Cuando se habla del fin de la expansión islámica por Occidente hay un término que siempre sale a relucir: Poitiers. En la cercanía de esta ciudad las tropas de Carlos Martel habrían desbaratado para siempre las pretensiones de las tropas musulmanas de penetrar más aún en Occidente. Pero, ¿como una simple derrota militar pudo detener un proceso que había hecho caer en manos de los árabes tan extensos territorios en tan poco tiempo? ¿Fue tan aplastante la victoria cristiana como para detener este empuje? Todo parece indicar que no, pero para comprender mejor la situación hay que retrotraerse un poco más en el tiempo.
Sin duda alguna a comienzos del siglo VIII la invasión islámica ha llevado a los guerreros árabes a regiones sumamente distantes de sus fronteras. La enorme extensión del terreno conquistado con respecto a sus bases originales en Arabia y la pérdida de cierto impulso bélico por todo ello son patentes pese a conquistas fulminantes como la de la Península Ibérica. El reino godo de Toledo había caído rápidamente y sin demasiada resistencia. Tras lograr el control de buena parte de la Península los guerreros del Islam tomaron una parte del reino que se encontraba más allá de los Pirineos: la Narbonense, en el actual sur de Francia. Desde aquí las razzias contra el interior del reino franco fueron frecuentes penetrando profundamente en el mismo. Ante esta difícil situación Eudes, conde de Aquitania, decidió hacer frente a las tropas árabes y logró derrotarlas.
Tras esta victoria, el conde realizó una alianza con un bereber asentado en la zona, un tal Munuza, al que, ante el escándalo de sus súbditos, entregó a su hija en matrimonio. Esta alianza es una clara prueba de la situación de los bereberes dentro del Islam en esta etapa. Vistos como musulmanes de segunda categoría por los árabes, muchos de ellos estaban cansados de la situación a la que se veían condenados, siéndoles negado, en muchas ocasiones, el botín y las tierras por las que tan duramente habían luchado. Pero esta nueva amenaza alertó a Córdoba y el gobernador de la misma en esta etapa, al-Gafiqi, partió con un ejército y derrotó a Munuza y al propio Eudes. Ante la amenaza Eudes no dudó en solicitar la ayuda de el mayordomo de palacio, Carlos Martel, que deseoso de poner bajo su control la zona de Aquitania, que pese a pertenecer al reino franco era bastante independiente.
Para cuando Carlos logró movilizar su ejército, los árabes habían profundizado mucho y se encontraban ya en la zona de Poitiers. Nadie pone en cuestión la victoria franca, que logró aguantar la carga de caballería árabe y matar a su general, el gobernador de Córdoba. Pero no se produjo ninguna victoria definitiva. Años después los musulmanes atacarían Avignon y continuarían con las razzias. El propio Carlos Martel tendría que asaltar duramente la Narbonense para evitar que este tipo de ataques continuaran.
No obstante, lo que parece que frenó a los musulmanes no fueron, precisamente, las victorias del mayordomo de palacio. Los conflictos internos de los musulmanes de al-Ándalus, el estallido de una gran revuelta de los bereberes, hartos de su situación en el Norte de África y la llegada de un ejército sirio destinado a aplastar esta rebelión y que, finalmente, pasó a la Península creando una serie de conflicto muestran porqué Córdoba no mandó las tropas de refresco necesarias para enfrentarse a la dura resistencia de los francos. Poco hay de cierto en aquellos autores que señalan que fue en tierras de la futura Francia donde los musulmanes encontraron por primera vez una resistencia verdadera, ya que parecen olvidar las duras campañas necesarias para conquistar el Norte de África, donde la oposición había sido encabezada por figuras tan sorprendentes como la de la Kahina. Fueron las luchas internas las que frenaron el imparable avance islámico, aunque los cristianos aún tendrían que ver como Sicilia y las Baleares caían en manos de estos y como los piratas sarracenos saqueaban la mismísima Roma años después.Mucho más en... http://selvadelolvido.blogspot.com/