El problema que tiene House of Cards como serie es que a veces se queda demasiado en tierra de nadie. De hecho, no simplemente a veces. House of Cards existe en un punto intermedio en el que ni es una cosa ni es otra. Y lo hace porque se vende a sí misma como un trabajo cuidado, adulto, serio. Se toma demasiado en serio a sí misma. Cuando en realidad todo lo que ocurre en ella, sus personajes y básicamente todos los elementos que la componen la convierten en un drama político mamarracho mucho más en el estilo de Scandal.
Por ejemplo, en esta tercera temporada, nos pide que nos tomemos en serio a Frank Underwood como político y como presidente en general, y como presidente muy inteligente y que sabe lo que está haciendo en particular. Algo que nunca jamás va a funcionar cuando uno de los elementos centrales de esta temporada ha sido America Works, el plan de reformas económicas promovido por Frank Underwood que cualquier estudiante de primero de Económicas podría explicar por qué es un auténtico sinsentido. De hecho, a mí como economista, el estar escuchando constantemente a Frank soltando tonterías y a nadie realmente parándole los pies, hizo que me sintiera probablemente como un médico viendo Grey’s Anatomy. Con la diferencia de que Grey’s Anatomy sabe lo que es, y House of Cards juega con decirlo todo en un tono muy serio. House of Cards lo plantea todo de una forma tan seria, sin reírse, con Frank Underwood como el héroe y aquellos que lo dudan como idiotas, que resulta especialmente chirriante.
Y ni siquiera es simplemente que no concuerde la forma con el contenido. Es que ella misma, en lo que nos cuenta, se contradice a sí misma en lo que nos contó en temporadas o episodios anteriores. Y así, Frank ahora se sorprende cuando los mismos mecanismos que le permitían tener poder y parar a otros antes le estén parando ahora, porque por lo visto se ha olvidado de las dos temporadas anteriores. Y la Claire que vemos esta temporada no tiene nada que ver con la Claire que veíamos en temporadas pasadas, y a la serie parece no importarle.
Y llega un punto en que, a pesar de nosotros mismos, acabamos entrando en ella. Y sí, disfrutando con lo que nos cuenta. Mandamos a paseo todo tipo de lógica y simplemente entramos en el juego y nos dejamos entretener. Que es de lo que se trata. Y llega el final y nos damos cuenta de que nos lo estamos pasando bien con ella. Y de que por supuesto que volveremos la temporada que viene. Independientemente de que no nos parezca más que una mamarrachada envuelta de una forma muy bonita.