Fotografías Antonio Andrés
Amainaron los fuertes vientos y cesaron las lluvias que habían sacudido la provincia durante todo el día. Y el viernes noche se encendieron las luces del teatro municipal de Arahal y de las fuentes de colores que lo escoltan. Como una tregua no pactada para la música que favoreció la asistencia a última hora de más público arahalense y de los municipios vecinos y que hizo más cómodo el acceso al edificio. Las puertas del teatro se abrieron de par en par para dos noches consecutivas de música en Arahal. El viernes, el grupo marchenero que fusiona flamenco y jazz, la Bejazz; y el sábado, uno de los mejores cantautores de este país, el canario Pedro Guerra. Tras la tempestad, llegó la música.
Con once años de carrera a sus espaldas, la Bejazz presentaba su quinto disco, Raíces, el sucesor de Fuente de las lágrimas (2014). Diez nuevas canciones que, como en sus trabajos anteriores, siguen conciliando flamenco y jazz con total naturalidad y que conforman un heterogéneo homenaje a Andalucía y a distintas personalidades que han protagonizado la historia de nuestra tierra a lo largo de los siglos. El conjunto con mayor número de Carmonas en sus filas desde Ketama (padre y dos hijos en la banda) continúa en su misión de acercar la Campiña del Guadalquivir a Nueva Orleans, usando dos lenguajes tan aparentemente alejados como próximos en realidad. Jazz y flamenco, flamenco y jazz. Ambos con un principal denominador común: la improvisación por bandera.
Improvisación que, obviamente, está mucho más presente en el directo. Con la Bejazz, uno nunca se baña dos veces en el mismo río. Y es por ello que cada concierto es diferente, nunca suena dos veces la misma canción. La noche comenzaba con Itimad, mozárabe con reminiscencias cubanas y sus pinceladas explícitamente jazzísticas, un canto a la poetisa y última reina musulmana en Sevilla, esposa del rey Al Mutamid. Una guajira más tarde se incorporaba al escenario Tomás de Perrate para cantar a Mariana de Pineda. El cantaor utrerano, aún proviniendo de una saga más tradicional del flamenco se desenvolvió con total confianza en las canciones de la Bejazz. Con estilo, soltura y profundidad, el invitado de lujo asumió la mezcolanza con un resultado sobresaliente en sus diversas intervenciones.
Suya era la introducción de Maimónides, una de las piezas más impresionantes de la noche. Salvaje klezmer flamenco con su pizca de swing. Los vientos dialogando en un inflamable baile frenético sobre la alfombra roja que tejían vibráfono y guitarra, casi a ritmo de pasodoble ésta última. Compuesta por Javier Carmona Bono en piano, pero que aquí agarraba el clarinete dejando unos destellos soberbios.
Y es que, además, a toda esta conjunción de músicos excelentes, hay que añadirle a un Melchor: Melchor Chico de Marchena en la guitarra flamenca. Nieto e hijo del flamenco más genuino. Nieto de Melchor de Marchena, hijo de Enrique de Melchor. Pocos grupos que buscan fusionar el flamenco con otros géneros cuentan con una exquisitez así.
Con Averroes, una arabesca preciosa, un lamento que algo tiene también de Manuel de Falla; Pastora, y la fiesta final del bis con Machado acababa el mejor concierto de la Bejazz que un servidor ha visto hasta la fecha. Y no son pocos. Arahal tuvo el lujo de ser testigo de este homenaje andaluz a la verdadera patria: su gente, sus civilizaciones, su historia, su multiculturalidad, sus acentos, su arte. Porque la música no entiende de fronteras, de idiomas, ni de banderas. La música sólo entiende de música. En tiempos donde algunos retrógrados, indignos del aire que respiran (y eso que cada día es un aire más sucio…), quieren adueñarse de la tierra, de las banderas y enturbiar la convivencia señalando al extranjero, nada mejor que la música para recordarnos que de la mezcolanza nacen siempre las culturas más hermosas.
Ya lo cantaba Pedro Guerra en esa oda al mestizaje que es Contamíname. Su carrera y sus canciones bien lo han reflejado en estos veinticinco años transcurridos desde su primer disco, Golosinas. Él mismo reflexionaba sobre ello en su concierto en la noche del sábado: mujeres, migrantes y memoria habían sido y siguen siendo el alma de casi todas sus canciones.
Éste era uno de los últimos conciertos en los que el canario revisitaba íntegramente un álbum que fue estandarte de una generación. Las canciones que encerraba un día volaron y pasaron a pertenecer a la gente. Algo especial ocurrió con ellas.
Volver a darle vida a esas canciones implica transportarse a aquella época. Porque Golosinas es un disco que nació en casetes. Dos mil recuerdos de flipers, de cuentos de Tintín, la venta de la Rosa, petardos, crayones, de la Patrulla X, de calles de adoquines y películas con rombos. Volver a emocionarse con la ternura de Dibujos Animados o el Marido de la Peluquera. Volver a poner los pies sobre la inocencia de la infancia, los ídolos de adolescencia, la efervescencia y los descubrimientos de la juventud, el dolor de las primeras decepciones y la añoranza inherente al ser humano en cualquier momento de la vida. Influenciado por Fito Páez, Caetano Veloso y Silvio Rodríguez, el joven Pedro comenzó a cantar… y la profesión le fue quedando bien.
Acompañado por Toni Gil, sosteniendo el peso armónico al bajo y Guille Molina, necesariamente comedido en trío pero certero en batería, contó además con la colaboración de Sara Ráez en Deseo en un hermoso dúo. La cantautora ubetense había abierto anteriormente el concierto como artista invitada de la mejor manera posible. Como un telonero ha de hacerlo siempre: con buenas canciones, con humildad pero con garra y valentía, con toda la entrega, actitud y atrevimiento necesarios para convencer y robarle algo de público al artista principal.
Sucede algo además muy curioso en los conciertos de Pedro Guerra y en éste, con el factor a favor de que las canciones de Golosinas son conocidas por todos, volvió a pasar: Pedro debe tener una plantilla de seguidores lleno de coristas, porque siempre hay alguna chica en el público haciendo unos coros muy lindos, con segundas voces sobre la melodía incluso.
Tanto el concierto de la Bejazz como el valioso acontecimiento de contar más allá de la ciudad con uno de los mejores cantautores en nuestro idioma, como es Pedro Guerra, se produjo gracias a CIPAEM, el ciclo provincial de las artes escénicas y musicales de Diputación. Y a ese lujo de teatro que tiene Arahal, cómodo, bonito y con un sonido inmejorable. Que cuenta con una programación increíble cada temporada (Vicente Amigo o Dorantes en sus últimos conciertos) y que permite que la música de primer nivel llegue también a un pueblo de la Campiña del Guadalquivir. No en todos los pueblos, siquiera en los de mayor tamaño, tenemos la fortuna de que los que piden los votos para mandar sepan darle su importancia al arte y la cultura con propuestas de calidad y diversidad en espacios consecuentemente diseñados para ello. En casi un acto de resistencia, Arahal alberga noches de música tan bonitas como las dos que cerraron el mes de noviembre.
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