Dicen los gourmets que ésta es la obra más refinada de su director. Que merece las tres estrellas Michelin. Es posible que no les falte razón pero servidor prefiere platos mejor aderezados y sabrosos, yendo algo lejos, El año de las luces, Belle Époque o la desternillante La niña de tus ojos. Sin embargo, a uno que no acostumbra a contemplar el arte desde el punto de vista impuesto, le puede resultar somnolienta y carente de emoción la manera en que la cámara se recrea con la rama de un árbol. También el bostezo hace acto de presencia ante la ausencia injustificada de una banda sonora necesaria. Los gourmets defenderán esa laguna. Sentenciarán que determinadas salsas estropean el plato pero ahí es cuando hay que cuestionarse si es tan suculento como lo presentan.
El artista, enorme Jean Rochefort, y la modelo, preciosa pero excesivamente estudiada Aida Folch, es creación en un momento de sequía. Segundas o últimas oportunidades de plasmar materialmente lo que somos. La premisa con la que juega Trueba es atractiva pero en su desarrollo sólo encontramos hastío. El uso reiterativo de silencios con la machacona intención de aupar la belleza visual nos conduce a la desconexión de una historia que hubiera ganado enteros si el peso del guión fuera mayor.
Se palpa desde el inicio la adoración por Renoir y su impresionismo. El contacto con la naturaleza y la sensualidad omnipresente de lo femenino. Para esto último la elección del reparto no ha podido ser más acertada. Folch transmite el deseo contenido que muestra la obra. Su cuerpo, tan imperfecto como necesario, habla en determinados momentos por sí mismo. Lástima que el personaje sea tan carente de emoción. Mientras que por otro lado, al rey lo que es del rey, Trueba ha conseguido aunar en un mismo plano a dos grandes de la interpretación, Claudia Cardinale y Chus Lampreave, que junto a Rochefort conforman un tándem inigualable.
Estamos, por tanto, ante una obra peculiar. De difícil digestión dentro del panorama nacional. Nada reflexiva, si contemplativa. En la búsqueda constante del culto. Demasiado francesa para españoles pero, ¿demasiado española para europeos?
Lo mejor: su pulcra técnica. Brillante
Lo peor: se vuelve reiterativa hasta el agotamiento.