La ayuda para alimentación y las buenas intenciones

Por El_situacionista

Foto de usdagov

Ya hace años que durante las fiestas de navidad podemos encontrar puestos instalados delante de establecimientos de alimentación que solicitan donaciones de alimentos a los clientes. Son las llamadas campañas de recogidas de alimentos, que incluso se repitieron durante el verano de 2013. Dar de comer a quien tiene hambre es una de las formas más antiguas e instintivas de solidaridad, algo que interpela a todas las clases sociales y sobre lo que no hay discusión política ni técnica. La situación de crisis económica y la falta de perspectivas de recuperación han provocado que la sociedad gire su atención hacia un problema que, como tantos otros, permanecía en la intimidad de cada hogar en el que no hay suficientes recursos económicos. Ahora que se presentan unos meses, hasta verano, sin que presumiblemente nadie solicite a la sociedad que se movilice contra el hambre debemos aprovechar para pensar qué clase de ayuda alimentaria estamos construyendo y qué soluciones pueden responder mejor a la hora de cubrir la necesidad básica de la alimentación.
Los comedores sociales.
Estos centros son, en su mayoría, recursos para personas sin hogar que no tienen posibilidad de cocinar, y como tales están pensados. Algunos disponen de duchas, ropero e incluso los hay que están vinculados a albergues sociales. Muchos de ellos, de hecho, constituyen el primer asidero donde contactar abiertamente con las personas que viven en la calle o cuya situación de vivienda es muy precaria, donde vincularlas afectivamente e iniciar un proceso de acompañamiento que posibilite la reinserción social.  También pueden ser una opción válida para las personas con un problema importante de aislamiento o con dificultades de salud mental y/o adicciones, como forma de garantizar una alimentación suficiente y equilibrada. Los comedores sociales son, por tanto, herramientas para el tratamiento de la exclusión social severa, y en absoluto un lugar en el que una persona que no pueda pagar sus alimentos se sienta cómoda o en un ambiente en el que se reconozca a sí misma. Aunque es cierto que, cada vez más, se están abriendo comedores sociales pensados para un perfil de persona que no está en la exclusión social severa, aún son pocos los casos en proporción a la magnitud. Además, en cuanto a la relación costo/beneficio social, estas herramientas no son las más adecuadas para lograr que las personas que no pueden pagar sus alimentos puedan comer diariamente y, en cualquier caso, nunca debería ser una solución permanente al problema, sino una alternativa temporal mientras se busca cómo facilitar que la persona pueda disponer de un hogar en el que poder alimentarse dignamente.
La cola del bocata.

Campaña Lata de Nada

A raíz del aumento de la solidaridad ciudadana y de la visualización de este problema se están creando, de manera organizada o de manera individual, colas del bocata. Un grupo de personas se reúnen uno o más días a la semana en un punto determinado de la ciudad y reparten comida cocinada por ellos en su casa o su local. A diferencia de las personas que asisten a un comedor social o que acuden al reparto de alimentos en especie, las que están en la cola del bocata es difícil que puedan recibir un apoyo social profesional. Esto provoca que en la cola se mezclen personas con necesidad de ayuda social con otras de diferentes perfiles, como turistas mochileros. Además, la proliferación de estas iniciativas comporta un riesgo para la salud pública de considerables dimensiones ya que no existe garantía del buen estado de los alimentos ni de su conservación.
El reparto de alimentos.
Descartados los comedores sociales y la cola del bocata, debemos tener en cuenta en nuestro análisis el reparto de alimentos en especie, la herramienta de la ayuda alimentaria que más visibilidad tiene en la sociedad. Como actor principal de este ámbito encontramos a las parroquias y demás entidades que se encargan de dar alimentos a personas, derivadas en su mayoría por profesionales de la acción social. Son los puntos de distribución, también denominados por los medios de comunicación como la cola de los alimentos. Ésta consiste en la entrega de alimentos un día de la semana en un determinado local. Los alimentos que reparten provienen de diferentes fuentes, como los excedentes alimentarios de la UE (que parece ser ha recortado dicha aportación para el año 2014), donaciones de empresas grandes y de barrio, del Banco de Alimentos e incluso de la compra directa por parte de las entidades que los reparten.
El Banco de Alimentos es, en origen, una institución que tiene por objetivo evitar el desperdicio de los excedentes alimentarios, y no la redistribución de los alimentos en sí misma (Jordi Peix dixit). Lo que ocurre es que en un momento donde las entidades sociales realizan un aumento de demanda de alimentos para repartir, el Banco incrementa las ideas para recoger productos. Recogidas puntuales, campañas específicas, etc.
¿Cómo funciona el reparto de alimentos?

