La escuadra chilena en cambio, era mucho más moderna y poderosa. Su primer acto fue bloquear el puerto de Iquique. Los peruanos enviaron inmediatamente sus embarcaciones, por lo cual el primer encuentro se hace inminente. Hubo un encuentro pequeño previo entre la corbeta chilena Magallanes y las peruanas corbeta Unión y la cañonera Pilcomayo. Fue un simple tiroteo sin consecuencias. Después los chilenos se dedicaron a incendiar Pisagua, bombardear Mollendo, y dirigir el grueso de la escuadra rumbo al Callao para destruir la Armada Peruana. Los chilenos iban al mando del contraalmirante Rebolledo. Vale la pena agregar que todos estos puertos, a excepción del Callao, sólo poseían lanchas del bando aliado y carecían totalmente de defensa costera. Estas represalias eran para sacar a la Armada Peruana de su escondite. Al no lograr su objetivo, como ya dijimos, partieron en su búsqueda, pero en una época sin radares, velocidades o comunicaciones sorprendentes el Huáscar y la Independencia se cruzaron en el camino sin verse con sus verdugos y llegando a Iquique se encontraron con las, ahora indefensas, Esmeralda y Covadonga.
El 21 de mayo de 1879. El Huáscar rompe fuego contra la Esmeralda al mando de Arturo Prat, a la par que la Independencia perseguía raudamente a la Covadonga. Mientras desde tierra algunos cañones improvisados que se lograron reunir rompen fuego contra la Esmeralda. Después de un cañoneo infructuoso el Huáscar decide acabar con su adversario espoleándolo, se intentó tres veces antes que la acción tenga éxito. Se fue a pique poco después y del barco chileno no quedaron más que algunas piezas, restos del barco y por sobre todo algunos sobrevivientes; eran las 12:10 para aquel entonces; la lucha había durado cuatro horas y hasta tuvo una intervención de abordaje por parte de los chilenos al barco peruano, donde Arturo Prat es muerto, ganando Chile su primer y máximo héroe durante la guerra. En un gesto humanitario Miguel Grau confesaría personalmente que decidió rescatar a los marineros que estaban náufragos, según sus propias palabras fueron sesenta y dos en total.
Mientras eso sucedía la Independencia continuaba persiguiendo a la Covadonga, un barco de poco valor por su calidad, no obstante, ningún marino peruano imaginó lo que sucedería. Pasó que cuando la Independencia ya estaba por darle caza a la embarcación chilena cerca de Punta Gruesa, ésta última se acercó a un lugar de poca profundidad y pasaba incólume sobre las rocas submarinas debido a su poco calado. No fue así para la nave peruana, que presa de la euforia por perseguirla sólo consiguió que ésta debido a su mayor calado y en su intento de espolear se acercara demasiado a la costa quedando finalmente encallada en un arrecife, llenándose de agua al poco tiempo, se apagaron los fuegos y los calderos fueron suspendidos. La Covadonga por supuesto, y mientras Grau invertía su tiempo salvando a los marineros chilenos, regresó para ultimar mediante ráfagas de metralla a los peruanos sobrevivientes. A pesar de ello la Independencia siguió disparando sus cañones, ametralladoras, rifles y revólveres de toda la tripulación que se reunía en cubierta, hasta que casi toda el agua los cubrió y se resignaron a un triste hundimiento; para cuando el Huáscar llegó sólo encontró a 20 hombres y se dedicaron a incendiar el resto del maltrecho blindado. La Covadonga, consciente de su inferioridad había emprendido la huida. Ahora el Huáscar era el único escudo frente a los blindados y la poderosa escuadra naval chilena, era el único paredón que se interponía entre una posible invasión al territorio aliado.
Después del combate de Iquique, Miguel Grau hizo un análisis de la situación y llegó a la conclusión de que el Perú, si bien estuvo en ventaja había obtenido una victoria pírrica, y que tras la pérdida del Independencia la guerra en el mar estaba prácticamente echada. Sin embargo eso no evitó que, en otro gesto de hidalguía, envíe una carta, las ropas y el sable del marinero Arturo Prat quien estuvo al mando de la Esmeralda, a su ahora viuda, Carmela Carvajal de Prat. En dicha carta Grau escribió:
"Dignísima señora: Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla, En el combate naval del 21 próximo pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique entre naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata Don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue como usted no lo ignorara ya, victima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán, indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas. Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señor, la oportunidad de ofrecerle mis servicios, consideraciones y respeto con que me suscribo de usted, señora, afectísimo seguro servidor. Miguel Grau". La fecha marcaba 2 de junio de 1879.
La respuesta no se hizo esperar y la viuda de Prat envío a Miguel Grau una correspondencia en respuesta a su generoso gesto, la cual dice: "Distinguido señor: Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del monitor Huáscar el 2 de junio del corriente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo; y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraron sobre la persona de mi Arturo; prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto como los retratos de mi familia, o consagradas por su martirio, como la espada que lleva su adorado nombre. Al proferir la palabra martirio no crea usted, señor, que sea mi intento inculpar al jefe del Huáscar la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones sobrexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy en alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aun el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido rendida jamás; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, cierta, interpuesto, de haberlo podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón. A este propósito no puedo menos que expresar para usted que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América, las escenas y los hombres de la epopeya antigua. Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy respetuosamente de usted atenta y afectísima S.S. Carmela Carvajal de Prat".
Definitivamente fue un gesto muy humano, de ambas partes, en medio de una guerra que parecía iba a ser un tanto prolongada.
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