LA BARBY y LA CHONI

Publicado el 20 julio 2014 por Siguelashuellas

Fachada Francisco Pizarro, Museo Bellas Artes

LA BARBY y LA CHONI

Museo de Bellas Artes, fachada Duque de San Germán

Sí, yo conozco a una (de hecho, a muchas) y aunque las comparativas siempre son odiosas no me he resistido a la tentación. Mi inaguantable chica, presumida ella hasta el empacho, aunque se engalane con los mejores trapos jamás deja su intrínseco chonismo. La muy distinguida, aún ensamblada en unos pitillos básicos, de esos que en la calle hay por miles, ya procurará echarse encima cualquier cosita que la diste como lo que es: cani, choni, poligonera, rubiapollo, megamoños, pijameradecalle…¡qué más da el calificativo! Lo cierto es que pasea con orgullo sus aires macarriles encantada, creyéndose diosa de la elegancia a cualquier hora del día…«una vez, juro que una vez mientras conducía creí verla cruzando un paso de peatones ataviada con mallas de gimnasia, zapatillas deportivas y, CAMISA de salir guapa o medio guapa…y juraría que era ella…no sé, no sé…pero vamos, que era ella»

Pues con esta deidad del camelismo comparo a la criaturita que ha parido Badajoz. Criaturita que aún está en pañales pero que una amiga, explícita ella, rotunda y poco dada a florituras verbales, según mi criterio dio en el clavo cuando con los pelos como escarpias se enfrentó al cachorro soltando a bocajarro: ¡Me cagaba en la leche…pues no parece que se han estado mirando pal culo pa hacer esta mierrda! «y la joía se recreó hasta la saciedad en lo de mierrrrrda, mierrrda…»

Fachada Duque de San Germán

Y apenas terminó de expresarse pensé: la verdad es que con lo que ha dicho, ya sobran las palabras. Cualquier palabra.

Pero una, que es muy dada a comparar y a dejar que mi gen recesivo, chismoso,
ancestral, ese que suele despuntar al albor de una infancia de sillas puestas en la calle a la espera del veraniego fresquito nocturno, y de unos ojos que mientras el fresquito llega y no llega no paran de mirar el desfile de paisanos calle arriba y calle abajo, repasaba con ojo crítico junto a mi amiga el bicho que nos parido la ciudad y, la Choni, esa que me cae tan bien (ja, ja, ja…me parto y me doblo) se me venía como siniestra avalancha a la cabeza. «Cani, engendro; cani, bicho…» Y es que el bicho parido que mi amiga y yo mirábamos no es más que una choni cualquiera en medio de una pasarela Cibeles (¡que también manda huevos lo que se ve allí) y, lo peor es que una camelilla, por muy tosca que sea su casta, si se lo propusiera podría dejar su status macarril al primer o segundo parpadeo, pero el monstruito parido (otro más para el bote de la ciudad) por desgracia seguirá por los siglos de los siglos pareciendo lo que es, un jodido gusarapo al que han operado mirándose pal culo, que además está muy fuera de lugar.

Fachada Duque de San Germán

Y no soy la única que lo piensa. No es raro pasar y ver un grupo, o grupito, o dos o tres, o un solitario llanero mirando con cara de asco, de asombro, de no me lo puedo creer, la mierrrda, el mojón de pico que nos han colocado en una de las más queridas y céntricas calles del casco antiguo de Badajoz. Al lado de la insigne Cubana, centenaria ella y dispuesta a seguir manteniendo su añeja belleza, gajo de historia reflejada en una sencilla fachada que algunos agradecemos porque mirar el paso del tiempo en su puerta y su letrero es casi leer páginas en un raído sepia, de un no lejano ayer; es mirar una postal de blancos y negros, sentirse atemporal, viajera en esa fantaseada máquina del tiempo, soñar fácilmente cuando uno está con crisis de nostalgias, escarbar buscando el poeta que también, lo mismo que el recesivo gen del critiqueo, portamos en nuestro archivo cósmico del alma. Pero…como somos lo que parecemos; alguien, unos cuantos, muchos, todos los que han firmado dando el visto bueno al proyecto, el que lo ha ideado, y nosotros mismos, que nos lo vamos a comer con patatitas día tras día cual menú inalterable, no nos quedará más remedio que achuchar con la desgana que nos caracteriza (¡cómo no! a mí la primera, desde luego) y mirarlo sin verlo, y verlo si es posible sin mirarlo, día tras día hasta que la muerte nos separe y por fin podamos perderlo de vista.

Museo de Bellas Artes, fachada Francisco Pizarro

Calle Francisco Pizarro. Anexión, agrandamiento del Museo de Bellas Artes y…¡leche!, pudiéndolo hacer bonito, sencillo, tal fachada de Cubana; elegante, aprovechando la simplicidad de las balconadas propias del Badajoz antiguo, con posibles para recuperar esos miradores acristalados que poseían las casas pudientes de la zona, de esos enrejados que te pasmas mirándolos, de sus hermosos zócalos, de sus falsas sillerías (propias de zonas sin canteras), de seguir remozando el casco antiguo con la misma cordura, la misma dignidad que le han otorgado a nuestra sin par Plaza Alta…van y lo achonan colocándonos una barby de plástico bruto, sin personalidad, en un palacio histórico. Endosándonos un altísimo queso gruller que te hace desear desesperadamente un ratoncito Pérez cobrando vida, saliendo por esos agujeros junto a toda su prole dispuestos a roerse los putos cristales, y si no pueden, al menos cagarse en ellos hasta hacerlos opacos y crear trampantojos de excrementos, que seguro olería menos que el invento perverso que nos han endilgado los superinventores de altas cotas. Y todo esto hablando de un ala del museo, porque si nos trasladamos unos metros más allá, al ladito de la hermosa Ermita de la Soledad, a la vuelta de la esquina, a cuatro pasos del no menos fastuoso frontis de las Tres Campanas, enfrentito justo de la supermega fachada del Conservatorio Superior de Música y del renovado Convento de Santa Ana, ya es dolor de muelas, del malo, del peor, lo que produce. Y digo, pienso…que lo sencillo, además de más bonito, más parejo, más acorde con el entorno, a lo mejor quizá hasta también hubiese resultado mucho más barato, claro que, es lo que tiene el chonismo intrínseco, que encantado de haberse conocido y caiga quien caiga (aunque sea cubos en la alcazaba) no se da cuenta de que desentona a lo bestia con todo el entorno. No obstante, es Badajoz, somos Badajoz y nos encanta construir, luego tirar, pagar caro y, pudiéndolo hacer fácil, regodearnos en crear lo más difícil todavía.

Como diría Marea, que se joda el viento. Lo triste es que en el fondo el viento somos nosotros.

  • María Penís