La batalla de las Termópilas

Por Enrique
Se libró en el 480 a.C., cuando durante la segunda guerra médica, los persas invadieron Grecia con más de 200.000 hombres bajo las órdenes de su emperador, Jerjes. Durante esta batalla, los famosos 300 espartanos plantaron cara ante un ejército persa que ya había arrollado a los macedonios y a los tesalios, y se disponía a conquistar la península Ática y el Peloponeso. “Hoy nuestras flechas oscurecerán el Sol” dijeron los persas, “tanto mejor, así lucharemos a la sombra”, respondieron los espartanos.
Diez años antes, tras la revuelta jónica, los atenienses habían acabado con el ejército del emperador persa Darío en la batalla de Maratón. Ahora Jerjes, su hijo, le vengaría en una invasión a Grecia en la que reuniría a soldados de más de 50 naciones que componían el Imperio Persa, creando un ejército tan inmenso que fuese imposible llevarlo a Grecia por mar, así que decidió dirigirse al norte de Grecia para ir yendo al sur hasta la península del Peloponeso. Los griegos, siempre peleándose entre ellos, debían de unirse para frenar la invasión persa, llevada a cabo por todos los soldados de Asia Menor y el oeste de la India. Para frenar esta invasión, los griegos se reunieron en Corinto e intentaron buscar un punto en el que poder frenar a los persas por tierra, ya que por mar no tendrían nada que hacer contra la flota griega. El lugar elegido fue el paso de las Termópilas, el único punto por el cual en aquella época se podía llegar a la península Ática (donde se encontraba Atenas) y al Peloponeso.


Leónidas, rey de Esparta, se dirigió al paso con su guardia personal de 300 espartanos para reunirse allí con tebanos, locrios, focenses y todos los griegos que decidieron acudir para formar un total de 6000 griegos. Se estima que el ejército de Persia tendría entre 200.000 y 400.000 efectivos, así que Jerjes decidió proponerle a Leónidas que depusiera las armas, la respuesta del espartano, “venid a buscarlas”. Jerjes dispuso el ataque con una primera ofensiva gigantesca, pero los griegos se dispusieron en el paso formando una muralla de bronce con sus escudos, corazas, y sus cascos, a través de los que asomaban sus ojos. Esta visión aterradora empeoró la moral de los persas, que tras una primera embestida, no les quedó otra opción que retirarse debido a la carnicería que montaban los espartanos. El segundo día Jerjes decidió zanjar el encuentro, y envió a las mejores tropas de Asia, los diez mil inmortales, cuyo número siempre permanecía intacto. Cuando estos atacaron, fueron arrinconados por la apisonadora griega en un acantilado, por el que acabaron cayendo TODOS, exceptuando los que murieron antes cuando los espartanos hundieron sus lanzas en sus cuerpos indefensos. El tercer día, el paso estaba cubierto con miles y miles de cadáveres de los soldados persas caídos, que y le ofrecían un festín a los buitres. Los persas volvieron a atacar, y a morir.
Jerjes se disponía a retirarse y abandonar la conquista de Grecia, pero cuando todo parecía perdido, un pastor griego de la zona llamado Efialtes le muestra a Jerjes un sendero oculto por el cual rodear a los griegos y aniquilarles de una vez por todas. Antes de que los griegos se vieran acorralados, Leónidas fue informado de la traición, y licenció a todos los griegos menos a sus 300 espartanos, a los tebanos, ya que se dudaba de su lealtad (de hecho al empezar el combate huyeron) y a los tespios, que decidieron quedarse a morir con los espartanos. Leónidas sabía que los persas les atacarían por la retaguardia, así que decidió morir matando. El cuarto día los griegos atacaron el campamento persa. Los espartanos tardaron bastante en morir, y les dio tiempo de matar a una buena cantidad de persas antes de fallecer, hasta que Leónidas cayó por la herida de una flecha, y el resto de los espartanos murieron a causa de la avalancha de flechas que lanzaron los persas sobre los supervivientes. Aunque los persas siguieron avanzando y conquistaron Atenas, los griegos se reagruparon y en la batalla de Platea remataron a unos persas que ya temblaban al oír el bronce de los escudos griegos. Desde entonces, los persas no volvieron a entrar en el territorio heleno nunca más, hasta los tiempos del Imperio Otomano.