En el asfalto la bici andaba de maravilla y el carrito también. Encontré muchas caras mirando sorprendidas mi pinta. Pasé por la casa del Javi y la Toña, dos cuenteros amigos que viven en Unquillo y que me convidaron mate, abrazos, buena energía y algo más. Cuando entré a Rio Ceballos comenzaron a caer un par de gotas. Me esperaban en casa de Nadina, gran cuentera, unas tremendas milanesas y una charla bien suculenta. Pero las cuatro cuadras de tierra, arena y piedra suelta en subida (bien brava) fueron reveladores: iba con mucho peso. Hice una cuadra con mucho esfuerzo, hasta que derrapé y el carro se fue hacia la banquina. Me bajé. Lo que me costó sacarlo de ahí, a puro arrastre. Cuando pude estabilizar la bici y mis ansiedades volví a subir intentando pedalear. Media cuadra después, plena subida, el carro me tiraba hacia atrás como si alguien pedaleara en dirección contraria: otra vez me tuve que bajar. Empecé a maldecir a la calle, a la bicicleta, al carro, a mí mismo, a la lluvia. Faltaban 100 metros para la casa de Nadina y el carro se me iba hacia atrás, la bici se me doblaba y no sabía de dónde agarrar la bici. Si frenaba era lo mismo porque la piedra suelta impedía el agarre y cuando puse una de las patas del carro para que sirva de “ancla”, ésta se dobló y fue peor. Cuando finalmente pude acomodarla y acomodarme, subí a la bici y de un envión salí de la subida. 50 metros de calle de tierra plana me hicieron llegar, bastante mojado, al calor de un hogar que ya emanaba aroma a milanesa.
Conclusión: volví al punto de partida y decidí dejar el carro por ahora. Lo usaré en regiones llanas, con asfalto, donde la exigencia no sea tanta. Volví para sumar más alforjas y llevar todo encima de la bici. Volví para entenderme y descubrirme entre lo que debo atender y escuchar de otros que ya tienen experiencia, y lo que necesito descubrir por mí mismo en situaciones límite. No seré ni el primer ni el último viajero que debe volver al punto de partida para reacomodarse y volver a salir.
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