Hace apenas unas semanas, y con una diferencia de unos pocos días entre ellos, llegaron hasta mi dos entradas de dos blogs sobre infertilidad. En realidad no sé muy bien que me hizo abrir aquellos enlaces y leerlos, pero desde que lo hice, han estado dando vueltas por mi cabeza.
Ambas familias comentaban su viaje a través de los tratamientos de fertilidad, las esperanzas que depositaban en ellos, la frustración cuando no llegaba el deseado embarazo y de nuevo la ilusión cuando comenzaban un nuevo ciclo de tratamientos. Sentimientos totalmente comprensibles.
Podía identificarme con ellas, con su lucha, con sus altibajos emocionales, con la esperanza de lograr un sueño. Pero eso no fue lo que llamó mi atención, ni lo que me lleva rumiando desde entonces. En ambos casos, llegado a un punto de su relato, esgrimían las razones por las que no abandonaban esta opción de maternidad/paternidad, y además añadían varias de por qué no contemplaban la adopción como una posibilidad.
Mientras las iba leyendo asentía levemente con la cabeza y me visualizaba tomándome un café con esas familias, hablando de adopción, disolviendo sus miedos y dudas. Cada una de las razones que ofrecían para no optar por la adopción, brotaban desde el desconocimiento que existe sobre este tema. Al principio del proceso, cuando solo es una posibilidad que tienes que plantearte, cuesta muchísimo encontrar información veraz de lo que significa esta maternidad. Y sobretodo cuesta encontrar familias reales que hayan pasado por ello, que te cuenten su experiencia y que ayuden a disipar preocupaciones. De ahí mi necesidad de acompañarles, escucharles y resolver dudas.
Hasta que llegó la última razón de su lista: los genes.
Un motivo sobre el que no basta disipar preocupaciones alrededor de un café, porque el principal trabajo es interno, y la primera decisión es precisamente decidir si me siento cómoda con esa barrera ahí y deseo dejarla, o por si lo contrario deseo analizar por qué está ahí, de qué miedos o egos se alimenta, valorarlos, equilibrar la balanza. Es una batalla que cada uno escoge si la quiere librar o no, y cada una de las decisiones es válida.
No es mi intención juzgar a nadie, ni sus decisiones, al fin al cabo somos libres de tomarlas y de considerar qué es lo mejor para nosotros y nuestras familias. Ni tan siquiera osaría a sugerir que maternidad es mejor o peor que otra, porque solamente nos diferencia el camino hasta llegar a un mismo destino.
También quiero concretar que no todas las personas que hemos optado por la adopción hayamos sentido alguna vez esa barrera o hayamos tenido que superarla. Como todo en la vida y sobretodo en las personas, dependerá de la situación de cada uno, y los habrá, como en mi caso, que no hemos tenido que superar nada porque esa barrera simplemente nunca ha existido, para otras personas igual era pequeñita y supuso muy poco esfuerzo abordarla y habrá quién a lo mejor, le ha llevado su tiempo saltarla. Eso solo cada individuo lo sabrá.
Lo que yo al menos tengo claro, es que cuando mi hijo sea adulto no espero mirarle y encontrarme con un reflejo de mis ojos, pero sí con una mirada cargada de felicidad.
No espero que sus manos se parezcan a las de su abuelo, pero sí que sepan tratar con dulzura y con cariño.
Cuando escuche su voz, no espero que tenga el mismo tono que la de su padre, pero sí que sea fiel reflejo de un lenguaje respetuoso y no haya ofensas en sus palabras.
Cuando mire su altura, no espero que sea la misma que la de su tío, porque espero que su mayor crecimiento resida en su interior.
Espero que el día de mañana mi hijo sea un ciudadano del mundo, que se encuentre a gusto con lo que haya decidido ser en el vida, y que haya aprendido a luchar por ello desde el respeto y la tolerancia.
Espero también, que aunque tenga problemas y miedos, sepa afrontarlos.
Espero que tenga la fuerza para reconciliarse con su pasado, piedra angular para que pueda disfrutar de su futuro.
Espero que ame y respete sus orígenes, así como el país que le ha visto crecer.
Simplemente, espero que sea feliz.
Y yo espero saber estar a la altura.
Los genes, en este caso, pueden seguir fuera de la ecuación.
Buen fin de semana.