Una cierta tendencia del cine francés
Un año después de la estupenda Les chansons d’amour, Christophe Honoré regresa con una adaptación libre de la novela de Madame de Lafayette, La Princesse de Cléves, en reacción a una diatriba al respecto de la novela por Nicolas Sarkozy durante su campaña presidencial. Honoré traspasa la acción de la corte de Enrique IV a un instituto parisino contemporáneo.
Desde los primeros planos del film se constata que La belle personne es la antítesis de La Clase (Entre los murs), película coetánea a esta y realizada por Laurent Cantet, sobre la problemática de la educación actual francesa. De un lado a otro de París, de un lado a otro del cine francés, se aprecia en estos filmes el espectro del cine de autor e incluso de la sociedad francesa. Mientras que en La clase se utiliza cierta retórica sobre las dificultades cotidianas que intenta convencernos sobre el germen de la Francia futura, La belle personne denota un lirismo exacerbado en el que prima la individualidad sentimental por encima de los valores socioculturales establecidos. Pero si se puede establecer una clara oposición entre los personajes de ambas películas, no hay que olvidar las diferencias, tanto formales como narrativas, de estos dos cineastas: Mientras que Honoré realiza un gesto político con fines artísticos, Cantet realiza un gesto artístico con fines políticos. Para ambos la escuela no es más que el teatro de una experiencia de un sujeto más vasto: Síntesis en miniatura de la República Francesa para Cantet y horno en ebullición de los sentimientos para Honoré. Cineasta de lo real, Cantet asegura no haber contado con un guión para su película sino que trabaja “a pie de campo”, cultiva una mirada neutra que no escapa jamás del punto de vista inicial y huye de toda forma de intimidad, mientras que el cine de Honoré es esencialmente íntimo y sentimental. Contradictoriamente, mientras que el cine de Cantet contempla la vida el de Honoré contempla la muerte. La muerte es para él una sensible obsesión (está presente en todos sus filmes hasta la fecha), además de ser una forma sobre la que entronca con su cinefilia: La belle personne exhuma los “cadáveres” de la Nouvelle Vague. Luis Garrel y Léa Seydoux (sublime revelación del film) resucitan los Léaud y Karina de los años 60, junto a los vestigios de la época (El jukebox de Banda Aparte, las charlas de café, etc).
Película profundamente enraizada en la historia del cine, La belle personne se emparenta también con el cine costumbrista. Con la adaptación a la época actual de la novela de Madame de Lafayette, Honoré hace el camino anacrónico inverso al de María Antonieta de Sofia Coppola, por ejemplo, y sigue la tradición del viejo zorro Manuel de Oliveira (al que se le rinde pleitesía con la aparición de Chiara Mastroiani en una fugaz aparición) que siempre va un paso por delante de los demás. En la elocuencia de las miradas de la primera secuencia, en las presentaciones sobre los arcos del instituto, en la palidez de los rostros y en los cabellos largos se evoca la estética de las películas de antes. El cineasta explota también todo el potencial romántico de ese estilo de puesta en escena de unos personajes más actuales, totalmente dependientes de la nostalgia. Para ello no duda en recoger la tradición literaria y cinematográfica en su lucha a favor de la individualidad.
A pesar de las contradicciones de los personajes, Honoré deja claro en la película cual es la esencia de nuestra época: el amor apasionado hacia lo que no volverá a ser como fue. Para escapar al dolor de este amor imposible, Junie huye. Antes de que la pasión llegue a su fin, elle decide no vivirla. La poesía de La belle personne está en cualquier parte entre el refugio entre avanzar en la nostalgia y la implicación total (mortal) dentro de la tragedia. Se podría deducir una lectura del cine y de la vida: Amar lo que es, con el riesgo de verlo desaparecer o declinar eso que no es, sin esperar su retorno.
Juan Antonio Miguel.