La bandera

Por Alejandropumarino

 

La bandera, la eterna cuestión que es, inexplicablemente, causa de disputa política entre formaciones mayoritarias, abre la entrada de hoy. Rafa Nadal tiene la costumbre, la sana costumbre, de abrigarse con la enseña después de cada victoria, y pasearla por las canchas de tenis más emblemáticas del planeta; me parece bien. La bandera no es patrimonio de la izquierda ni de la derecha, lo es de todos los españoles, con el mismo consenso que nuestra Constitución, así de simple. Basta echar una ojeada a la historia, para percatarse de que los colores no fueron un capricho del antiguo dictador, sino que su origen es mucho más antiguo, habiendo sido la republicana quien modificó una de las bandas, con el consabido color violeta que hoy usan, como símbolo de progresismo, los socialistas de chaquetilla y Visa platino.

Después, la prensa sirve a sus propios adeptos, de modo que El País y Público, se guardaron mucho de mostrar en las fotografías, la ostentación que Nadal hizo de nuestro símbolo nacional, como si ello lo vinculase a algún tipo de ideología. Los mitines de Segolene Royal se pueblan de enseñas francesas, lo mismo que la estadounidense abunda en las convocatorias políticas de demócratas y republicanos, pero España es diferente. Sentirse orgulloso de la bandera que nos representa a todos, es un inequívoco síntoma de enfermedad, de filiación ideológica a una derecha rancia y trasnochada a la que se debe de colocar un cordón sanitario, célebre frase del Sr. Luppi, mal político y pésimo actor. El progresismo militante luce el estandarte de la pasada república, ejercitando una nostalgia mucho más trasnochada que cualquier otra ideología, y precisamente ese símbolo, sí que es preconstitucional. La voz en el cielo sale de los medios afines a esa izquierda de pose, cada vez que en una manifestación luce una enseña propia de los cuarenta años de dictadura, pero nadie critica la bandera tricolor propia de una república que también tiñó de sangre la democracia. Más de tres cuartos de siglo después, los progresistas conservan el atavismo de los símbolos y cuidan mucho de retratar a Nadal con el de todos los españoles. Me importa un bledo que Rafa sea de izquierdas, de centro o de derechas, es un gran tenista orgulloso de ser español, y eso, es lo que cuenta. Los complejos los demuestra la prensa de tirada nacional en un sutil y ruin ejercicio de servilismo partidista.