Foto de usdagov

Pero ¿qué se encuentra una persona que vaya a recoger alimentos a una entidad? Podrá encontrarse una cola de gente, que es el estereotipo más extendido. Esperará en la calle hasta que le toque el turno de recibir los alimentos. En algunas entidades mejor organizadas, y con disponibilidad de espacio, se encontrará con un sistema de cita previa a través del cual irá un día concreto de la semana a una hora acordada y será atendido particularmente y sin esperas. En ambos casos será habitual que le atienda un voluntario.
Pasada la cola o llegada la cita previa, los alimentos a los que tendrá acceso serán primordialmente alimentos de despensa. Es decir, legumbres, arroz, aceite, conservas, lácteos... Se los darán bien en un pack donde no podrá elegir o bien con un sistema de puntos determinado a través del cual podrá elegir un producto en una cantidad establecida según los puntos que haya obtenido (se asignan puntos por situación económica y número de personas en el hogar).
No siempre se suelen tener en cuenta determinados aspectos culturales, como que un producto no se sepa cocinar o que uno tenga más importancia que otro (el arroz para algunas culturas, por ejemplo) y del que sería necesaria una mayor cantidad. Tampoco no siempre se tienen en cuenta otras necesidades como las alergias alimentarias o intolerancias. La alimentación, además, es tanto una necesidad física como cultural y social, y en ocasiones se hace  imprescindible contar con determinados productos que seguramente no entrarían en una lista de productos básicos, como el chocolate o el cava a la hora de celebrar un día especial.
Además en los centros de reparto de alimentos no hay producto fresco y, cuando lo hay, el producto suele ser escaso. Las verduras, carnes pescados y frutas no constituyen la parte central de la ayuda dada a la persona que lo solicita, pero sí que forma parte indispensable de cualquier dieta. Frente a este problema se están instalando cadenas del frío en muchas redes de reparto de alimentos, pero esto no hace sino aumentar los costes de dicha ayuda.
Los problemas del reparto de alimentos.
En un principio la herramienta del reparto de alimentos podría parecer una buena solución a la hora de resolver el problema de la alimentación, pero la realidad es que si se intenta perfeccionar debilita todo el sistema y perjudica a las personas que caen en él.
Las perjudica porque disminuye su capacidad de respuesta si pasa mucho tiempo en ella. Este sistema no permite tener libertad de elección en cuanto a los alimentos, y desarrolla la idea de que no hay que pagar por ellos.
Además genera una dinámica en los supermercados que es contraproducente. Estas empresas están donando palés enteros de comida en perfecto estado –no sólo la no apta para la venta, como se venía haciendo hasta ahora- por la presión social que reciben para que colaboren con los centros de distribución de alimentos, lo que les impide o dificulta colaborar de otras maneras más eficientes y coarta su responsabilidad social.
Por otro lado la mayoría de los puestos de recogida de alimentos se instalan en las puertas de supermercados, quienes ven cómo, además de ofrecer un gesto solidario permitiendo que se instalen en sus puertas los voluntarios de la recogida, aumentan considerablemente su volumen de ventas. La casi totalidad de las personas que donan algún producto en estas campañas de recogida lo han comprado expresamente para la campaña, de manera que cada cliente del supermercado compra más de lo que suele cada semana.
Circuitos paralelos.

