Un artículo de Mike Sanz
Charlie enseña Literatura Inglesa en la universidad. No puede salir de casa y teletrabaja porque padece obesidad mórbida. Su única compañía es su amiga Liz, que hace de enfermera altruista. Durante los meses previos a las elecciones generales de 2016, Charlie empeora y decide reconectar con su hija adolescente, a quien abandonó hace casi una década.
El neoyorkino Darren Aronofsky se ha convertido en uno de los cineastas independientes más interesantes de las últimas dos décadas, si bien su carrera queda marcada por los altibajos. Títulos como La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006), Madre (Mother!, 2017) o la infumable Noé (Noah, 2014) nos han hecho dudar si no habríamos leído mal los créditos. Pero sí, detrás de ellas se hallaba el artífice de la magistral El Luchador (The Wrestler, 2008). La línea temática que vertebra su filmografía es la obsesión y la autodestrucción, como vimos en los drogadictos de Réquiem por un Sueño (Requiem for a Dream, 2000), la bailarina de Cisne Negro (Black Swan, 2010) y la ya mencionada película que protagonizó un glorioso Mickey Rourke. Más que por la puesta en escena o la soberbia técnica, el cine de Aronofsky se caracteriza por la artesanía y la excelsa dirección de actores, en cuya humanidad y miserias consigue ahondar.
Un buen ejemplo de ello es La Ballena (The Whale, 2022), adaptación de la pieza teatral homónima de Samuel D. Hunter. La película en sí es bastante teatral, pues la acción se ve confinada al espacio donde está varado el protagonista, su apartamento, y a una semana de duración. No es coincidencia que se ambiente en los meses de campaña electoral que culminaron con la elección de Donald Trump, uno de los momentos más desasosegantes que hemos vivido en la historia reciente. Mediante los diálogos que Charlie mantiene con su enfermera, con su hija y con un predicador ambulante, los espectadores descubrimos el motivo que lo ha conducido a la autodestrucción definitiva: la pérdida de un ser querido, quien murió a causa de las abominables terapias de conversión a las que se intenta someter al colectivo LGTB+ en ciertas regiones de Estados Unidos. Tampoco es casual que el protagonista se dedique a enseñar literatura en lengua inglesa, pues se trata de una profesión con notables posibilidades dramáticas, como ya se viera con el capitán John Miller de Salvar al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), el señor Keating de El Club de los Poetas Muertos (Dead Poets Society, 1989) y los múltiples personajes que hemos conocido en la obra de Stephen King, caso de 11/22/63 (2016). En los instantes más oscuros de la película, el humanismo emana de Charlie a golpe de referencias a “El cuervo” de Poe, el “Canto a mí mismo” de Whitman o cierto cachalote blanco de Melville.
La desesperación de Charlie, su tragedia, sus obsesiones y contradicciones son el motor narrativo de la película. Y aquí es donde sobresale el trabajo de un Brendan Fraser pletórico de realismo. Quien fuera amo y señor del cine de aventuras de los noventa y dos mil desapareció hace casi una década. Como nos acaba de mostrar Babylon, es una dinámica habitual en la industria hollywoodiense. Poco a poco, Fraser fue reapareciendo en roles secundarios, por ejemplo, en calidad de mafiosillo de tres el cuarto en uno de los últimos entretenimientos de Soderbergh, No Sudden Move (2021). Aronofsky ha logrado que el intérprete renazca y nos ofrezca el que, posiblemente, se trate del mejor trabajo de su carrera hasta la fecha. Charlie es capaz de conmover al público con una risa, un gruñido o las miradas de ojos azules y soñadores que les dedica a su hija (Sadie Sink) y exmujer (Samantha Morton, que para mí siempre es la precog de Minority Report).
Como contrapunto al optimismo enfermizo de Charlie destaca la enfermera de Hong Chau, actriz de reparto a quien hasta ahora habíamos visto en pequeños roles en series y películas variadas. Sus comentarios mordaces, hirientes y cariñosos dialogan a la perfección con las aportaciones de Charlie. Completa el reparto Ty Simpkins (aquel niño de Iron Man 3), que encarna el fanatismo religioso y el odio que tanto daño han causado al protagonista y sus allegados.
Con La Ballena, Darren Aronofsky ha filmado un película tremendamente melancólica y humanista. Ha retomado las temáticas que marcaban sus mejores trabajos y nos ha devuelto a Brendan Fraser con una interpretación antológica, capaz de reflexionar acerca de los prejuicios y la intolerancia que marcan nuestros días, además de la humanidad que tanto echamos en falta.