La nueva sensibilidad a inicios del siglo XX conoció a las clases altas con la necesidad de mostrarse y el gusto por la "high life", tan distinta a la vida de los inmigrantes recién llegados o del pobrerío resultante del campo. El mismo nombre, "belle epóque", evoca los anchos bulevares del París con el que soñaban las clases altas montevideanas. Las lanas y las carnes de sus estancias, las cuentas de sus negocios, se transmutaban, por obra y gracia de la bonanza de aquellos años, en jarrones de porcelana, estatuas y pianos. Así lucían las mansiones del Prado, las quintas de Colón y las primeras casas de verano en los arenales de Carrasco.
Paseo en Plaza Zabala.
Paseo en Hipódromo de Maroñas.
Señoras bordando para la caridad en el Club Católico
Otro espejo _u otra cara del mismo, tal vez_ mostraba la dura vida de los inmigrantes. Llegados "con lo puesto", su destino era la mísera pieza del conventillo en los barrios del "otro" Montevideo. En aquellos patios de arrabal se empezó a bailar el tango entre compadritos, todavía con facón al cinto. Pero también se labró la alianza del trabajo y el ahorro; la del almacenero que empezó a fiar, con el obrero que llegaba a compartir el ensopado con su familia. Las historias del bajo; la de los pobres.Y todavía más lejos, tan lejos de Montevideo como de París, el peón de campo, tropero, esquilador, hombre "pa' cualquier changa", atado a sus amores de siempre: la china, la guitarra y la caña. Todavía rancho y pulpería en buena parte del país.
Lavanderas en el Miguelete
Vendedor Ambulante
Provisiones del campo a la ciudad