Foto de PM Itanhaém

En definitiva, con este tipo de ayudas se está creando una red paralela de alimentación solidaria, o lo que es lo mismo, una red de alimentación para personas sin recursos. Algo tan absurdo como si para solucionar el problema de los altos precios del transporte público se creara una red paralela de autobuses gratuitos para personas sin recursos económicos, con vehículos viejos o reciclados y conductores voluntarios.
Por otro lado, la red paralela de ayuda alimentaria compite directamente con la red comercial de distribución de alimentos. En los comercios minoristas siempre se ha guardado el producto que no se podía comercializar (unas frutas que comienzan a ponerse pochas, el pescado del día anterior, etc) para aquellas personas en dificultades y que de manera informal lo solicitaban al tendero. Además, los puestos de reparto de alimentos son llevados casi en exclusiva por voluntarios, de manera que la nueva red solidaria y paralela de reparto de alimentos está extrayendo gente de la red comercial (clientes) para llevárselo a donde no hay costos de personal, aumentando la presión de empobrecimiento de los trabajos de dicha red comercial.
Por tanto, y aunque se pueda valorar muy positivamente el sistema de reparto de alimentos en especie, tanto por su labor medioambiental como por su importancia en la movilización social, éste ha de poder convivir con otros sistemas que faciliten la permanencia de las personas con dificultades económicas dentro de la red comercial de distribución de alimentos. Que la gente, aunque no tenga dinero para comprar, pueda seguir adquiriendo sus alimentos donde lo solía hacer ayuda a mantener la sensación de dignidad, fortalece los lazos de barrio con el comercio minorista y aumenta la capacidad de las personas para, en el momento en que estén económicamente recuperados, puedan recobrar los hábitos de autonomía. La mayoría de las personas que acuden a un centro de distribución en especie son perfectamente capaces de hacer la compra en un supermercado, pueden hacer una lista de la compra equilibrada y económica, pueden decidir qué es lo que necesitan y prefieren. Los problemas actuales de una dieta desequilibrada no son patrimonio de las personas con recursos escasos.
Ayudas económicas para la alimentación y trabajo en red.
En esta línea se encuentran las no tan mediáticas ayudas económicas para alimentación que se realizan desde los servicios sociales públicos y privados. Dar dinero a las personas para que puedan seguir comprando la comida que quieran en el comercio que quieran, en lugar de montar estructuras paralelas que limitan la elección, la cantidad del producto y, sobre todo, el tipo de producto disponible. Esta es la principal ayuda que realizan los servicios sociales, públicos y privados, frente a este problema.
A la línea de ayudas económicas para alimentación se le pueden sumar proyectos de colaboración en red, vinculando al sector comercial (minorista y mayorista) y a la ciudadanía en general. Proyectos como la tarjeta Equa, en Italia, que permite a los clientes del supermercado Coop donar el 1% de sus compras a un fondo de alimentación de Cáritas. El supermercado, además, aporta la misma cantidad que sus clientes al fondo, a través del cual las personas derivadas por Cáritas pueden comprar sus alimentos.
O proyectos como el de la tarjeta Barcelona Solidaria del Ayuntamiento de Barcelona, que junto con entidades sociales de la ciudad, ha vinculado a diversos establecimientos de alimentación para que realicen descuentos a los usuarios derivados por los servicios sociales.
Dignificar la ayuda alimentaria.
Como ciudadanos deberíamos tener una mayor voluntad de colaborar económicamente en estos ámbitos, y no de colaborar en especie. Las buenas intenciones no bastan, y aunque sea más frío donar dinero a una organización o exigir a las Administraciones públicas que dediquen más recursos económicos a las ayudas sociales, estas acciones tienen mucho más impacto en las personas con dificultades. También es importante exigir al sector privado de la alimentación que vaya en esta línea del apoyo económico, y no en la línea del producto en especie. El sector privado también tiene una responsabilidad en el bien común y como consumidores debemos recordárselo frecuentemente.
Las personas que han caído en la pobreza no son tontas o inútiles, simplemente no tienen dinero. La redistribución de la riqueza, aunque tendría que realizarse a través de la vía impositiva, también puede realizarse por la vía solidaria. No es el ideal, efectivamente, pero mientras existe la lucha por la renta básica y por un sistema impositivo justo, las personas necesitan una respuesta de la sociedad para poder seguir comiendo. Esta respuesta tiene que ser lo más acertada posible y lo más cercana a una solución real, como es que todo el mundo tenga recursos económicos suficientes para poder vivir dignamente.
Si preferimos otro tipo de acciones, como salir a la calle a repartir bocadillos, debemos preguntarnos si no lo estamos haciendo porque nos sentimos mejor cocinando para otros que pagando impuestos, donando dinero a entidades sociales o ejerciendo toda la fuerza que tenemos como ciudadanos a la hora de ampliar los límites del Estado del Bienestar.