"No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estás y cambiar el final."
C.S. Lewis
Hoy en día todo parece diseñado para que vivamos una vida superficial: las redes sociales nos muestran fragmentos de vidas perfectas, videos que nos entretienen por segundos, un constante y acelerado cambio de moda o tendencia, insertando en nuestras mentes que lo más importante es lo que se ve. Pero, si somos honestos, ¿eso realmente nos llena? Estar de moda es movernos rápido, sin profundidad, sin llegar a entender lo que realmente importa.
Aunque llenemos nuestra vida de cosas materiales, siempre habrá un vacío si no buscamos lo espiritual, lo que realmente nutre nuestra alma. Es como si intentáramos saciarnos con aire cuando lo que realmente necesitamos es alimento.
“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt 4:4).
La Profundidad de lo Invisible
¿Te has dado cuenta de que las cosas más importantes en la vida no se pueden ver?
San Pablo nos dice en la Segunda Carta a los Corintios: "a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas." (2 Cor 4:18). El amor, la amistad, la esperanza, Dios... Todo eso no se puede medir ni mostrar, pero es mucho más real que cualquier automóvil, ropa o teléfono celular que puedas tener.
A veces, las personas se pierden en lo que el mundo ofrece: la gratificación inmediata, el entretenimiento sin fin, y olvidan que hay algo más allá. El joven rico en el Evangelio (Mt 19:16-22) se fue triste porque no pudo desprenderse de sus bienes para seguir a Jesús. Pensó que lo material lo llenaría, pero no se dio cuenta de que lo verdadero y eterno estaba justo enfrente de él. Nosotros también corremos el riesgo de perder de vista lo importante cuando solo nos enfocamos en lo que brilla por fuera.
Impulsividad y Reflexión: Tomar Decisiones Sabias
Ser superficial también significa ser impulsivo. Muchas veces, en lugar de detenernos a pensar, actuamos por lo que sentimos en el momento, como niños pequeños que no pueden esperar. Pero ser cristiano significa aprender a reflexionar, a pensar antes de actuar, a medir nuestras decisiones. La Biblia nos dice: "El hombre precavido ve el mal y se esconde, los simples pasan y reciben castigo." (Proverbios 22:3).
La impulsividad es la hermana menor de la superficialidad. Ambas nos hacen actuar sin pensar en las consecuencias. ¿Cuántas veces te has arrepentido de algo que hiciste sin reflexionar? En cambio, el verdadero camino cristiano es el de la prudencia, una virtud que se trata de pensar antes de actuar, de discernir.
La Constancia: El Camino de los Santos
Ahora bien, otro enemigo de la profundidad es la inestabilidad. ¿Cuántas veces has comenzado algo con entusiasmo, solo para abandonarlo a mitad de camino? ¡Eso nos pasa a todos! La vida superficial te empuja a comenzar mil proyectos sin terminar ninguno. Pero lo que realmente vale la pena en la vida requiere constancia y esfuerzo. Jesús nos enseña la importancia de ser constantes cuando dice: "Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará." (Mt 24:13). Los grandes santos no se hicieron santos en un día. Santa Teresa de Ávila, conocida por su fortaleza, decía: "La paciencia todo lo alcanza".
Ser constante es como entrenar para una carrera. No puedes esperar ganar si no te esfuerzas todos los días, si no haces sacrificios. Lo mismo pasa con la vida cristiana. No es cuestión de momentos fugaces de emoción, sino de una entrega diaria, incluso cuando no tenemos ganas.
El Carácter Cristiano: Ser más que Sentimientos
El mundo te dirá que sigas tus sentimientos ("No pienses… Siente"), que si algo "se siente bien", entonces está bien. Pero, ¿es eso cierto? No siempre. San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos enseña a no tomar decisiones cuando estamos dominados por sentimientos pasajeros. Un sabio consejo siempre será: no tomes decisiones cuando estés demasiado contento o furioso.
Como cristianos debemos aprender a desarrollar nuestro carácter, y eso quiere decir actuar no solo por lo que sentimos, sino por lo que sabemos que es correcto. Los sentimientos son importantes, pero no pueden ser los que nos guíen. Debemos ser personas firmes, con principios claros, y no como hojas movidas por el viento.
El Sacrificio: La Gran Lección de Amor
El mayor ejemplo de esto es Jesús. ¿Crees que se "sentía bien" al subir a la cruz? Claro que no. Incluso le pidió al Padre que, si era posible, le apartara ese sufrimiento (Lc 22:42). Pero aun así, Jesús aceptó el sacrificio por amor a nosotros. Ese es el verdadero sacrificio: no se trata de sufrir por sufrir, sino de amar hasta el punto de estar dispuesto a darlo todo por el otro. San Juan Pablo II decía: "No hay amor sin sacrificio". Y es verdad, porque el amor verdadero siempre implica renunciar a algo de uno mismo por el bien de los demás.
La Humildad: Conocernos Tal Como Somos
Para vivir con profundidad, necesitamos una virtud clave: la humildad. San Francisco de Asís lo entendió muy bien cuando dijo: "El hombre no es más que lo que es a los ojos de Dios". No somos ni más ni menos de lo que Dios ve en nosotros. El mundo nos dice que debemos ser "los mejores", pero la verdad es que solo seremos grandes si somos pequeños ante Dios, si reconocemos nuestras limitaciones y confiamos en Su amor. Como nos recuerda la Palabra de Dios: "Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado."
(Lc 14:11).
Un Camino de Madurez: Seguir a Cristo
Finalmente, ¿Cómo podemos madurar en nuestra fe y dejar de lado la superficialidad? No hay mejor camino que seguir a Cristo. Él es nuestro modelo perfecto de madurez y profundidad. Nos enseñó a ver más allá de las apariencias, a vivir con amor y sacrificio, a ser constantes y prudentes. Como cristianos, estamos llamados a imitarlo. Como decía San Pablo: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Flp 2:5).
El camino hacia la madurez es largo y no siempre fácil, pero es el único que nos lleva a la verdadera alegría, a esa paz que solo encontramos en Dios. Y lo mejor de todo es que no estamos solos en este viaje: Cristo camina con nosotros. Como decía Chesterton, "el cristiano no es alguien que sigue una ley, sino alguien que sigue una Persona".
Así, esta aventura de la vida, con sus retos y descubrimientos, nos invita a profundizar, a buscar sentido en lo eterno. No estamos llamados a quedarnos en la superficie, sino a bucear en el misterio de Dios, donde encontramos nuestra identidad más profunda y verdadera. La búsqueda del sentido no es una carrera solitaria, es un camino compartido con Aquel que es el sentido mismo. Y al final del viaje, encontraremos que cada paso hacia Él ha valido la pena. ¡Qué gran aventura, la de seguir a Cristo!
Omar Orozco SáenzPensamiento CatólicoGWBH7HWUHUTS