Una cosa es ver dramas en la tele y otra muy distinta enredarse en ellos en nuestra vida cotidiana. En el primer caso, al ver el espectáculo desde la barrera, podemos darnos cuenta de cómo las personas interpretamos personajes que poco a poco se van apoderando de nosotros, siguiendo un guión que nos mantiene atados al drama: el actor está muy lejos de sentirse el creador de su vida, más bien la padece, entrando en un laberinto del cual es cada vez más difícil salir. Querido lector, ¿te suenan estas situaciones laberínticas en las que las culpas van y vienen, como si estuviésemos jugando una partida de ping pong, buscando que el otro se quede con la culpa ….?
Fuera de la pantalla, cuando nuestras emociones dificultan nuestra observación, cuando estamos más preocupados de que el otro se quede con la culpa que de entender qué está pasando, nuestra objetividad queda fuera de juego y nuestros personajes dramáticos se apoderan de nosotros, ya no respondemos sino que reaccionamos siguiendo viejos papeles, esos que las grandes plumas han descrito tan bien.
¿Qué podemos hacer para evitar ser meros personajes de ficción, para sentirnos creadores del encuentro y no perdernos en el viejo laberinto de los dramas …? No te desanimes, querido lector, pues poseemos una poderosa herramienta para salir de las realidades que no nos gustan: nuestra imaginación. Pongámosla en marcha …