Según Leibniz la naturaleza es continua: nada es independiente ni se encuentra aislado de las demás cosas. Todo está conectado, desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande, y tiene una razón de ser. No hay nada que no tenga sentido y no se pueda comprender. Y como todo tiene un sentido, también lo tienen los males del mundo: el mal existe y ha de ser totalmente necesario en un Universo ordenado y racional, perfectamente conjuntado y diseñado por Dios. El Universo no podría ser mejor que éste en el que vivimos si fuera de otra manera, es decir, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Para Leibniz la realidad estaría constituida por infinitas unidades básicas, cada una distinta de las demás, llamadas mónadas. Las mónadas, ensambladas de una forma u otra, conformarían cualquier cosa que conocemos. Serían unidades dinámicas que se mueven sincronizadamente al paso del tiempo estableciendo la armonía del mundo. Nuestro amor hacia Dios, la mónada suprema, debería convertirse en el motor de la unificación universal de la Humanidad.Leibniz, ya en su tiempo, propuso la formación de una enciclopedia universal que recogiera todos los conocimientos humanos con tal de unir las mentes de los hombres en una suerte de conciencia universal, construyendo así las bases tanto del trabajo de Diderot como de Wells. Diferenció además dos tipos de verdades: en primer lugar las verdades de razón, es decir, aquellas verdades evidentes que jamás podrán ser falsas, como que dos y dos son cuatro. En segundo lugar las verdades de hecho, que son aquellas verdades completamente discutibles.