Avisos de Madrid, si bien no añadía mayor información,  ni dejaba constancia de que los restos fueran hubieran sido finalmente entregados al citado Gabinete de Historia.   (Diario Oficial de Avisos de Madrid el 17/7/1873 , pág. 4)

José Fernández Bremón, aseguraba un año después en el El Imparcial, en 1874,  que los huesos estaban enterrados en el Parque: “Hoy la osamenta de Pizarro yace bajo tierra. No se ha escrito su necrológica; la voz pública murmura sobre las causas de su muerte. Se habla de asesinato. Yo no acuso a nadie. Los sabios venideros que escarben el Retiro, cuando tropiecen con los huesos de Pizarro asegurarán que tal vez se criaban elefantes en Madrid en el periodo oscuro de la república española.” (El Imparcial, 8/6/1874. Página 4, Hemeroteca BNE)
Es más, el diario El Globo, el 10 de junio de 1875, acerca de la instalación en Madrid de la Protectora de Animales, menciona también que los huesos de Pizarro se encontraban enterrados en el Parque de la Villa. (El Globo, 10 de junio de 1875, Hemeroteca BNE).

Queda por conocer si en algún momento fueron desenterrados y  destinados a ser conservados.

Los elefantes del Museo de Ciencias Naturales

Actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, heredero del Gabinete de Historia Natural, hay dos elefantes naturalizados. Se trata de un elefante indio (Elephas indicus), que se colocaron en una peana el esqueleto y, en otra, el ejemplar naturalizado con la piel; y de un elefante africano (Loxodonta Africana), actualmente en el vestíbulo de entrada al museo. Del esqueleto y de la piel de “Pizarro” nada se sabe. Salvo lo ya contado más arriba.

El elefante indio, procedente de Malasia,  llegó a Madrid en 1773, regalo del gobernador de Filipinas al rey Carlos III. Embarcado vivo desde Manila, viajó por mar hasta Cádiz. De allí a pie hasta el Real Sitio de San Ildefonso pasando en su itinerario por Córdoba, Valdepeñas, Ocaña, Aranjuez, Carabanchel y Aravaca, a razón de tres leguas castellanas por jornada que sumaron 42 días de viaje. De San Ildefonso lo trasladaron a El Escorial y de allí a Aranjuez, donde llegó a primeros de noviembre. En aquel lugar tuvo su residencia definitiva en la “Casa de Vacas”, en un corral para él acondicionado. Seguramente por lo inapropiado de los cuidados, el clima y la alimentación, el elefante murió el 17 de noviembre de 1777.

Elefante indio (“Elephas indicus”), actualmente en el MNCN.

Y queriendo Carlos III que se le disacase, se solicitó al naturalista Juan Bautista Bru que dispusiera lo necesario para emprender el trabajo de disección y conservación del animal cuanto antes. Entre el 21 de noviembre de 1777 y el 28 de febrero de 1778, Bru trabajó con los restos del animal que dejó listos para su exposición en el Real Gabinete de Historia Natural, que había sido inaugurado en 1776. El coste total de la desecación del elefante asiático ascendió a 14.137 reales con 20 maravedís. (FUENTE: Sánchez Espinosa, Gabriel. Un episodio en la percepción cultural dieciochesca de lo exótico: La llegada del elefante a Madrid en 1773. Goya 295-296, 2003. Páginas. 269-286.)

En cuanto al elefante africano (Loxodonta Africana),  fue donado por Jacobo Stuart y Falcó, duque de Berwick y de Alba, padre de la actual duquesa y patrono del Museo en sus inicios, trás una expedición a África. El animal fue abatido en Stern Jack, Nilo Blanco, Sudán, el 22 de marzo de 1913.
En realidad, al elefante, una vez muerto, le arrancaron los colmillos, que pasaron a engrosar la colección particular de trofeos del duque, y se le quitó la piel que luego se donó al Museo de Ciencias Naturales.
Previamente, los guías y ojeadores del safari clavaron sus lanzas en el animal muerto, que según se cuenta es la costumbre de estas gentes y el cuero del elefante quedó agujereado y rasgado en numerosas zonas.
Así, la piel mal cortada y en piezas fue enfardada y embarcó para España con destino al Museo. Ahí permanecieron los más de 600 kilos de la piel del paquidermo, arrinconados en los sótanos del edificio. El fardo se desenvolvió el 5 de noviembre de 1923 y nadie quiso o supo hacer nada con él. Por aquella época Luis Benedito era el  Escultor Taxidermista del Museo y a él se le encargó la tarea de darle forma de elefante al fardo de piel reseca y cuarteada con el que se encontró.

El elefante africano en la entrada del MNCN de Madrid fotografiado en 2011 . (Foto: Enrique F. Rojo, 2011)

Benedito construyó un armazón de 3.450 kg utilizando madera, malla metálica, escayola, el trozo de cráneo del elefante y unos ojos de cristal. A continuación, modelada en escayola a tamaño natural la figura del elefante, se recubriría por completo con la piel ya curtida y preparada para ser encolada, ajustando cuidadósamente cada pieza, pliegues y arrugas, y sujetándola con alfileres ( 77.000) hasta que la cola secara por completo.
En abril de 1928, la figura quedó lista para que la piel se colocase. Después solo haría falta que las colas y resinas endureciesen, dar algunos retoques finales y ya sería posible su traslado al Museo para su exposición. En la primavera de 1932 el elefante africano hacía su último viaje por el Paseo de Recoletos y por la Castellana con destino a los Altos del Hipódromo ante la atónita mirada de los transeuntes, esta vez ya como el elefante que había sido. El coste total de la naturalización fue de 9.834 pesetas. (Más datos en el artículo “El elefante del Museo de Ciencias Naturales“, en Urban Idade)

Referencias.-

La Discusión,  (6/4/ 1865) en la Hemeroteca BNE

La Ilustración de Madrid  (28/2/1871), en la Biblioteca Virtual de Madrid

Campos Elíseos de Madrid
  (Urban Idade)

Luchas de toros con otros animales
Francisco López Izquierdo
ABC Hemeroteca (22/05/1962)

El elefante del Museo de Ciencias Naturales (Urban Idade)